(David Ignatius).- Constituye una pequeña ironía de la historia que al General David Petraeus, criticado con saña por la izquierda por revitalizar los esfuerzos de la administración Bush en Irak, le sea solicitado ahora, por un presidente Demócrata, que haga exactamente lo mismo en Afganistán. El comandante del Estado Mayor pretende aplicar las mismas tácticas de contrainsurgencia que él desarrolló en Irak, pero Afganistán podría ser en muchos sentidos una guerra más difícil.
Petraeus no es el tipo de hombre al que le guste perder, y está componiendo un equipo consumado. Se va el General David McKiernan, sólido mando militar pero sin inspiración; lo sustituirá el Teniente General Stanley McChrystal, un valor en ascenso quien, al igual que Petraeus, ha ayudado a reinventar al ejército americano.
Petraeus cuenta con un activo en esta nueva campaña que brilló por su ausencia en Irak, que es el firme apoyo diplomático del enviado especial Richard Holbrooke, y esto permite un enfoque regional sobre la guerra. Holbrooke y Petraeus son dos pesos pesados dados a las rivalidades, pero hasta el momento están haciendo que esta sociedad crucial funcione.
Para comprender el enfoque básico de Petraeus, pruebe a dibujar mentalmente una recta que recoge el nivel de militancia de los grupos insurgentes. En el extremo izquierdo se encuentran los «irreconciliables» incondicionales que nunca podrán ser tentados a colaborar por Estados Unidos. Pero al desplazarse hacia la derecha a lo largo de la recta, los grupos se vuelven más flexibles y se unen al bando de los «reconciliables”.
Lo que hizo Petraeus en Irak fue desplazar los grupos de una categoría a la otra — transformando a Insurgentes a ultranza en miembros de milicias tribales bajo cuerda estadounidense. Los fanáticos restantes se convirtieron en objetivos de las operaciones especiales «capturar vivo o muerto» de las Fuerzas Especiales, supervisadas en Irak por McChrystal. Fue una estrategia de intensidad variable — utilizando fuego de alcance variable para limpiar una zona y después herramientas de contrainsurgencia más pacíficas para conservarla y posibilitar el desarrollo económico.
El plan de Petraeus en Afganistán consiste en golpear a fondo al enemigo este año con los 21.000 efectivos que ha aprobado el Presidente Obama — y a continuación esperar a que la coalición Talibán empiece a hacer aguas. Se produce mucha mayor violencia al principio, cuando Estados Unidos ataca los refugios Talibanes en el sur. Pero si la estrategia tiene éxito, los «insurgentes camaleón,” como los llama Petraeus, empezarán a distanciarse.
Tal como Petraeus considera la reconciliación con los Talibanes, tendrá lugar aldea por aldea, a lo largo de los casi 400 distritos de Afganistán, en lugar de una gran negociación con el líder del grupo, el mulá Omar.
Ese es el plan de campaña, pero hay muchos problemas. El primero es que al lado está el polvorín de Pakistán. Petraeus quiere coordinarse con el General paquistaní Ashfaq Kiyani, de forma que los combatientes Talibanes en retirada sean recibidos por tropas paquistaníes. Pero Kiyani sigue mostrándose reticente al abrazo americano.
Un segundo problema es que Estados Unidos carece de la infraestructura de Inteligencia de nivel para impulsar su estrategia afgana de reconciliación local. Mientras los mandos intentan empujar a un grupo insurgente al saco de los reconciliables, tienen que conocer su tribu y subtribus, sus líderes religiosos y sus tesoreros. Ese es el tipo de Inteligencia tamizada que respaldó el incremento en Irak.
Para obtener mejor información sobre Afganistán, el director de Inteligencia nacional, el Almirante en la reserva Dennis Blair, ha accedido a crear un nuevo puesto de alto nivel en el Departamento de Inteligencia Naval destinado a Afganistán-Pakistán. Y el Pentágono ha nombrado al Coronel Chris Kolenda su principal estratega, un hombre que se convirtió en una especie de etnólogo aficionado durante su último viaje a Afganistán. Hace un año, escuché a Kolenda dando un informe inolvidable que hacía un recorrido por las tribus y clanes locales cercanas a su base de operaciones avanzadas al noreste de Afganistán.
Kolenda y los demás mandos han aprendido por las bravas lo que alimenta la insurgencia: la cohesión social de Afganistán se vino abajo a lo largo de las décadas de guerra. Los líderes tribales tradicionales perdieron la influencia en favor de jóvenes con dinero y armas, que estaban pagados por los narcotraficantes y al-Qaeda. Petraeus quiere restaurar la autoridad tribal, como hizo en Irak, e incluirla en el poder del gobierno central y un ejército entrenado por Estados Unidos.
Hacer que esta estrategia funcionara en Irak fue bastante difícil. Pero Afganistán es más grande, más pobre, y más cerrado en cada uno de los aspectos. Obama sabe la inmensa dificultad de intentar reparar un Afganistán averiado y convertirlo en un país moderno en su forma. Pero con estos dos pesos pesados, Petraeus y Holbrooke, mete a su presidencia en «el cementerio de imperios» de cualquier forma.
© 2009, Washington Post Writers Group