(PD).- Cuando los dos líderes planetarios de ambos lados de la mar océana se encuentren en enero merced a la conjunción astral de la galaxia progresista, Zapatero debería dedicar unos minutos de su misión cósmica a explicarle a Obama que el Califato de Córdoba y la Inquisición están separados por cinco siglos, más del doble de la edad de la nación americana.
Explica Ignacio Camacho que la exactitud de los datos tiene un cierto valor en política, sobre todo cuando se trata de adquirir credibilidad, y el presidente estadounidense, que tiene mucha, ha permitido que su patinazo histórico diluya ante la opinión pública española la importancia de su discurso en El Cairo, versión ampliada de la Alianza de Civilizaciones que el futuro colíder global diseñó con tanto mimo para que su colega cometiese el imperdonable olvido de ningunearlo al citarla o, peor aún, de atribuírsela al turco Erdogan. Así no va a haber modo de liderar el planeta mano a mano.
Error cronológico aparte, la ya célebre referencia obamista a la tolerancia perdida de Al Andalus procede de un extendido tópico de la mitología histórica, que se sobrepone en el imaginario contemporáneo a la terca realidad documentada de una abusiva dominancia musulmana sobre las religiones y razas con las que se supone que el Califato convivía en armonía y esplendor.
Quizá sea mucho pedir que el «negro» -que por cierto es blanco- que le escribe los discursos a Obama se haya leído a Serafín Fanjul, implacable debelador del mito andalusí que sospecha que a la paloma de Ibn Hazm acabaron retorciéndole el pescuezo con su lírico collar, pero sí al menos debería conocer a Bernard Lewis, que escribe en su lengua.
Lewis, antipático politólogo arabista de autoridad mundial, duda de la existencia de ese islam moderado al que la Casa Blanca desea tender la mano, y al respecto pueden ocurrir dos cosas: que lleve razón o que no.
Si no la tiene, Obama quizá pueda abrir una nueva era de paz y de diálogo, pero si la lleva el asunto acabará como en otras experiencias similares de anteriores presidentes demócratas, que han terminado tirando montones de despechadas bombas sobre los presuntos amigos empeñados en comportarse de forma poco amistosa con ellos. Así que más vale que Lewis no esté en lo cierto, por la cuenta que nos trae a todos.
De momento el que se ha equivocado es el propio Obama, y por cinco siglos de diferencia. El resbalón constituye un decepcionante episodio para sus admiradores, entre los que me cuento, porque un hombre de su prestigio no merece que le escriban discursos basándose en la wikipedia.
Los cientos de asesores de Zapatero tienen tarea para el día glorioso de la alineación de los astros: elaborar unas fichas históricas medianamente rigurosas para que al menos nuestro timonel planetario no parezca recién graduado en la Logse.