«La Rusia que se encontrará Obama es orgullosa, quisquillosa y combativa»

"La Rusia que se encontrará Obama es orgullosa, quisquillosa y combativa"

(David Ignatius).- Cuando Barack Obama haga el equipaje para su visita a Rusia la semana próxima, debería incluir un ejemplar de «Los hermanos Karamazov.» Porque la Rusia de Vladimir Putin aún se debate con los mismos enigmas políticos que describió Fyodor Dostoyevsky hace 130 años.

Los seres humanos cambian de buena gana su libertad por comida y seguridad, escribió Dostoyevsky en el famoso capítulo de la novela «El Gran Inquisidor.» En lugar de esta anárquica libertad, el Inquisidor ofrecía a la gente «milagro, misterio y autoridad. Y la humanidad celebraba ser conducida una vez más igual que ovejas, y que por fin tan terrible regalo, que les había traído tanto sufrimiento, hubiera sido apartado de la realidad.

Existe una sensación tangible aquí de que Putin ha traído «milagro, misterio y autoridad» a una Rusia gravemente traumatizada por el colapso de la Unión Soviética durante la década de los 90. El país ciertamente es menos libre de lo que fue bajo Boris Yeltsin, pero Putin es inmensamente popular — y nadie quiere volver a los demenciales tiempos de anarquía de la transición.

La Rusia que se encontrará Obama es orgullosa, quisquillosa y combativa. Los líderes del país no están seguros de lo que quieren de América, aparte de ser respetados y tomados en serio. Los analistas estadounidenses hablan de una nueva asociación estratégica, pero los oficiales rusos son recelosos de las grandes iniciativas estadounidenses. Creen que Estados Unidos se aprovechó de ellos durante sus años de debilidad, y aún se están lamiendo las heridas. Su imperio se vino abajo en parte a causa de una guerra en Afganistán mal concebida, y creen que América debería seguir el mismo camino.

Estas instantáneas mentales están sacadas de una conferencia celebrada aquí esta semana titulada «¿Qué piensa Rusia?» Fue co-patrocinada por el Instituto Ruso, un laboratorio de ideas radicado en Moscú, un colectivo búlgaro llamado Centro de Estrategia Liberal, y diversas organizaciones más. (Información completa: Soy miembro del German Marshall Fund, uno de los colectivos patrocinadores.) Una y otra vez, los participantes rusos describieron un país satisfecho con lo que uno llamaba «el autoritarismo blando» de la era Putin — en donde el antiamericanismo es parte integral del fundamento político.

El Presidente Dmitry Medvedev apenas fue mencionado durante los dos primeros días de reunión, mientras el «consenso» en torno al Primer Ministro Putin fue objeto de una sesión entera. Obama se reunirá con ambos líderes rusos, y algunos funcionarios estadounidenses esperan poder crear un vínculo especial con Medvedev quien, al igual que Obama, se formó como abogado. Pero claramente es Putin el que importa.

«Putin es el líder. No hay discrepancia en eso. Putin llegó al poder y la vida cotidiana mejoró,» explicaba un parlamentario de la Duma rusa. Describía la intuición política de Putin igual que los rusos del siglo XIX hablaban del zar: «Putin sabe lo que necesita la sociedad mejor que la sociedad.»

Putin es el tipo duro que reconstruyó un país herido tras la caída del comunismo. «Rusia emergió del caos de 1991 con heridas políticas y socio-psicológicas desproporcionadamente profundas,» explica Alexey Chesnakov, un asesor de Putin que dirige el Centro de Política en Vigor. Cuando Putin pasó a ser presidente en 1999, trajo «el autoritarismo por consenso,» decía el director de otro laboratorio ruso de ideas.

La Rusia moderna sigue estando agitada, incluso si es más disciplinada. A los rusos les preocupa el refrito de nacionalidades dentro de sus fronteras, y los vecinos asertivos como Ucrania o Georgia. Es «una sociedad saturada y sobrecargada,» decía un destacado antropólogo que, al igual que sus colegas, hablaba con conocimiento de causa. Los nerviosos rusos «se alejan voluntariamente de su libertad,» exponía un importante sociólogo. Con la pérdida de su imperio, Rusia es como «un cadáver amputado,» proponía Vyacheslav Glazychev, un profesor de planificación urbana que dirige varias instituciones. Sufre un «horror vacui, miedo a los espacios vacíos,» añadía.

«Queremos igualdad. Queremos que nuestros intereses se reconozcan — que sean considerados como significativos,» decía un panelista ruso. Pero cuando los estadounidenses presentes en la reunión pidieron detalles, otro ruso que es un político notable sugería: «El verdadero problema es que no entendemos lo que queremos.»

Un resumen breve de la fórmula Putin aparecía en un periódico de la mano de un asesor del Kremlin llamado Modest Kolerov: «Sin Rusia (es decir, sin un gobierno estable y unido), ninguna libertad podría ser posible nunca.»

Eso me hizo volver a pensar en la paradoja del Gran Inquisidor. De manera que me alegré cuando otro asesor de Putin, un editor que ayudó a organizar la conferencia, aseguró a los presentes que estos problemas se remontan más de un siglo atrás. «Esto es un diálogo ruso que se puede remontar a los tiempos de Dostoyevsky.»

© 2009, Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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