La reforma sanitaria de Obama hace agua

La reforma sanitaria de Obama hace agua

(Michael Gerson).- Alrededor de la medianoche del 15 de abril de 1912, hubo unos cuantos minutos durante los que el Capitán del Titanic Edward Smith supo que su buque se iba a pique — seis compartimentos estancos con vías de agua, menos de dos horas a flote — pero su pasaje dormía en la plácida ignorancia. Un destino histórico que fue sellado mientras la mayor parte de los implicados seguían durmiendo.

Los datos del paro conocidos la semana pasada abrieron una profunda vía de agua bajo la línea de flotación de la agenda legislativa del Presidente Barack Obama. Pocos se dan cuenta aún, pero está a punto de empezar una lucha desesperada por los botes salvavidas.

Bajo una mirada más exhaustiva, las noticias económicas, que parecían ser malas, son aún peores. No sólo el desempleo escala hasta el 9,5 por ciento sino que los salarios se desplomaron, minando el consumo necesario para la recuperación de una economía movida por el consumo. El desempleo creció entre los llamados «sostenes» — hombres y mujeres casados que son los cabezas de familia — dificultando de esta forma las principales compras familiares. Los recientes incrementos en las prestaciones por desempleo y los vales sociales de comida han ayudado a muchos estadounidenses a pagar la comida o el alquiler. El empleo, sin embargo, es lo que impulsa la venta de mobiliario, coches y casas. Acompañadas de un descenso acusado en la inversión empresarial, estas tendencias hacen aún más improbable una recuperación durante la segunda mitad del año.

El paquete de estímulo no ha sido muy estimulante — que es lo que predijeron muchos economistas. Inyectar dinero a fondo perdido en la economía a través de una sedienta esponja de programas federales — el método predilecto del Congreso — resulta lento e ineficaz. En perspectiva, todos los fondos del estímulo debieron haberse repartido directamente entre los particulares sin intermediarios.

Una recuperación débil conlleva implicaciones políticas — ninguna de las cuales es buena para el presidente.

Las ambiciones del gasto de Obama habrían sobrecogido hasta en los mejores tiempos económicos. El gasto federal este año ronda el 28 por ciento del PIB — una cifra superada solamente cuando Franklin Roosevelt estaba librando una guerra global contra Alemania y Japón. A lo largo del itinerario fiscal que Obama ha elegido (según la Oficina Presupuestaria del Congreso), nuestra deuda nacional se duplicará en cuestión de seis años y se triplicará en 10.

Inicialmente, Obama contaba con que la atmósfera de crisis económica facilitaría la aprobación de cualquier legislación que él declarase una necesidad económica. Pero las cosas no han salido de esa forma. Al margen de sus virtudes, limitar las emisiones contaminantes y ampliar el programa de prestaciones sanitarias no constituyen una respuesta directa a los achaques financieros y económicos de América. Ninguna teoría económica sugiere que una ronda de regulaciones federales nuevas y prestaciones sociales redundará en un ciclo de crecimiento económico.

Más típica es la reciente reacción de Colin Powell, un íntimo aliado de Obama. «No podemos pagar todo eso,» decía Powell. «Me preocupa la cantidad de programas que se están presentando, las leyes vinculadas a estos programas, y el gobierno adicional que será necesario para ponerlos en práctica.»

Powell está expresando en voz alta lo que deben de estar pensando muchos moderados en el Senado: ¿Es de verdad un momento de deuda inasumible y contracción económica el adecuado para sumar gastos y una deuda masiva, junto a los impuestos que con el tiempo se necesitarán? ¿En qué universo económico es esto racional? Ni siquiera, al parecer, en el placentero universo alternativo de California, que la semana pasada empezaba a poner en circulación 3.000 millones de dólares en «depósitos garantizados,» también conocidos como pagarés. «No tenemos dinero para pagar nuestras facturas,» admitía el Gobernador Arnold Schwarzenegger. «Es triste.»

Para cuando el debate de la sanidad empiece a despuntar, estos desafíos a nivel federal serán inevitables. Puede que se ponga sobre la mesa 1 billón de dólares en gasto. Parte de los recursos necesarios para una propuesta de ley «de gasto equilibrado» pueden venir de los ahorros en el sistema sanitario. Pero la administración y los funcionarios del Congreso ya señalan la necesidad de nuevas vías de recaudación, incluyendo algún tipo de impuesto a las prestaciones sanitarias pagadas por las empresas. «Lo importante en este punto es… mantener vivo el debate,» dice David Axelrod, incluso si el debate incluye tales impuestos. «No hemos trazado muchos límites claros,» explica Robert Gibbs.

Para aprobar su propuesta sanitaria este año, Obama primero tendrá que faltar a su palabra. Siendo candidato presidencial, prometía que «nadie que gane menos de 250.000 dólares al año verá subida alguna de los impuestos» — la cifra más memorable de la campaña de 2008. Gravar las prestaciones sanitarias ciertamente cruza este límite muy claro y se añade a la reserva pública de cinismo.

En segundo lugar, Obama necesitará prescindir de cierta cantidad de sentido común — sumando deudas a la deuda o nuevos impuestos a una economía deprimida. De cualquier forma, será triste.

O tal vez el capitán pueda despertar al pasaje, poner fin a su sueño y anunciar lo evidente: Dado que la economía no ha dado muestras de mejoría, la ambiciosa reforma sanitaria tiene que esperar.

© 2009, Washington Post Writers Group

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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