Obama, la ciencia y Dios

Obama, la ciencia y Dios

(MICHAEL GERSON).- Según una encuesta, apenas el 7 por ciento de los científicos estadounidenses de élite cree en un Dios -el tipo de dios al que se reza-. Alrededor del 8 por ciento, sin embargo, manifiesta su fe en la inmortalidad personal, indicando que ciertos egos son tan grandes que ocupan la eternidad.

¿Debería importar que el candidato del Presidente Obama a director del Instituto Nacional de Salud -la nominación al Tribunal Supremo en el mundo científico- forme parte de los pocos creyentes?

Francis Collins plantea un ejemplo perfecto. Sus aptitudes están más allá de toda duda. Siendo un «cazador de genes» pionero, ayudó a identificar los marcadores genéticos de la fibrosis quística, la neurofibromatosis, el Corea de Huntington y la diabetes mellitus no insulinodependiente. Estuvo a cargo del programa del Instituto que cartografiaba el genoma humano, el equivalente biológico al programa espacial Apolo. Es un importante defensor de la medicina personalizada (el uso del conocimiento genético para ajustar a la medida los tratamientos y la prevención individual de enfermedades) y de la legislación encaminada a proteger la privacidad genética, de manera que la información sensible no pueda ser utilizada por los jefes y las mutuas con fines discriminatorios.

Collins también cree en Dios. Y más que eso, es un cristiano evangélico. Y aún hay más, entona himnos mientras toca la guitarra.

Para algunos científicos, esta mezcla de excelencia científica y creencia religiosa resulta contradictoria, algo así como ser ingeniero genético y creer en la existencia de unicornios o en la astrología. «Claramente se puede ser científico y tener creencias religiosas,» dice Peter Atkins, de la Universidad de Oxford. «Pero no creo que se pueda ser un verdadero científico en el sentido más profundo de la palabra porque (religión y ciencia) son categorías del conocimiento mutuamente ajenas.» Detrás de esta afirmación se encuentra la premisa de que la categoría científica del conocimiento se ha impuesto a la categoría religiosa.

A lo que Collins, que ha escrito y dado conferencias profusamente en esta materia, responde que hay dos categorías de conocimiento, dos formas de conocimiento. Y aunque son totalmente distintas, no son «ajenas» una a la otra ni mutuamente excluyentes.

La primera categoría es el conocimiento científico, el que se alcanza a través de experimentos, estudios y pruebas. Y dentro de su competencia, según Collins, la ciencia tiene la última palabra. Es, por ejemplo, un firme defensor de la evolución Darwinista, una teoría que considera «absolutamente incontestable.» Collins se muestra particularmente convencido cuando habla de las pruebas genéticas del ancestro común entre todos los seres humanos, las similaridades exactas entre nuestro ADN y el de otras especies, y las mutaciones ubicadas con precisión que sólo cabe explicar mediante el origen común. Los textos religiosos, en su opinión, hay que interpretarlos a la luz de estos hechos científicos.

Pero Collins argumenta que hay una segunda vía de conocimiento, un ámbito de moralidad y metafísica que no implica las pruebas físicas sino la probabilidad basada en las pruebas. Algunos científicos afirman que cualquier cosa más allá de la posibilidad de tocar y comprobar es igualmente mitológica, desde los unicornios a Dios pasando por la moralidad, la esperanza o el significado del amor. Collins llama a este tipo de reduccionismo «la falacia lógica.»

Por definición, la ciencia sólo obtiene información del mundo físico, lo que no sirve para demostrar que el mundo físico sea lo único que existe. Como seres humanos aún queremos saber por qué existen las cosas o cómo deberíamos vivir. La ciencia guarda silencio en estos asuntos; nosotros no tenemos que hacerlo. Collins argumenta que el código moral dentro de nosotros, y el ajuste de las constantes físicas del universo, proporcionan «indicios» (que no pruebas) que conducen a Dios. (Vea el libro de Collins «El lenguaje de Dios: Un científico presenta pruebas de fe» para leer su explicación total y razonada.)

Para Collins, la ciencia moderna y el cristianismo no son respuestas en competencia a la misma pregunta; son formas de pensar acerca de dos conjuntos de preguntas totalmente distintos, ambos de los cuales deben ser tomados en serio.

El nombramiento de Collins dice algo bueno acerca de la madurez del movimiento evangélico moderno, que está empezando a abandonar parte de sus debates menos productivos con la modernidad. Las críticas a la evolución, ancladas en controversias del siglo XIX, han servido para poco más que para provocar crisis de fe totalmente innecesarias a los jóvenes mientras abordan el conocimiento científico. Al abordar el conflicto entre evangelismo y biología moderna, Collins actúa de pacificador.

Y el nombramiento de Collins dice algo bueno de la madurez del Presidente Obama. Esta maniobra ha despertado las críticas de la izquierda secular. Es improbable que apacigüe a los conservadores religiosos que en el caso de Obama dan por sentado el cinismo. Pero parece ser que el Presidente eligió simplemente a la mejor persona para desempeñar el puesto. En el proceso, Obama ha establecido algún importante: Que el anti-supernaturalismo no es una prueba de fuego en las instancias más elevadas de la ciencia.

© 2009, Washington Post Writers Group

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