En su primer mandato, Trump aplicó políticas migratorias polémicas, siendo la separación de familias en la frontera uno de los episodios más recordados. Hoy, con Homan a la cabeza, parece que esta “tolerancia cero” podría volver, aunque disfrazada de una mayor “cohesión familiar” al prometer no separar a padres e hijos durante el proceso.
La trayectoria de Homan ilustra claramente una visión de la migración centrada en la rigidez legal. Su experiencia en Nueva York como oficial de policía, su ascenso dentro del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), y sus años de defensa abierta de una postura estricta hacia la migración irregular hablan de un enfoque inflexible.
Sin embargo, esta dureza también lo hizo famoso por promover políticas que generaron divisiones y controversia. Su apoyo a la separación familiar bajo el gobierno de Trump no fue solo una táctica disuasoria, sino una acción que se transformó en un símbolo de las políticas más duras de esa administración y que causó un trauma intergeneracional en las comunidades migrantes.
La promesa actual de Homan de no repetir la separación familiar se presenta como un giro positivo, pero plantea dudas. La historia nos ha mostrado que las medidas de deportación masiva afectan a familias enteras, y aunque su retórica se ha suavizado, el objetivo subyacente sigue siendo el mismo: una migración regular y “ordenada” bajo estándares inalcanzables para quienes cruzan la frontera por desesperación o necesidad.
En su primer mandato, Trump aplicó políticas migratorias polémicas, siendo la separación de familias en la frontera uno de los episodios más recordados.
Además, se cuestiona la viabilidad económica y logística de esta política migratoria. Deportar a un millón de personas al año tendría un costo altísimo, unos $88 mil millones anuales según el American Immigration Council, sin mencionar el impacto negativo que esto tendría en la economía estadounidense. Los sectores de construcción, agricultura y hostelería dependen en gran medida de la mano de obra migrante, y una política de deportación masiva sería un golpe severo a estas industrias. Este costo humano y económico no se puede ignorar, y es importante que la sociedad estadounidense se pregunte si este es el camino que realmente desea seguir.
Es inquietante también que Homan, aún tras dejar su cargo en el ICE, ha seguido ejerciendo influencia en políticas migratorias a través de colaboraciones con think tanks conservadores como la Heritage Foundation.
La participación de Homan en el “Proyecto 2025” de la fundación, que propone reformas aún más radicales, deja en claro que su visión sobre la migración no ha cambiado. Por el contrario, es probable que se intensifique en este segundo mandato de Trump.
Ante este panorama, es necesario un enfoque de políticas migratorias que reconozca la complejidad del fenómeno migratorio, proteja los derechos humanos y fortalezca la seguridad sin fracturar familias ni devastar comunidades. Las promesas de deportación masiva y las amenazas de tolerancia cero ya no deberían tener lugar en una sociedad que aspira a ser justa e inclusiva.
El reto está en crear soluciones más humanas y sostenibles, alejadas de tácticas que se han probado ineficaces y moralmente dudosas.
