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La ciudad china de Tianjin se convierte estos días en el epicentro de la diplomacia global.
Allí, más de veinte líderes internacionales —entre ellos Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi— participan en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), un foro que refleja las nuevas fracturas y alineamientos surgidos tras el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca.
Las recientes medidas arancelarias de Trump, especialmente dirigidas contra la India, han alterado las prioridades y los equilibrios de poder en Asia, obligando a actores como China, India y Rusia a revisar sus estrategias y buscar nuevas fórmulas de cooperación.
A día de hoy, 30 de agosto de 2025, la política exterior estadounidense está dominada por una agenda proteccionista y unilateral que ha generado incertidumbre tanto en aliados tradicionales como en rivales históricos.
La imposición de aranceles del 50% a productos indios ha sido recibida en Nueva Delhi con desconcierto y descontento, acelerando el acercamiento de la India a otros polos de poder como China y Rusia.
Este escenario ha dado pie a una cumbre de la OCS con una agenda cargada de simbolismo y de intereses cruzados, donde la sombra de Trump es tan alargada como palpable.
Xi Jinping, anfitrión y arquitecto de nuevas alianzas
Xi Jinping ha desplegado todo su aparato diplomático para recibir no solo a Putin y Modi, sino también a una veintena de líderes de Eurasia y Oriente Medio. El líder chino busca proyectar una imagen de estabilidad y previsibilidad frente a la volatilidad que representa el actual gobierno de Estados Unidos. La OCS, que nació en 2001 como una alianza centrada en seguridad regional, ha ampliado su influencia hacia la economía, la conectividad y la cooperación energética, integrando a países como Irán y observadores clave del sur global.
La presencia de Putin subraya la apuesta de Moscú por diversificar sus alianzas ante el aislamiento occidental. Sin embargo, la relación sino-rusa enfrenta ahora un reto inesperado: el comercio bilateral, que alcanzó un récord histórico en 2024, ha caído un 8,1% en lo que va de año, reflejo de una ralentización en las exportaciones de petróleo ruso y la caída de las importaciones de vehículos chinos a Rusia. Moscú busca en Tianjin fórmulas para revitalizar este eje económico en un contexto de sanciones y competencia global.
Modi, entre el pragmatismo y la presión estadounidense
El viaje de Narendra Modi a China es su primero desde el enfrentamiento fronterizo de 2020 en el valle de Galwan, que dejó al menos 24 soldados muertos y congeló las relaciones bilaterales. El reciente giro de Washington, con aranceles y sanciones adicionales por la compra de petróleo ruso, ha dejado a la India en una posición incómoda. Por un lado, Nueva Delhi busca reafirmar su autonomía estratégica y no alinearse en exceso ni con Occidente ni con los bloques liderados por China y Rusia. Por otro, la presión comercial y diplomática de Trump ha provocado un acercamiento pragmático, aunque precavido, a Pekín.
Durante la cumbre, Modi tiene previsto reunirse con Xi en un encuentro bilateral de alto perfil. Aunque no se esperan grandes anuncios, sí se considera posible algún gesto simbólico —como el levantamiento de vetos a aplicaciones tecnológicas chinas en la India— que sirva para ilustrar una distensión y el interés mutuo por reanudar la cooperación económica, sin renunciar a defender la soberanía y la integridad territorial india.
Estados Unidos: ¿debe preocuparse?
La estrategia de Trump de recurrir a aranceles punitivos y sanciones extraterritoriales ha generado perplejidad no solo en Nueva Delhi, sino también en otros socios asiáticos. Analistas internacionales subrayan la paradoja de que Washington haya castigado con más dureza a la India —un socio clave en su política Indo-Pacífica— que a China, a pesar de que Pekín también importa grandes volúmenes de petróleo ruso. Esta disparidad ha sembrado dudas sobre la coherencia y la previsibilidad de la política exterior estadounidense, debilitando su capacidad de influencia en la región.
Para China y Rusia, la coyuntura supone una oportunidad para presentarse como garantes de estabilidad frente al caos percibido en Washington. Sin embargo, la OCS no es un bloque monolítico: existen profundas divergencias entre sus miembros sobre cuestiones como el terrorismo, la seguridad en Afganistán o el papel de Irán. La India, por ejemplo, mantiene su rechazo a cualquier deriva antioccidental del grupo y se resiste a alinearse con iniciativas que puedan comprometer su autonomía o su relación con Occidente.
Un tablero global en transformación
La cumbre de Tianjin revela la complejidad del nuevo tablero geopolítico. El regreso de Trump y su política de confrontación han acelerado realineamientos y obligado a potencias regionales como la India a explorar nuevas fórmulas de diálogo, incluso con rivales históricos. China aprovecha la coyuntura para reforzar su liderazgo en Eurasia y atraer a socios desencantados con la Casa Blanca, mientras Rusia busca contrarrestar su creciente aislamiento con alianzas pragmáticas.
Aunque la OCS aspira a ofrecer una visión alternativa para el orden mundial, su capacidad de acción está limitada por la diversidad de intereses de sus miembros y las tensiones internas. Lo que sí parece claro es que, mientras Trump siga proyectando su sombra sobre la política internacional, el espacio para las alianzas flexibles y el pragmatismo estratégico será cada vez más amplio. En Tianjin, la diplomacia se mueve entre la desconfianza y la necesidad, en busca de equilibrios que puedan resistir los embates de un mundo cada vez más fragmentado.
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