Moratinos ha gestionado este asunto con frivolidad, falta de respeto a las leyes propias e internacionales y manifiesta miopía
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Cuando se cumplen veinte días de su expulsión de Marruecos, el caso de Aminetu Haidar alcanzó este viernes su más alto grado de tensión, mezcla de surrealismo diplomático y humillación al Gobierno Zapatero, después de que Rabat frustrara la repatriación de la activista saharaui, anunciada a última hora de la tarde pero no culminada a la hora de cerrar esta edición.
El callejón sin salida en el que se halla el contencioso amenaza con desembocar en un serio conflicto diplomático entre ambos países.
Desde el pasado día 14, el aeropuerto de Lanzarote, donde la activista magrebí resiste de modo numantino a toda clase de presiones, se ha convertido en lugar de peregrinación para los personajes más diversos, desde escritores, actores y músicos, hasta parlamentarios y representantes de ONGs, que no se han resistido a expresarle su solidaridad y a censurar a las autoridades marroquíes.
Un espectáculo, en suma, al que ni siquiera le ha faltado el elemento más dramático: la quebradiza salud de Haidar, que se agravaba por su huelga de hambre.
El Gobierno Zapatero, qué duda cabe,tiene un grave problema, sobre todo si, como afirma el juez Velasco, que este viernes ayer rechazó la competencia de la Audiencia Nacional para juzgar el caso, en la expulsión de Haidar existen indicios de delito de lesa humanidad.
Conviene recordar que el Gobierno ZP se metió en este desaguisado él solito, no le cayó por accidente ni fue una fatalidad.
Es obra y gracia del ministro Moratinos, que ha gestionado este asunto con frivolidad, falta de respeto a las leyes propias e internacionales y manifiesta miopía.
Atrapado en esa mala conciencia que atenaza al PSOE por su doble moral hacia el conflicto saharaui (en la oposición apoya al Polisario y en el Gobierno a Marruecos), Moratinos se equivocó desde el minuto uno, cuando aceptó la entrada en España de una mujer marroquí sin documentación; no sólo fue ilegal, sino también inmoral, por obedecer a un chantaje inaceptable de Rabat.
El segundo error fue tratar a Haidar como una mujer pusilánime, dispuesta a ceder por un pasaporte español, unas vacaciones pagadas o unas palmaditas en la espalda, en lugar de como lo que es: una persona de principios que no se doblega ante nadie.
El tercer error de Moratinos fue haberse dejado engañar por su colega marroquí y haber soportado impávido las provocaciones de la diplomacia alauita, como la de exigir a Haidar que pidiera perdón a Mohamed VI si quería recuperar su pasaporte, peculiar procedimiento feudal que la convertía en súbdita, no en ciudadana.
En efecto, lo único que reclamaba la activista saharaui para abandonar su huelga de hambre era recuperar su pasaporte marroquí y regresar a El Aaiún, donde vive con sus hijos.
Nada era más razonable y, sobre todo, más irrenunciable desde la legalidad. Si ya resulta inaudito que un Gobierno retire el pasaporte a un compatriota y, al mismo tiempo, lo expulse del país, no lo es menos que España se preste a esa flagrante ilegalidad.
De ahí que la única solución aceptable al caso Haidar sea su repatriación. Si a los ojos de las autoridades marroquíes ha cometido algún delito, eso le corresponde decidirlo a la Justicia de ese país.
Aunque España y Marruecos están obligados a mantener buenas relaciones de vecindad, porque es lo que más conviene a sus respectivos pueblos, el Gobierno español no puede archivar a beneficio de inventario la humillación y el descrédito que le ha reportado por la inaceptable conducta del régimen alauita.
España, desde luego, no puede ser ni coartada ni cómplice de una conducta indigna con una mujer que ha demostrado tener más coraje que los dos gobiernos juntos.