La huida de los inmigrantes, un lastre en la recuperación económica de Libia

La huida de los inmigrantes, un lastre en la recuperación económica de Libia
. EFE/Archivo

Alertado y ayudado por sus vecinos, y con apenas lo puesto, Abraham -prefiere mantener oculto su apellido- afirma que abandonó el pasado mayo el taller de reparación de coches que regentaba en el oasis libio de Sebha.

Oculto en la parte trasera de una furgoneta y con unos cientos de euros en el bolsillo, emprendió la huida hacia Trípoli tan pronto como se recrudecieron los combates entre las milicias rebeldes y las fuerzas leales al entonces líder libio Muamar al Gadafi.

Cuatro meses después, Abraham deambula sin oficio entre decenas de barcos de pesca oxidados en el puerto de Sidi Beler, a unos 20 kilómetros al oeste de la capital, junto a más de un millar de inmigrantes subsaharianos que han quedado atrapados en el conflicto.

«Lo hemos perdido todo. No tenemos trabajo y no podemos salir a la calle porque tenemos miedo. Necesitamos una solución urgente», explica a Efe este nigeriano de ojos tristes.

Su historia es la misma que la de la decena de compañeros que, tumbados en colchones raídos y a la sombra de sábanas claveteadas sobre el casco de los barcos, tratan de aventar el calor húmedo del Mediterráneo.

Acuciado por la situación en su país de origen -Nigeria- y con la carga de sustentar a su familia, cruzó clandestinamente varias fronteras para buscar fortuna en este país norteafricano, donde los inmigrantes son la principal fuerza laboral.

No existen cifras exactas, pero las diferentes estadísticas que se manejan apuntan a que antes de que prendiera la insurrección, vivían en Libia más de un millón y medio de inmigrantes legales, y otro medio millón de indocumentados.

Procedentes de Egipto y de la mayoría de los países del África subsahariana, constituían la principal fuerza laboral de un país en el que la población autóctona no supera los seis millones de habitantes.

«Los inmigrantes son esenciales para el funcionamiento del país. Los libios no trabajan. Es cierto que aquí había mucho paro, pero el problema es que los libios solo quieren ser jefes», explica a Efe Mohamad Bani, catedrático de estadística de la Universidad de Trípoli.

«A mí me gustaría que la futura Libia se pareciera a Malasia. Un estado islámico en el que todos trabajan juntos para tener mejor vida», agrega.

La ausencia de los inmigrantes es palpable en Trípoli, donde pese a que los comercios están avituallados, los restaurantes no funcionan porque han perdido a sus cocineros egipcios y las calles están sucias porque no hay suficientes subsaharianos para llenar las partidas de barrenderos.

Nada más declararse la guerra, decenas de miles de inmigrantes de todas las naciones empaquetaron lo que pudieron, agarraron sus documentos y colapsaron las fronteras.

Muchos se quedaron en los países vecinos con la esperanza de regresar un día.

Sin embargo, otros no lograron salir, ya fuera porque no sintieron una urgencia inmediata o porque en realidad eran inmigrantes indocumentados llegados de forma ilegal para tratar de saltar a Europa.

Con el recrudecimiento de las hostilidades, la situación de los subsaharianos empeoró, ya que los rebeldes iniciaron una especie de «caza de brujas» con tintes racistas en busca de supuestos mercenarios de Gadafi.

En los días posteriores a la toma rebelde de la capital, miles de ellos fueron arrestados de forma indiscriminada, hecho que desató el pánico y les obligó a esconderse o a hacinarse en lugares protegidos como Sidi Beler.

«Lo primero que debe hacerse es garantizar su seguridad y sus derechos», explica a Efe Sami Cheung, responsable de la Agencia de Naciones Unidas de ayuda al refugiado (ACNUR) en Trípoli.

«Después, discriminar quien es mercenario y quien no. Y después, las autoridades deben iniciar una campaña pública que anule la animadversión y permita que se reintegren en la sociedad», agrega.

Parece una misión titánica. Abraham asegura que perdió los papeles en la precipitada huida y que para él, como para sus colegas de encierro, regresar a sus países no es una opción.

La mayoría alegan las condiciones económicas y de seguridad de sus países de origen, como Somalia, Chad o Nigeria, pero otros, como el propio Abraham, apelan a una sentimiento de orgullo de hombre africano.

«Yo salí hace cuatro años de mi casa para alimentar a mi familia. Como voy a volver así, con las manos vacías, sin nada que ofrecer», afirma.

Abraham insiste en que tampoco quiere volver a trabajar en Libia porque tiene miedo y que quiere que le lleven a un tercer país «para poder trabajar».

Otros, como NaeNae, un joven de Ghana, son más optimistas. «Yo les digo a mis compañeros que todo pasará, y que pronto volveremos a nuestra vida», apostilla.

Javier Martín

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