Faltan medicamentos para ayudar a aquellos con síntomas de abstinencia, mientras se multiplican los centros de rehabilitación sin licencia
La nyaope, también conocida como whoonga, vio emerger su poder destructivo cuando en Sudáfrica empezó a haber un importante excedente de antirretrovirales que se utilizan para tratar el VIH.
Se levantó entonces, -de ello hace unos siete años-, un mercado negro que poco a poco ha ido encontrando una oscura salida: utilizar estas pastillas contra el sida para que, mezcladas con heroína de baja calidad, veneno para ratas y marihuana en polvo, enganchase a los estamentos más pobres merced a su bajo precio y a su alto poder adictivo. Y lo han logrado; de sobra.
A día de hoy son miles las personas que se han convertido en ese país en verdaderas esclavas de esta mortífera droga que se fuma y que crea un hábito descomunal y que está desatrozando las vidas de las familias que habitan, sobre todo, los sectores más pobres de los municipios que rodean Johannesburgo y Pretoria, zonas muy afectadas además por el desempleo.
Según informa ‘The Global Post‘, el precio de una dosis es de apenas tres dólares el ‘porro’, lo que da una idea del problema.
Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica, ha reconocido que la nación se está convirtiendo en «esclava de drogas como la nyaope», lo que contribuye de paso al aumento a marchas forzadas de la delincuencia y la violencia doméstica.
CLÍNICAS QUE NO DAN ABASTO
Una clínica de rehabilitación del Consejo Nacional Sudafricano sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (SANCA) en Vereeniging, cerca de Johannesburgo, da cuenta de 63 personas sometidas a tratamiento para curar esta adicción en abril, 134 personas en junio y 223 personas en agosto, aunque son sólo cifras oficiales.
El caso es que mientras las autoridades sanitarias dicen que faltan medicamentos para ayudar a aquellos con síntomas de abstinencia, florecen por doquier los centros de rehabilitación sin licencia de Johannesburgo. Y es que no hay quien dé abasto ante la creciente demanda de las familias que buscan ayuda desesperadas.
El testimonio de Mpho, una joven de 23 años, que confiesa al citad diario que se ha convertido en esclava de esta droga es sólo uno de tantos:
«Tuve que robar y vender mi cuerpo para poder comprarla. Solamente quería ser feliz».