Stephen McGown estuvo cinco años secuestrado por al Qaeda en África

La espantosa confesión del banquero que estuvo 5 años cautivo de Al Qaeda

"Pensaba en mi familia, si todavía me estaban esperando y si estaban vivos"

La espantosa confesión del banquero que estuvo 5 años cautivo de Al Qaeda
Stephen McGown BBC Mundo/Getty Images

Era una noche clara y fría en el desierto del Sahara y Stephen McGown yacía de espaldas mirando las estrellas.

Cubriéndose con una manta rastreaba las constelaciones que aprendió cuando era niño en Sudáfrica.

«Estas podrían ser las vacaciones de mi vida», pensaba, «si no fuera porque soy rehén de al Qaeda».

Era principios de 2017 y el quinto año de cautiverio para este banquero que vivía en Londres.

Cada día, Stephen se levantaba cuando salía el sol para la oración del amanecer, que realizaba arrodillado en la arena junto a un compañero también rehén, Johan, y sus secuestradores yihadistas.

A continuación, se servía un desayuno con pan y leche en polvo, y luego los rehenes volvían a dormir o a hacer ejercicio.

«Éramos libres de movernos por un área del tamaño de un estadio de fútbol», recuerda Stephen.

Pero si ibas demasiado lejos, eras reprendido y las caras amistosas se volvían muy serias».

El almuerzo era espagueti o arroz que se servía con carne de cabra, oveja o camello.

Los rehenes a menudo cocinaban para sí mismos sobre el fuego de leña porque los yihadistas preferían que su comida «nade en aceite de cocina».

Luego pasaban la parte más calurosa del día descansando en sus cabañas, aprendiendo y recitando el Corán.

«A menudo rezaba en mi tienda de campaña porque si recitaba con los secuestradores se reían, ya que no pude aprender bien los sonidos árabes», dice Stephen.

Más tarde, Stephen se ponía a trabajar para mejorar su aabuugi, una choza que construyó a partir de ramas de árboles rotas. Con poco para concentrarse, se había vuelto obsesivo.

«Probaba si era mejor tener una mayor o menor ventilación, con o sin hierba en la entrada e intentaba diferentes formas de reducir el resplandor en la arena», dice.

Por la noche todos se relajaban y Stephen se esforzaba por socializar con sus captores.

«Hacían té y miraban videos de al Qaeda o, a veces, escuchaban la radio francesa».

Hubo momentos en que necesitaba mi espacio. Me cansaba de que vagabundeen y bromeen sobre la muerte y las decapitaciones».

Después de la última oración del día se iban a dormir.

«Pensaba en mi familia, si todavía me estaban esperando y si estaban vivos».

El viaje

Cinco años antes, Stephen y su esposa Catherine estaban planeando dejar su apartamento en Putney, en el suroeste de Londres, para regresar a Johannesburgo.

La pareja se conoció en 2006 y se casaron un año después.

Stephen trabajaba en un banco, mientras que Catherine era terapeuta del habla infantil y trabajaba para el Servicio Nacional de Salud.

Ambos disfrutaban de su vida en Reino Unido.

«Teníamos un gran grupo de amigos e íbamos al campo los fines de semana», dice Stephen.

Stephen también se subía a su preciada motocicleta, con una caña para ir a pescar a Surrey.

En 2011, a sus treinta, la pareja había decidió regresar a Sudáfrica, donde ambos habían crecido, ya que estaban listos formar una familia.

Stephen también quería establecer un negocio para exportar aceite de jojoba de la granja de su padre.

Mientras Catherine planeaba el regreso a casa, Stephen se subió a su motocicleta para una «última gran aventura» por Europa y África.

La idea le vino a la cabeza después de ver el documental de viajes de Ewan McGregor y Charley Boorman, Long Way Down, en la BBC.

Cath dijo que podría tomarme para mi viaje seis meses, pero no más».

Salió de Reino Unido el 11 de octubre de 2011 y viajó por Francia y España hasta Gibraltar, donde cruzó a Marruecos.

Luego hacia Mauritania antes de dirigirse al este, hacia Mali, el 9 de noviembre.

Gran parte del viaje lo compartió con un motociclista holandés llamado Fokke, aunque se separaban ocasionalmente si Stephen se detenía a hacer observación de aves.

Después de llegar a la capital de Mali, Bamako, la pareja planeaba continuar hacia Burkina Faso hacia el sur, pero a último momento decidieron tomar un desvío y unirse a algunos turistas que se dirigían a Timbuctú.

«Estaba un poco alejado de mi ruta pero pensé que podía ir, obtener una foto y continuar», dice Stephen.

Llegó a la antigua ciudad comercial un día antes que Fokke, cuya moto se había roto en el camino.

Luego Stephen se registró en un hotel de viajeros barato con Sjaake y Tilly Rijke, una pareja holandesa que conoció en Marruecos.

A ellos se unieron un turista sueco llamado Johan Gustafsson y un viajero alemán de nombre Martin.

El 25 de noviembre, los turistas se levantaron temprano y salieron a caminar por Timbuctú.

Al regresar al hotel, Stephen decidió relajarse en el patio cuando un grupo de hombres entró corriendo por la puerta.

Un hombre tenía una pistola y otro se quedó en la entrada con un Kalashnikov. Pensé que podrían ser policías».

En la confusión, Stephen escuchó a Tilly gritar para que todos se echaran al piso.

Luego él fue arrastrado hacia un auto detrás de Sjaake y Johan.

«El alemán se resistió y luego escuché disparos desde la parte trasera del auto», dice Stephen.

«Y les dije a quienes estaban conmigo: ‘Creo que mataron a Martin'».

En el desierto

Malcolm McGown estaba en su casa en Johannesburgo cuando sonó el teléfono.

Esperaba escuchar la voz de su hijo. «Nos habíamos comunicado por Skype unos días antes desde Malí», dice Malcolm.

«Recuerdo que dijo: ‘Papá, no estoy buscando ser un héroe. Si algo parece peligroso, me subo en el próximo avión a casa'».

Pero en cambio, era una mujer holandesa, la madre de Fokke.

«Ella me preguntó si yo era el padre de Stephen. Entonces me dijo que habían sido secuestrados por al Qaeda», dice Malcolm.

«Yo estaba en shock. No sabía qué hacer».

Después de darle la noticia a su esposa, Beverley, Malcolm llamó a algunos departamentos gubernamentales que encontró en la guía telefónica, aunque no obtuvo respuesta.

Malcolm llamó entonces a su hija que se estaba quedando en Londres con la esposa de Stephen, Catherine.

«No dormí mucho en los primeros días», dice Catherine.

«Fue frenético, pero tenía mucha esperanza. Pensé que serían solo unas pocas semanas antes de volver a ver a Steve».

De vuelta en Mali, Stephen era trasladado en un auto por el desierto. «Nos llevaron hacia el norte en un viaje de unas 15 horas», dice Stephen.

Los tres rehenes fueron forzados a acostarse en el auto. Stephen terminó con un ojo ensangrentado tras rebotar contra el arco de la rueda, mientras Sjaake se lastimó las costillas.

La esposa de Sjaake, Tilly, logró escapar del secuestro escondiéndose en el albergue.

«El viaje no se parecía real», dice Stephen.

«Tengo doble nacionalidad y cuando me di cuenta que tenía mi pasaporte británico en el bolsillo, se me heló la sangre. Sabía lo que les había sucedido a otros rehenes británicos en el pasado».

Stephen, Sjaake y Johan fueron dejados en algún lugar del desierto del Sahara en el norte de Mali.

Les dijeron que habían sido secuestrados por la organización militante islámica al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

El grupo se formó de las organizaciones islamistas que luchaban contra el gobierno argelino en la década de 1990.

Secuestraban ciudadanos occidentales en el norte de África y los intercambiaban por prisioneros islamistas o dinero.

«Nos dijeron en muy mal inglés que no nos matarían. Pero tal vez lo hicieron para que no causáramos problemas e hiciéramos lo que ellos querían. Estábamos petrificados», dice Stephen.

Esa primera noche mataron a un animal frente a nosotros y recuerdo haber pensado, ‘Sí, ese voy a ser yo'».

Cuando los secuestradores se encontraron con el pasaporte británico de Stephen, comenzaron a rezar y a inclinarse en la arena.

«Estaban muy contentos y emocionados. Les expliqué que yo era sudafricano y que había nacido y educado allí, pero se referían a mi como británico, lo que me asustó».

Los tres rehenes estaban custodiados por unos 17 yihadistas que portaban armas, incluidos kalashnikovs y granadas de mano.

Tenían que pedir para ir al baño y eran encadenados por las noches.

Cada dos semanas, cuando los trasladaban de un campamento a otro, les vendaban los ojos.

Las primeras semanas las pasaron hablando de si vivirían o morirían, en qué lugar podrían estar y en un potencial escape.

«Pero luego hablamos sobre cómo eso pondría a los demás en peligro, que no hablamos el idioma o no sabíamos dónde encontrar agua».

Mientras que Johan pensaba que las negociaciones podían llevar años, Stephen y Sjaake eran más optimistas.

También lo era el padre de Stephen, Malcolm, que se reunió con el coronel de la policía sudafricana responsable de buscar a los rehenes.

«Era posible que recapturaran a los rehenes rápido y tendríamos a Stephen de vuelta en febrero o marzo de 2012», dice Malcolm. «Luego hubo un golpe de estado en Mali y todos los planes se cancelaron».

La vida en cautiverio

En marzo de 2012, el gobierno de Mali fue derrocado.

Simultáneamente, los tuaregs (pueblo de tradición nómada del desierto del Sahara) tomaron el control de las ciudades y pueblos del norte.

Luego, los grupos yihadistas, incluido al Qaeda, les arrebataron el poder. El caos significó que el vínculo con los secuestradores se había perdido.

Luego, en julio, se publicó en YouTube un video que mostraba a Stephen y Johan. Tenían barbas largas y cada uno sostenía un sobre.

«Hoy recibí esta carta de mi país. Estoy saludable y me están tratando bien», dice Stephen en el video.

La carta había sido escrita por su familia, pero nunca llegó a leerla. Fue retirada tan pronto como las cámaras se apagaron.

Los rehenes hicieron al menos 15 videos, aunque solo unos pocos se distribuyeron al mundo.

«Llegaba un tipo y nos contaba cómo estaban las negociaciones. Luego nos decía que les pidamos ayuda a ciertas personas y que agradezcamos a otras», dice Stephen.

Stephen tomó la decisión de construir una relación con sus captores.

Decidí que no quería entrar en el Sahara como una persona equilibrada y salir enojado y odiando a la gente».

Esta fue una de las razones por las que decidió convertirse al islam seis meses después de su cautiverio.

«Yo también era cristiano y muchas de las historias en el islam son las mismas. La religión me dio estabilidad en el desierto», dice.

Sjaake y Johan también se convirtieron y todos notaron una mejora inmediata en la forma en los que los trataban.

Rezaban y comían junto a sus captores, quienes también les enseñaban árabe clásico para ayudarlos a comprender el Corán.

Sin embargo, nunca les enseñaron el dialecto hassaniya, que los secuestradores hablaban entre sí.

La siguiente vez que llegó una carta desde su casa, a Stephen le permitieron leerla. «Realmente me sentí bien y que todos enviaban su amor», dice.

«Mi esposa me dijo que había ido a una boda de unos amigos nuestros y se unió a un club de corredores. Dijo que hacían todo lo posible por liberarnos».

En enero de 2013, las tropas francesas ingresaron a Mali. Rápidamente recapturaron Gao y Timbuctú.

Esta fue la «hora más oscura» de Stephen, un momento en el que creía que nunca sería liberado.

Pensó que pocos gobiernos considerarían negociar con al Qaeda mientras luchaban contra las fuerzas occidentales en Mali.

Nadie iba a pagar por mí porque eso significaba más dinero para los yihadistas».

Los rehenes ahora eran trasladados semanalmente por al Qaeda y Johan decidió intentar escapar.

«Pensé que estaba loco. Parecía no entender África y sus distancias. Lo trajeron de vuelta al día siguiente», dice Stephen.

Stephen y Sjaake fueron acusados de conspirar con Johan.

A pesar de sus negativas, les sacaron los pocos artículos personales que tenían.

Estaba furioso ya que Johan fue el único de nosotros tres que más tarde recuperó sus cosas».

Un año después, a Sjaake lo separaron de Stephen y Johan sin explicación. Los guardias no revelaron dónde lo llevaron.

Stephen continuó negándose a creer las frecuentes afirmaciones de sus captores de que pronto sería liberado.

«Te emocionas. Entonces te das cuenta de que algo salió mal y tocas fondo», dice.

A Stephen le preocupaba que su familia se olvidara de él y que su esposa siguiera adelante.

«Quería lo mejor para Catherine. Estábamos en la edad en que queríamos hijos», dice.

«No quería limitar su vida y decidí que si conocía a otro hombre tendría que aceptarlo. Casi esperaba que sucediera».

Dar pelea

Catherine volvió a Johannesburgo y estuvo haciendo todo lo posible para seguir adelante con su vida.

Controlaba el tiempo que pensaba en su pasado con Stephen y evitaba mirar fotos de vacaciones.

«Pude aferrarme a un hilo delgado de esperanza a pesar de que la situación era muy triste», dice.

Mientras tanto, el padre de Stephen intentaba impulsar las negociaciones sobre la liberación de su hijo.

Decidió que necesitaban un negociador independiente, pero tomó algunas malas decisiones tratando de encontrar uno.

«Pagábamos dinero a hombres que decían ser influyentes y tenían buen acceso cuando no lo tenían», dice.

Malcolm se encontró con una organización benéfica llamada Gift of the Givers, que había negociado con éxito con al Qaeda en Yemen para la liberación de la sudafricana Yolande Korkie.

El fundador de la organización benéfica, Imtiaz Sooliman, accedió a ayudar.

Su primer intento de negociar a través de la oficina de la organización benéfica en Mauritania no tuvo éxito, pero se alegró cuando al Qaeda lanzó otro video de prueba de vida de Stephen en junio de 2015.

«El video decía que los captores querían hablar», dice Sooliman.

Hizo un llamado por radio en Sudáfrica para ver si un maliense podría actuar como negociador sobre el terreno.

Un hombre llamado Mohamed Ehie Dicko respondió y un mes después fue enviado a Mali.

«Le dije que hiciera conocer su presencia y su propósito en todo Mali», dice Sooliman.

En una semana, Dicko fue contactado por alguien relacionado a al Qaeda.

«Es un proceso largo que lleva tiempo. Los mensajes se transmiten de persona a persona a lo largo de una cadena, no por teléfono o correo electrónico», dice Sooliman.

En noviembre de 2015, un nuevo video apareció en el que Stephen agradeció a la organización benéfica por trabajar para su liberación.

«Para mi esposa y mi familia, estoy bien y espero que estén muy bien en casa. Se me informó que pronto podré verlos. Creo que hay una organización sudafricana que intermedia en la liberación», dijo en el video.

Sin embargo, Stephen estaba realmente lejos de estar bien. Había perdido 15 kg y dice que sus músculos se habían atrofiado haciéndolo lucir como un hombre de 80 años.

Después de recibir el nuevo video, Sooliman lanzó una ofensiva de seducción a las personas que vivían cerca de los campos de al Qaeda en el norte de Mali.

La organización caritativa comenzó a comprar ganado para las comunidades, así como a proporcionar alimentos y cavar pozos de agua.

Finalmente, los líderes de la comunidad acordaron hablar con al Qaeda sobre la liberación de los rehenes. Pero, luego las negociaciones se estancaron de nuevo.

«Los adultos estaban convencidos, pero los jóvenes de al Qaeda dijeron que no se podía permitir porque sentaría un precedente», dice Sooliman.

Malcolm continuó luchando por la liberación de Stephen. Al mismo tiempo, estaba cuidando a su esposa que tenía una enfermedad pulmonar grave.

«Fue difícil pero cuidé de ella lo mejor que pude», dice Malcolm.

Le entregó una carta al presidente sudafricano, Jacob Zuma, en la que resumía su caso y le suplicaba que lo ayudara.

En diciembre de 2016, Stephen recibió en el desierto una carta del gobierno sudafricano.

«Los yihadistas estaban muy entusiasmados con la llegada de esta carta y querían saber lo que decía», dice Stephen.

La carta informaba que su madre estaba muy enferma y que el gobierno le pedía a al Qaeda que lo liberara por motivos de compasión.

Los captores parecieron decepcionados por la noticia.

Luego, en junio de 2017, a Stephen le dijeron habían liberado a Johan.

«Me alegré, ya que demostraba que las negociaciones podían funcionar y las personas podrían ser liberadas», dice Stephen.

Un año antes, él y Johan habían oído el rumor de que Sjaake había sido liberado por soldados franceses. Esto significaba que Stephen era el último en cautiverio.

Luego, en julio, le dijeron que él también sería liberado. «No lo creí», afirma.

Pero unos días más tarde lo llevaron en un viaje en auto de dos días y medio por el Sahara.

Finalmente, el automóvil se detuvo en una carretera asfaltada justo antes de Gao.

«Mi conductor se volvió hacia mí y me dijo: ‘Eres libre, puedes irte'», dijo Stephen en una conferencia de prensa.

Stephen supuso que el conductor estaba bromeando.

Llegó otro auto y Stephen se cambió de uno al otro. Fue en ese punto cuando se dio cuenta de que era libre.

Al fin, libre

Stephen regresó a Johannesburgo el 29 de julio de 2017 después de un chequeo médico y una reunión informativa.

No se le permitió hablar con su familia en su viaje a casa y comenzó a preocuparse por lo que se iba a encontrar.

Cuando estaba a 10 minutos de su casa, le dijeron que su madre había muerto solo dos meses antes.

Nada tenía sentido para mí. Recuerdo haber pensado: «¿Qué debería sentir ahora? ¿Debería estar llorando?'»

Aunque había estado libre por unos días, a su padre y esposa solo se les dijo de su liberación una hora antes de que llegara a casa.

«Vi a mi padre primero desde el auto. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No lo podía creer», dice Stephen.

«Simplemente fue maravilloso. Lo abracé y lo sentí como una roca», dice Malcolm.

Stephen luego entró a la casa donde Catherine estaba empacando una maleta de ropa para llevarlo al aeropuerto.

«Vino corriendo sin darse cuenta de que yo ya estaba allí, hablando a un millón de km por hora», dice Stephen.

Y luego se cubrió la cara con las manos, se acurrucó y lloró».

«Se veía tan hermosa y me tomó por sorpresa. Fue tan bello verla».

«Él estaba muy diferente, pero tenía la misma gran sonrisa», dice en cambio Catherine.

«Tenía el pelo largo y rizado, no era lo que yo había imaginado, y vestía ropa del desierto, lo que me confundió».

Image caption Cuando Stephen regresó, se veía muy diferente a la última vez que su familia lo había visto. (Foto: Gift of the Givers)

Catherine llamó a Sooliman para avisarle que Stephen había vuelto.

«Me conmovió ver el sufrimiento que mi familia había vivido en los últimos años», reconoce Stephen.

Stephen no estaba seguro de por qué fue liberado, pero se enteró que The New York Times informó que hubo un pago de US$4,2 millones del gobierno de Sudáfrica.

Los funcionarios sudafricanos lo negaron rotundamente.

Sea lo que haya pasado, Stephen está profundamente agradecido con todos los que trabajaron para su liberación.

Asegura que su desafío ahora es resolver cómo volver a su vida anterior.

«Veo a mi papá, mi esposa y mi hermana, y es como si nos hubiéramos visto ayer, pero hay un gran agujero negro de seis años», asegura

Me siento inseguro y es difícil entender cuál es mi lugar ahora».

Stephen enfrentó dificultades prácticas, desde desbloquear cuentas bancarias viejas hasta recibir tratamiento médico para la espalda y ojos dañados por el sol.

Pero son las consecuencias psicológicas las que lo tomaron por sorpresa.

La euforia inicial tras ser liberado fue reemplazada por un «torbellino de pensamientos y emociones», que espera que se calmen pronto.

También lucha con la «sobrecarga de información» después de sus años en el desierto, y le resulta difícil conectarse con otras personas.

«Para mis amigos, una pequeña charla sin sentido es: ‘¿No está bueno el café?’. Para mí, sería: «Fue terrible la tormenta de arena de anoche», ejemplifica.

Su inglés también está un poco oxidado. «Es difícil encontrar las palabras correctas», describe.

A pesar de sus preocupaciones, su esposa dice que, en esencia, es la misma persona.

«Todavía me hace reír y me encanta», asegura ella.

Stephen dice que aprecia ahora más las cosas cotidianas, como entrar a la casa durante una tormenta eléctrica o refugiarse a la sombra de los árboles cuando hace calor.

Planea hacer viajes en bicicleta con su padre. «Quiero llevarlo, ya que será bueno para su salud», dice Stephen.

«Tuvo que hacer malabares con su negocio, la enfermedad de mi madre y mi secuestro, pero él es el tipo más positivo. Es un increíble modelo a seguir».

Cuando estaba en el desierto, Stephen estaba decidido a no convertirse en una persona con un «caparazón», un objetivo que llevó consigo a Sudáfrica.

«No quiero volverme de piel gruesa», dice. «Ahora soy más comprensivo y compasivo si las personas tienen problemas».

«Espero no caminar por la vida sin ver lo que me rodea», concluye.

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