Merecemos algo más que el sistema Sitel, las largas colas ante los arcos de seguridad de los aeropuertos o los escáneres que nos ponen en pelotas
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Un año más, por desgracia, arrancamos bajo la psicosis del miedo generalizado a los atentados terroristas y, según dicen los que afirman entender de esto, no parece que nos vayamos a librar de esta tremenda lacra en el corto plazo.
Los Gobiernos parecen criaturas que se echan a temblar ante cualquier rebrote de violencia y siempre apelan a las restricciones de la libertad del ciudadano común o a la invasión de su intimidad como recetas de eficacia indiscutible. ¿En serio les estamos pagando para esto?
Yo creo que los ciudadanos normales merecemos algo más que el sistema Sitel, las largas colas ante los arcos de seguridad de los aeropuertos o los escáneres que nos ponen en pelotas, con lo cual los poderes públicos ya tienen nuestro desnudo al completo: el físico del escaneo y el personalísimo de nuestras conversaciones telefónicas.
Ya sé que lo fácil es decir amén y aguantarse; pero, como yo tengo tendencia a lo difícil, me resulta muy complicado creerme que todas estas grandes potencias que dicen gobernarnos sean tan absolutamente ineptas como para no haber barrido del mapa a toda esta patulea de fanáticos que, aprovechándose una vez más de la incultura les meten en vena sobredosis de Alá, de hipernacionalismo o inhibidores de la racionalidad.
De verdad me cuesta mucho creer en tanta ineficacia y no me quiero conformar con las alternativas que me dan. Me interesa la Policía para que persiga y, si es necesario, acabe con los malos, no para transformar mi patria ni el mundo en una ratonera policial.
Tiene que haber necesariamente soluciones más eficaces y contundentes de las que aplican. Cada vez estoy menos seguro de que no esté detrás de todo esto una mano invisible, pero terriblemente monstruosa que quiere apretarnos el corazón para tenérnoslo siempre en un puño.
Recomiendo, por eso, el inconformismo más racional y crítico frente a estos gerifaltes que no son capaces de mejorar el mundo en que vivimos, salvo para ellos mismos.
NOTA.- este artículo se publicó originalmente en La Gaceta.