"Nunca vi el monstruo que ocultaba"

Este es Juan Carlos Sánchez Latorre, el ‘Lobo Feroz’ que violó a 276 niños

Habla Deixi Tapia dueña del ciber Vasedeca que frecuentaba Carlos Sánchez Latorre

Este es Juan Carlos Sánchez Latorre, el 'Lobo Feroz' que violó a 276 niños
Juan Carlos Sánchez Latorre RS

El puesto ocho del ciber era su favorito.

Frente a una computadora de carcasas negras, se sentaba cada día a transcribir textos, alistar presentaciones con diapositivas, editar videos para sus clientes o revisar su cuenta de Facebook, según recoge Gustavo Ocando Alex en BBC Mundo.

Siempre encaraba hacia la pared, concentrado con la cabeza gacha, hasta el punto de aislarse por completo del bullicio que le rodeaba. A su lado colocaba una bolsa de caramelos de leche, chupetas de sabores varios, galletas o globos multicolores.

Los reservaba para los niños que frecuentaban entre 2008 y 2009 aquel local de fotocopias, servicios detallados de internet y elaboración de trabajos universitarios, aún ubicado en la avenida Libertador de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, frente a una cancha de baloncesto y entre calles atestadas de comerciantes.

Sus edades oscilaban entre los siete y los 12 años. Los sentaba en su regazo o entre las piernas para mostrarles videojuegos en línea o abrirles cuentas en alguna red social con las cuales podían comunicarse luego.

Deixi Tapia, una mujer morena, simpática, entrada a sus cincuenta años y dueña del ciber Vasedeca, tiene la piel de gallina mientras recuerda esas escenas -que siempre le parecieron atípicas-, sentada en una silla de espaldar rígido en su negocio al mediodía del último día de enero.

Regañaba constantemente, sin éxito, a aquel hombre de origen colombiano, experto en computación y de actitud reservada que trabajó para ella durante 18 meses. De ello, hace 10 años. Lo conoció entonces como «Danilo Gutiérrez».

Las autoridades policiales y judiciales de Colombia tienen registros de su verdadera identidad: Juan Carlos Sánchez Latorre, nacido el 13 de septiembre de 1980 en El Espinal (Tolima), criado en Barranquilla y señalado en su país de 276 abusos a niños, niñas y adolescentes entre 2001 y 2006.

Fue capturado recientemente en Venezuela luego de que la policía lo buscara por más de cinco años.

«Yo sabía que él tenía algo que esconder, ¡yo sabía! Sabrá Dios cuánto desastre habrá hecho», declara su expatrona a BBC Mundo, aún en shock por los reportes recientes de diarios locales, que dan cuenta de su detención en diciembre pasado en el oeste de la ciudad y también de sus fechorías en el país vecino.

Había estado preso en la cárcel colombiana La Modelo entre marzo y noviembre de 2008, pero el Juzgado Séptimo Penal Municipal de Barranquilla ordenó su libertad por vencimiento de términos en el juicio en su contra por abusar de un niño de ocho años.

Era extraño que comprara tantos detalles para los niños cuando era conocido por su avaricia.

«Era muy miserable: no se tomaba un vaso de agua si había que comprarlo».

Discusiones y sospechas

Al principio, era un empleado versado en sus oficios de computación, respetuoso, que acataba cada directriz. Había hecho amistad con profesores y estudiantes de colegios y universidades cercanas, como la Unir.

«Él traía muchos clientes. Yo lo tenía observado».

Luego, comenzó a desafiarla en discusiones laborales y demostró poca paciencia con clientes, especialmente las mujeres.

Danilo‘ controlaba las computadoras a su antojo. Solo él manejaba sus claves. Y las desbloqueaba para que menores de edad las usaran, pese a que las ordenanzas de la ciudad prohíben la permanencia de niños o adolescentes en sitios con acceso a Internet.

La municipalidad sancionó al negocio por ello en dos oportunidades.

«Me echaba tierra en los ojos (engañaba) y lo volvía a hacer. Se le pegaba mucho a los niños, sobre todo a los varones», lamenta Deixi, escudriñando con la mirada a su derredor para ubicar el par de multas impresas, todavía adheridas con cinta adhesiva en las paredes del cyber.

Deixi quiso saber de sus pasos a medida de que sus suspicacias aumentaban y ordenó a un conocido a seguirle hasta su casa, a unas cuadras. Lo hizo en más de una ocasión.

«Se metía la gorra en la cabeza hasta que casi no veía, iba con la cara tapada. En la plaza Bolívar siempre andaba como con cinco o seis carajitos, niños de la zona».

La de hija Deixi le reprendía, entre chanza y celo, cada vez que lo veían en esas andanzas.

«¡Vos tenéis que ser violador!», le recriminaba en su cara.

«Y nos ponía la mirada fea».

En noviembre pasado, a solo unos días de que los funcionarios de Interpol y el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) lo detuvieran, Deixi se lo topó en una agencia bancaria del oeste.

«Danilo» le presentó como su esposa a Mariana, una veinteañera recién licenciada en Comunicación Social.

Su exjefa bromeó con que era la primera vez que le veía sin gorra.

Recuerda su respuesta:

«Uno va madurando. Uno va superando las frustraciones».

Bien portado tras la maldad

«¡Ya va! ¡Ese es Danilo!».

Mildred* interrumpió el corte de cabello de su cliente. Vio, sorprendida, cómo los detectives del Cicpc y la Interpol detenían y esposaban a uno de los cuatro inquilinos que residían en los cuartos superiores de su vivienda, en el sector Cumbres de Maracaibo de la Circunvalación 2, donde también administra su salón de belleza.

El hombre la miró con pena desde la patrulla, recuerda la mujer tras las rejas frontales de su hogar, pidiendo a su vez a la prensa que reserve su verdadero nombre.

«Pregunté por qué se lo llevaban y me dijeron que estaba solicitado por abuso a menores».

Una investigación de la Organización Internacional de Policía Criminal que inició en febrero de 2011 permitió dar con el paradero de Sánchez Latorre en Venezuela, informaron medios colombianos. El descifrado de computadoras de otro delincuente similar en México, conocido como Héctor Manuel Farías, fue clave.

El arresto ocurrió a las 10:00 de la mañana del viernes 1 de diciembre en la planta baja, justo enfrente de unas escaleras que anteceden a un piso de ocho habitaciones individuales, cada una en alquiler por 250.000 bolívares al mes. Los inquilinos solo comparten una cocina común.

Juan Carlos Sánchez Latorre residió durante «tres meses y pico» en una de esas habitaciones de 3×3 metros, baño individual y armario. Alguna vez pagó su renta con dinero en efectivo, escaso en Venezuela, y otras lo hizo mediante transferencias bancarias.

Mildred casi no lo trataba. Apenas lo saludaba frente a su hogar o le hacía encargos eventuales de comida cuando se dirigía hasta Los Plataneros, un mercado popular cercano.

La policía regresó horas luego para entregarle las llaves de las puertas del primer piso y de su cuarto. Se llevaron las ropas y pertenencias del detenido. Entre ellas resaltaban afiches de series infantiles, como los Power Rangers y los Caballeros del Zodíaco.

Danilo‘ nunca incumplió las normas de la residencia.

Mildred aún no se zafa de su sorpresa.

«Yo decía que tenía que ser una equivocación. A veces (los criminales) tratan de ponerse bien cuando han hecho tanta maldad».

Fuente original: BBC Mundo/Leer más

VÍDEO DESTACADO: Así le prendieron fuego a un presunto violador de menores en Guatemala

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