Los libros de texto recogen una historia deformada

En muchas escuelas de América, como en Cataluña, se enseña el odio a España

Como subraya 'ABC' en su editorial, validar una memoria ahora llamada democrática y sesgada por el interés político de quien la impone es la última lección que desde España recibe el indigenismo de Iberoamérica

En muchas escuelas de América, como en Cataluña, se enseña el odio a España
Hernán Cortés y el emperador Moctezuma. PD

El editorial de ‘ABC’ este 8 de agosto de 2021, te hiela el alma: «Manuales contra España».

Y lo tremendo, lo acongojante, lo doloroso, es que desvela una tremenda verdad, porque en las escuelas de América ya enseña a los niños el odio a los españoles.

El ataque a la Corona con que el presidente de Perú -al quien Alvaro de Marichalar bautizó en Periodista Digital como ‘Sombrero Luminoso’– agradeció la presencia del Rey en su reciente toma de posesión no es más que la última muestra del proceso de perversión de la historia con que el populismo iberoamericano trata desde hace décadas de identificar de manera burda y falaz a los responsables de los males que padecen los países en los que opera y medra.

La estrategia clásica de señalar y demonizar a un enemigo exterior, culpable de cualquier mal doméstico, no ha sido suficiente para la izquierda hispanoamericana, que además de insistir en la amenaza que representa el denominado ‘imperialismo yanki’ ha recurrido a las coordenadas del tiempo para viajar al pasado e, impregnada de indigenismo, cargar contra la empresa desarrollada por Castilla en aquellas tierras.

Quemar banderas estadounidenses da paso, así, a la profanación y el derribo de las estatuas de los conquistadores y de los prohombres que civilizaron y evangelizaron las Indias hace más de quinientos años. En pleno siglo XXI, el terreno está abonado para la barbarie.

Es la escuela, como sucede en las comunidades autónomas en las que el nacionalismo trata de borrar y desvirtuar cualquier huella de España y de romper los seculares vínculos que nos unen y hacen más fuertes, el estadio en el que se desarrolla una campaña de aversión cuyas primeras lecciones aparecen en los libros de texto, cuajados de espantos sobre la violencia, la explotación y el sometimiento que presuntamente marcaron la campaña americana de la Corona de Castilla.

Como López Obrador en México, o como Nicolás Maduro en Venezuela, Pedro Castillo sabe que las estatuas no caen solas. Han aprendido del independentismo y de sus políticas educativas, y también aprovechado la debilidad del Gobierno para vindicar y defender, ante cualquier agresión o delirio político, una herencia que en forma de historia compartida y legado universal tiene la obligación de defender como parte esencial de la nación.

Desde la Expo de 1992, en la que España mostró todos sus complejos culturales al celebrar el ‘encuentro’ entre dos continentes, ignorando de forma premeditada y pusilánime la magna obra que llevó a cabo en América, la posición histórica de nuestro país no ha hecho sino debilitarse, por acción u omisión, en las repúblicas americanas que afloraron en el siglo XIX. Dar validez institucional a una memoria ahora llamada democrática y sesgada en función del interés político de quien la impone es la última lección que desde España reciben los movimientos indigenistas de Iberoamérica.

Las verdades oficiales -aquí sobre la II República; allá sobre los pueblos precolombinos- se imparten desde la escuela en busca de un enemigo no ya exterior, sino anterior, pero perpetuado hasta el presente y cuya amenaza se prolonga hacia el futuro. La proyección exterior de la imagen de nuestro país, muy deteriorada por la diplomacia de Pedro Sánchez, no solo consiste en vender nuestro potencial económico entre los fondos de inversión, sino en adecentar un legado que está por los suelos y que nadie se molesta en recoger y reponer.

España llega tarde a una campaña de intoxicación similar a las que desde hace décadas ha tolerado en el interior de su propio territorio nacional, expresión trasatlántica de un indigenismo que lleva al extremo las quimeras de los independentistas catalanes y vascos, también impregnadas de etnicismo.

A la espera de que dentro y fuera de sus fronteras España empiece a tomarse en serio y abandone el pudor que le hace renunciar a su patriotismo, solo el esperpento de estos ataques a las mejores páginas de su historia puede debilitarlos.

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