El comandante Masud, guerrillero y jardinero

El comandante Masud, guerrillero y jardinero
. EFE/Archivo

A dos horas en automóvil al norte de Kabul, al pie de las cumbres nevadas del valle del Panjshir, hay una jardín con estampa de paraíso por sus frutales y rosales regados con canales de agua cristalina.

El asunto no tendría nada de particular si no fuera porque el creador de ese edén privado ha pasado a la memoria como el guerrillero mas indomable de un país que permanece devastado por mas de tres décadas sucesivas de conflictos armados.

Según el cuidador del jardín, Shah Noor, el comandante Ahmad Shah Masud encontraba reposo en el cultivo de plantas, lo que le permitía abstraerse de su feroz lucha contra los soviéticos y los talibán, con la que labró su leyenda de héroe nacional.

«A veces venía después de los combates y aunque estaba cansado se ponía a cortar los arboles o a ensayar sistemas de regadío, con lo que hallaba paz de espíritu», explica Noor, mientras pasea entre un grupo de manzanos plantados por el mito.

«En otras ocasiones se ocupaba del jardín después de reunirse en su despacho con sus lugartenientes para organizar nuevas ofensivas», agrega este antiguo guerrillero que asegura que se convirtió también en jardinero por una promesa.

«Prometí al comandante que si algo le pasaba me encargaría del jardín, y aquí estoy desde hace diez años», dice, en alusión al atentado suicida con el que Al Qaeda acabo con la vida de Masud en 2001, dos días antes de los ataques del 11-S.

Noor relata que tras el asesinato, su viuda, su hijo y sus cuatro hijas se fueron a Irán y que desde entonces se encuentra vacía la casa familiar, una mansión centenaria que se levanta junto al jardín, en la aldea de Sangalak, de dos centenares de vecinos.

«Solo vienen una vez al año y por poco tiempo», apunta el guerrillero reconvertido en jardinero, que subraya «el amor a la naturaleza que profesaba el comandante», un señor de la guerra que no por eso dejaba ser un «hombre educado, refinado, sensible».

«Su árbol favorito era ese», afirma Noor, señalando un nogal de hojas de un amarillo reluciente por el otoño.

«Lo plantó -anota-, hace treinta años».

Y apostilla: «lo mimaba como a un hijo».

Poco frecuentada por afganos y aun menos por extranjeros, Sangalak esta vigilada por una unidad militar apostada bajo una foto de Masud con un pakul, o boina tradicional tayika, que muchos han comparado a la de otro mito guerrillero, el Che Guevara.

La misma foto se puede contemplar a decenas lugares de un valle del que Masud hizo un feudo irreductible de la comunidad tayika, que durante más de dos décadas resistió aquí sin ceder a las acometidas del Ejército soviético y los milicianos talibán.

El acerbo popular atribuye ese éxito a las dotes de estrategia de quien aún es conocido localmente como «el comandante», que impidió primero la ocupación soviética en el área y cerró a continuación el paso a los talibán, que nunca lograron poner pie en el valle.

Tras la llegada de las tropas internacionales y la instauración de las nuevas autoridades afganas, su recuerdo como combatiente ha crecido a paso de gigante y en la actualidad el culto a su figura sólo es comparable al que se profesa al presidente, Hamid Karzai.

La devoción alcanza su paroxismo en el mausoleo que alberga sus restos en el centro del valle, de un mármol inmaculado, plagado de fotos del combatiente con su pakul y donde es incesante el peregrinaje de personas llegadas desde Kabul y el resto del país.

A media decena de kilómetros de su jardín secreto, una cúpula indica el lugar de la tumba, rodeada de carcasas de tanques ganados al enemigo por quien figura en la historia por su faceta de guerrillero, que le ganó fama y el apodo de «El león de Panjshir».

Por Alberto Masegosa

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído