Unos 2.000 alumnos se suicidan cada año en Corea del Sur, la mayoría a causa del estudio. Es que el Suneung, el examen al que se someten los surcoreanos, es verdaderamente «terrorífico», como se describe en el libro «Corea, dos caras extremas de una misma nación».
«Llevo 12 años preparándome para este examen que definirá el futuro de mi vida», le cuenta ansioso a Varsavsky el joven Park Ji Woo. Lo que describe este adolescente es la pesadilla de todo un país que se materializa el segundo jueves de cada noviembre, cuando casi todos los bachilleres surcoreanos se someten a este examen que es -literalmente- secreto de Estado. De su resultado depende a qué universidad acceda pero es mucho más que eso, «es el estatus mismo de cada surcoreano lo que está en juego».
En el libro, el periodista describe la dictadura del Suneung y la millonaria industria que la rodea. Los detalles son tan ridículos como preocupantes, según recoge Infobae.
SKY, cuenta, es la sigla de los ganadores, es el acrónimo de las tres universidades de élite : Seoul University, Korea University y Yonsei University.
En su recorrido, Varsavsky descubre los hagwons, una especie de gimnasios neuronales donde se internan a los adolescentes para que estudien casi bajo un régimen militar… sí, además del horario normal de colegio.
«Producimos hombres-maquinas de memorizar con baja capacidad de abstracción y creatividad, una mezcla entre deportistas del estudio con robots formados en un sistema muy competitivo. Y a esto se suma un alto costo: a muchos, a muchísimos, el estudio les cuesta la vida», dice Kim Myong, profesor de la universidad Hongik de Seúl y, a juzgar por el libro, uno de los pocos que se replantea el método casi dictatorial.
Sin castas establecidas, como los «leales, vacilantes y traidores» norcoreanos, lo que sí hay debajo del Paralelo 38 es «una sociedad hiper jerarquizada», en la que, según el autor, «el objetivo final es ser un hombre con estatus -que viene del dinero- para casarse con una mujer hermosa. Y si eres mujer -además de tu belleza- el nivel universitario cuenta para conseguir un marido rico. Si tu hijo fracasa en el estudio, has fallado como padre y algunos se suicidan».
El autor asegura que la vocación del surcoreano promedio es la de ingresar a un chaebol, esos conglomerados como Samsung, LG o Hyundai, las empresas que manejan literalmente todo, hasta el café que toman. Allí, dice, «se acelera la evolución hacia el homo-digital».
Es que la tecnología es una parte fundamental de la vida surcoreana. El autor describe su paso por «el microcosmos futurista» de la feria tecnológica Expo Yeosu, una especie de «disney con saltimbanquis, desfiles callejeros, big bands de jazz» donde pasan hombres volando sobre el agua al impulso de hidrojets. «Piso pasto que no es pasto y toco un biombo tradicional que resulta ser una pantala táctil. Veo robots de un hiperrealismo humano que aterra y después de cada interacción con alguien, me queda la pequeña duda de si habrá sido persona, androide u holograma», relata.
En su crónica sobre esta potencia del siglo XXI, la intoxicación digital se lleva un capítulo entero y el episodio más tétrico, pero revelador, sobre la adicción a internet que detalla es el del matrimonio de Kim Jea Beom y Kim Yun Jeong, de 41 años él y 25 ella.
Se conocieron jugando videojuegos en 2008, se casaron y tuvieron una hija, Sa -rang (Amor en coreano). La pareja era tan fanática de un juego de roles llamado Prius que dejaban a la pequeña sola toda la noche casi desde que nació para irse al PC Bang, unos cibercafé muy baratos donde los jóvenes surcoreanos escapan de los hagwons, para sumergirse en su vida virtual.
El 24 de septiembre de 2010 regresaron a casa a las 7 de la mañana y encontraron a la pequeña Amor muerta, tenía tres meses y pesaba 2,5 kilos, menos que cuando nació. La pareja fue capaz de cuidar su vida virtual pero no a su hija real. Por ser «adictos a internet» se los acusó de homicidio involuntario.
La experiencia de Varsavsky es el 50% del libro «Corea, dos cara extremas de una misma nación», la otra mitad es la aventura de otro periodista, Daniel Wizenberg, pero por el norte.
En su mitad, el autor desentraña lo que él llama la «República Samsung» y su contracara budista. Los particulares bares de gatos, donde los sobreocupados surcoreanos pagan una consumición para «mimar» a una mascota a la que nunca podrían tener en casa por falta de tiempo y los jjimjilbangs, unos modernos spas con salas de videojuegos, karaoke, cine, campito de golf, piscinas y donde todos duermen en salas comunales sobre un piso calefaccionado.
¿Quién resultará más feliz, el monje o el trabajador de un chaebol?, pregunta el autor. La respuesta del oficinista de una multinacional coreana es demoledora: «Para serte honesto, no estoy orgulloso de trabajar en una empresa que me absorve la vida. La niñez de mi hija la perdí completamente porque regreso a casa cuando ella duerme, y si te quejas te acusan de ser un comunista del norte. Yo admiro a los monjes porque pueden viajar, sin mujer, sin dinero, sin saborear un banquete y sin la obsesión por comprar el último smartphone. La empresa no me paga lo que merezco y ellos evaden millones; no tengo vacaciones suficientes para viajar, vivo con estrés y trabajo para pagar la educación de mis hijos, que al crecer repetirán esta rutina. La gran diferencia es que el monje no sufre por aquello que carece. ¿Quién creés entonces que es más féliz? ¿Él o yo?».
Esta honestidad brutal solo pudo ser posible en un bar… y con un interlocutor al borde de la embriaguez.
Fuente: Infobae/Leer más
VÍDEO DESTACADO: Así es Corea del Sur; sede del imperio Samsung