MUNDO INSÓLITO

Australia: Mundo Por qué en el país ‘perfecto’ no dura ningún gobierno

A pesar de encadenar 27 años consecutivos de crecimiento económico, y de ser una de las naciones más prósperas y con mejores condiciones de vida en el mundo, hace más de una década que los partidos políticos degluten a sus propios jefes

Australia: Mundo Por qué en el país 'perfecto' no dura ningún gobierno
Australia: Malcolm Turnbull, el último de una larga lista de primeros ministros que no pudieron completar su mandato. AU

Es un misterio casi tan grande como el de que Argentina, con los mayores recursos naturales del PLaneta Tierra, campos fértiles como níngun otro país, petróleo, varios premios Nobel en ciencias aplicadas y una población educada, mayoritariamente blanca y de emigración relativamente reciente, sea un completo fracaso.

Y se pregunta precisamente Darío Mizrahi en Infoabe, por Australia por qué en el país ‘perfecto’ no dura ningún gobierno.

Scott Morrison, del Partido Liberal, se convirtió oficialmente este viernes en el primer ministro de Australia. Es la sexta persona en ocupar el cargo en menos de diez años.

«Proporcionaremos la estabilidad, la unidad, el liderazgo y la resolución que el pueblo espera de nosotros», dijo al asumir, reconociendo los principales déficits de la clase política australiana.

Su copartidario Malcolm Turnbull había presentado la renuncia junto a 13 miembros del gabinete una semana antes, tras perder el apoyo de su propia fuerza, que gobierna desde 2013 como socia mayoritaria de la coalición que conforma con el Partido Nacional. Como resultado de una sucesión de sublevaciones internas, ningún premier puede completar su mandato desde 2007.

Turnbull pertenecía al ala izquierda del partido -que ocupa la centroderecha del espectro político-, y fue víctima de una ofensiva liderada por los sectores más conservadores, que tienen como máximo referente a su antecesor, Tony Abbott (2013 – 2015). Aunque faltaban meses para las elecciones generales, que tienen como fecha límite mayo de 2019, el congresista Peter Dutton impulsó una votación para removerlo.

Tras un intento fallido el martes 21, tuvo un éxito parcial el viernes siguiente: le alcanzó para desplazarlo, pero no para ser elegido él mismo como sucesor.

«Sedientos de sangre, los dirigentes de derecha que odiaban a Turnbull propagaron el mensaje de que la base del partido tenía que ser aplacada. Como los republicanos en Estados Unidos, son una minoría gris que eventualmente está saliendo de la demografía. Se casaron con la idea de que ellos son los verdaderos liberales, y que Turnbull es un laborista impostor.

En realidad es un social liberal que apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo y políticas contra el cambio climático», dijo a Infobae Mark Rolfe, profesor de la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad de Nueva Gales del Sur.

El eje que atraviesa esta guerra intrapartidaria es la disputa en torno a las políticas medioambientales. Un bando considera que son indispensables para alcanzar un desarrollo sostenible, pero el otro se aferra a los combustibles fósiles y niega sus riesgos.

«Esto llegó a un punto crítico con la propuesta de la Garantía Nacional de Energía, un plan que pretendía resolver algunos problemas de suministro energético, al mismo tiempo que imponía ciertos objetivos de cumplimiento obligatorio en las emisiones. Eso hizo enojar a la facción de la derecha dura, que niega el cambio climático, así que amenazaron con votar en contra. Turnbull cambió la legislación dos veces en tres días para apaciguarlos, pero fue visto como una señal de debilidad, así que no cedieron».

Eso explica Stewart Jackson, profesor del Departamento de Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad de Sydney, consultado por Infobae.

Así se desencadenó la votación para sacar del medio a Turnbull, que terminó anunciando su retiro de la política. Como premio consuelo, consiguió que Scott Morrison, un aliado, se impusiera a Peter Dutton.

Pero Turnbull no es una simple víctima. Había ganado las elecciones de 2016 -en Australia se vota cada tres años-, pero era primer ministro desde 2015, tras impulsar él mismo una revuelta parlamentaria contra Tony Abbott. Ahora le devolvieron la gentileza.

Si todo esto ocurriera en un país de instituciones políticas y económicas frágiles, acostumbrado a las crisis y a que las cosas no funcionen, nadie se sorprendería demasiado. Lo curioso es que sucede en una de las naciones más prósperas y estables del planeta.

Australia tiene el envidiable récord de 27 años ininterrumpidos de crecimiento económico, que le permiten tener un PIB per cápita de 55.707 dólares, el décimo a nivel mundial. Aún mejor está en términos de desarrollo humano: tiene un índice de 0.939, sólo superado por Noruega.

Tres ciudades australianas están entre las diez que ofrecen mejor calidad de vida en el planeta, según el ranking que elabora la Unidad de Inteligencia de The Economist. Son Melbourne -que durante muchos años ocupó el primer lugar y que ahora bajó al segundo-, Sydney y Adelaida.

Además de ser un país con mucho bienestar, Australia tiene una democracia muy consolidada desde hace varias décadas, con escasa conflictividad política. Está entre los diez más libres del mundo según Freedom House, y entre los diez en los que más se respeta el Estado de derecho, según el World Justice Project.

«Quizás esta sea la contradicción de ser exitoso -continuó Jackson-. Tal vez, si Australia estuviera en apuros, habría un sentido más fuerte de trabajar para cambiar, y el electorado entendería la necesidad de, por ejemplo, algunas medidas de austeridad. Pero hay una expectativa de que el Estado provea a los ciudadanos bienes y servicios como electricidad, transporte y comida, y que sean baratos. Aunque los gobiernos no puedan regular todo eso, los votantes consideran que si un partido no lo hace está trabajando mal, sin importar si las condiciones presupuestarias son malas».

Un sistema político atrapado en luchas internas

El liberal John Howard es el último primer ministro exitoso que tuvo Australia. Gobernó cuatro mandatos seguidos, entre 1996 y 2007. Ese año, la Coalición Liberal/Nacional perdió las elecciones con el Partido Laborista, liderado por Kevin Rudd.

«Turnbull era el líder liberal en 2009 y estaba dispuesto a trabajar en un acuerdo bipartidista con los laboristas para dar una respuesta al cambio climático. Pero eso desató una revuelta de los conservadores, para quienes la negación de este problema es parte de su identidad, aunque sea irracional. Turnbull perdió el liderazgo a manos de Abbott, que promovía que Australia siguiera exportando carbón para la generación de electricidad. Así se terminó la cooperación entre los partidos, y Rudd cayó dramáticamente en las encuestas», contó John Murphy, vicedecano de la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Melbourne, en diálogo con Infobae.

En junio de 2010, cuando faltaban pocos meses para las elecciones generales en las que buscaría un nuevo período de gobierno, Rudd enfrentó una rebelión partidaria. Julia Gillard, la viceprimer ministra, lo desafío a una votación interna para revalidar su liderazgo. Él aceptó, pero al darse cuenta de que iba a perder, prefirió renunciar. Comenzaba la era de inestabilidad que perdura hasta hoy.

«Rudd empezó siendo muy popular, pero maltrataba a muchos de sus colegas partidarios. Cuando su popularidad se evaporó, ya casi no tenía apoyo al interior del partido. Resentido tras su renuncia, se dedicó a debilitar el gobierno minoritario de su sucesora», dijo a Infobae Geoffrey Levey , profesor de ciencia política en la Universidad de Nueva Gales del Sur.

Tras un progresivo deterioro en las encuestas, el Partido Laborista volvió a sacudirse en junio de 2013. Convencidos de que serían derrotados por la Coalición si Gillard era la candidata en los comicios, le pidieron que dé un paso al costado. Ella desafío a sus rivales a enfrentarla en una votación partidaria.

Rudd vio la oportunidad de vengarse y aceptó el reto. Ganó el ex mandatario y logró recuperar el cargo que le habían arrebatado. Pero se mantuvo menos de tres meses en el poder, porque el laborismo fue derrotado por Abbott en las elecciones de septiembre.

Australia no debería permitirse esa incesante rotación de líderes políticos, aunque probablemente se deba a que es tan estable y exitoso que logra resistirlo

«Gillard sufría en las encuestas por ser la usurpadora -dijo Rolfe-. También por haber introducido un impuesto al carbón, a pesar de que durante la campaña había prometido que no iba a hacerlo. Esas y otras malas decisiones afectaron su credibilidad».

La Coalición tenía la posibilidad de demostrar que las conspiraciones internistas en el gobierno eran una enfermedad laborista, pero no pudo. En una muestra de que el problema se instaló en el sistema político australiano, los liberales repitieron la misma secuencia. Turnbull desplazó a Abbott en 2015, y ahora le tocó a él. La pregunta es quién será el próximo.

«Abbott nunca había sido una figura popular y necesitó pocos meses como primer ministro para despertar mucho rechazo, luego de renegar impúdicamente de muchas de sus principales compromisos electorales. No pudo ganar apoyo en ninguna franja del electorado y gran parte del país quería que el Partido Liberal lo destituya. De todos modos, permaneció en el Parlamento e hizo todo lo posible por frustrar el liderazgo de Turnbull».

La crisis de los partidos australianos

«Es tentador decir que esto se debe al narcisismo de las pequeñas diferencias -continuó Levey -. Las riñas intestinas por el liderazgo son un síntoma de que los partidos tienen pocas convicciones políticas, que no están dispuestos a negociar a cambio de ganancias de corto plazo. No ayuda que tengamos ciclos electorales de tres años en lugar de cuatro o de más. Australia no debería permitirse esa incesante rotación de líderes políticos, aunque probablemente se deba a que es tan estable y exitosa que logra resistirlo».

Si bien no impacta de la misma manera en todas partes, el debilitamiento de los partidos es un fenómeno que se repite a escala global. Organizaciones que eran muy estructuradas y tenían un ordenamiento ideológico, se volvieron mucho más frágiles y personalistas.

«El fin del comunismo y el declive de la la socialdemocracia tradicional desbloquearon a los partidos. Alrededor del mundo y en Australia, el conservadurismo y el socialismo están en un alboroto ideológico en relación a sus significados», sostuvo Rolfe.

La crisis tampoco afecta por igual a todos los partidos. «Los liberales no pueden ajustarse al nuevo mundo de política social, identitaria y medioambiental -dijo Murphy-. Por derecha, lo está socavando el partido xenófobo Una Nación. Los laboristas son más estables, pero por izquierda los están minando los verdes, que son más progresistas en todo».

Más allá de los problemas partidarios, es evidente que Australia está atravesando una crisis por la sucesión de líderes que demostraron no estar a la altura. Hay que esperar un poco más para saber si es una circunstancia coyuntural o un fenómeno estructural.

«Rudd era reconocido como un micromanager y un pendenciero, así que no lo querían muchos sus colegas parlamentarios. Abbott fue muy exitoso como líder de la oposición, pero no hizo bien la transición a primer ministro. Turnbull parecía un buen líder, pero muchos en su partido pensaban que realmente no pertenecía. Entonces, ningún primer ministro desde John Howard pudo dejar su sello en su partido ni en su gabinete, lo cual llevó a esta política tan díscola».

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