Ha dado la vuelta al mundo. En julio pasado, durante una tranquila mañana de viernes, estalló el caos en un colegio en el noreste de Malasia, según recoge el autor original de este artículo Heather Chen en BBC News, Malasia y comparte Francisco Lorenson para Periodista Digital.
Siti Nurannisaa, una estudiante de 17 años, se vio en el centro de ese pandemonio.
Este es su recuento de lo que ocurrió.
Sonó la campana para la asamblea escolar.
Yo estaba en mi escritorio y me sentía somnolienta cuando sentí una fuerte palmada en mi hombro.
Volteé para ver quién era y el cuarto se oscureció.
Tuve miedo. Sentí un dolor agudo en la espalda y la cabeza comenzó a darme vueltas. Caí al piso.
Sin darme cuenta empecé a mirar el «otro mundo». Escenas de sangre y violencia.
Lo más escalofriante que vi fue una cara de maldad absoluta.
Me estaba persiguiendo, no podía escapar. Abrí la boca y traté de gritar pero no me salió ningún sonido.
Me desmayé.
El arrebato de Siti provocó una gran reacción en cadena que afectó toda la escuela.
En cuestión de minutos, estudiantes en otros salones comenzaron a gritar. Sus frenéticos llantos hacían eco a través de los corredores.
Los maestros y estudiantes de la escuela secundaria nacional Ketereh (SMK Ketereh) en Kelantan se encerraron aterrados dentro de los salones de clase.
Llamaron a curanderos espirituales islámicos para que llevaran a cabo sesiones para rezar en grupo.
Al final de ese día, se determinó que 39 personas habían resultado afectadas por un brote de «histeria colectiva».
Enfermedad psicogénica de masas
La histeria colectiva, o enfermedad psicogénica de masas, como también se le conoce, es la rápida propagación de síntomas físicos, como hiperventilación entre un grupo sustancial de personas, sin ninguna causa orgánica verosímil.
«Es una respuesta colectiva de estrés que provoca una estimulación excesiva del sistema nervioso», afirma el sociólogo médico y autor estadounidense Robert Bartholomew.
«Podemos compararlo con un problema de software».
Los mecanismos detrás de la histeria colectiva a menudo son mal entendidos y no están catalogados en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés).
Pero psiquiatras como el doctor Simon Wessely del Hospital King’s College en Londres lo ven como «una conducta colectiva».
Derechos de autor de la imagen Joshua Paul para la BBC Image caption Se determinó que 39 personas habían resultado afectadas por un brote de «histeria colectiva» en el colegio.
«Los síntomas que se experimentan son reales: desmayo, palpitaciones, dolor de cabeza, náusea, temblores e incluso convulsiones», dice.
«A menudo es atribuido a un trastorno médico, pero para el cual no se encuentran explicaciones biomédicas convencionales».
La transmisión, agrega el experto, «se debe principalmente a factores psicológicos y sociales».
Brotes como este se han registrado en todo el mundo, con casos que datan incluso de la Edad Media.
Los incidentes en Malasia fueron particularmente prevalentes entre trabajadores de fábricas durante los 1960.
Hoy, estos afectan principalmente a niños en colegios y dormitorios.
Robert Bartholomew pasó décadas investigando el fenómeno en Malasia y llama al país del sureste de Asia «la capital mundial de la histeria colectiva».
«Es una nación profundamente religiosa y espiritual donde muchas personas, especialmente de los estados rurales y conservadores, creen en los poderes del folclore tradicional y sobrenatural».
Pero el asunto de la histeria sigue siendo un tema sensible.
En Malasia los casos han involucrado, más que a ningún otro grupo, a las adolescentes de la mayoría étnica musulmana malaya.
«No se puede negar que la histeria colectiva es un fenómeno abrumadoramente femenino» dice Bartholomew.
«Es la única constante en la literatura (académica)».Derechos de autor de la imagen Joshua Paul para la BBC Image caption Un experto llama a Malasia «la capital de la histeria colectiva en el mundo».
Rodeado de exuberantes arrozales, el tranquilo poblado malasio de Padang Lembek está ubicado en las afueras de la capital de Kelantan, Kota Bharu.
Es una pequeña y unida comunidad donde todos se conocen.El tipo de lugar que hace a muchos malasios recordar cómo era su país antes.
Hay restaurantes y salones de belleza administrados por familias, una mezquita y buenas escuelas locales.
Siti y su familia viven en una modesta casa de un piso.
Una vieja motocicleta que comparte con su mejor amiga, Rusydiah Roslan, que vive cerca, está estacionada en el exterior.
«Nos fuimos en la moto la mañana cuando me vi poseída por espíritus», dice Siti.
Igual que a otros adolescentes, Siti ha sufrido estrés.
Dice que le afectó más durante su último año escolar en 2018, a medida que se acercaban los importantes exámenes.
«Me preparé durante semanas, tratando de memorizar mis notas pero algo estaba mal», dice.
«Sentí como si nada se me quedara en la cabeza».
El incidente en el colegio durante el período de estudio en julio dejó a Siri incapaz de dormir o comer apropiadamente.
Tuvo que descansar durante un mes para poder volver a la normalidad.
Un brote de histeria colectiva a menudo comienza con lo que los expertos llaman «un caso índice», la primera persona que se ve afectada.
En esta historia, esa persona es Siti.
«No ocurre de la noche a la mañana», afirma Robert Bartholomew.
«Comienza con un niño y después rápidamente se propaga a otros debido a una exposición a un ambiente bajo presión de estrés».
Y todo lo que se necesita es alcanzar un punto máximo de ansiedad en una situación de grupo, como ver a un compañero de clase que se desmaya o tiene una convulsión, para que se desencadene una reacción en otra persona.
Rusydiah Roslan nunca olvidará haber visto a su mejor amiga en ese estado.
«Siti estaba gritando sin control», dice.
«Nadie sabía qué hacer. Incluso teníamos miedo de tocarla».
Las niñas siempre han estado muy unidas pero los eventos del año pasado pusieron presión en su relación.
«Ayuda hablar sobre lo que ocurrió», dice Rusydiah.
«Nos ha ayudado a seguir adelante».
«Los llantos eran ensordecedores»
Desde el exterior, SMK Ketereh es igual a cualquier otra secundaria de Malasia.
Hay árboles gigantes que dan sombra a las instalaciones y sus muros están recién pintados de gris y amarillo brillante.
Makcik Zan, que administra un puesto de platillos de arroz estaba preparando la comida hace un año cuando escuchó los gritos.
«Los llantos eran ensordecedores», dice la anciana vendedora. (Leer la historia completa BBC)