Obama tendrá que jugársela al decidir la estrategia de Afganistán
«Es la naturaleza de Afganistán que no hay cosa que funcione como esperan los extranjeros, y sin duda ese ha sido el caso de las pasadas elecciones presidenciales.» Así arranca el excelente artículo de David Ignatuis en el Washington Post.
Este el artículo completo:
Serie nueva de quebraderos de cabeza en la guerra contra los Talibanes.
La administración Obama ha hablado de Afganistán como la guerra «buena» (en contraste con la «mala» de Iraq), donde más efectivos estadounidenses y una estrategia inteligente dieron sus frutos. Pero enderezar Afganistán no será tan fácil como parecía antes.
A medida que los legisladores pertinentes volvían esta semana a Washington tras el parón de agosto, sopesaban el enigma Afganistán. ¿Debe respaldar el Presidente Obama una estrategia amplia de contrainsurgencia que intentaría levantar una estabilidad a largo plazo protegiendo a la población afgana y promoviendo la reconciliación política? ¿O debe optar por un enfoque de lucha contra el terrorismo más estricto y menos caro que utilizaría armas punteras para evitar que Al-Qaeda reconstruya sus refugios?
Obama no ha decidido por qué enfoque se decanta, ni tampoco sus principales asesores. El General Stanley McChrystal, el mando en Kabul, acaba de remitir su recomendación de una estrategia más amplia – lo que casi seguro se traduce en más tropas el año próximo. Mientras tanto, el Vicepresidente Joe Biden y muchos miembros del Congreso vienen pidiendo un enfoque más limitado. Algunos críticos han advertido que éste podría ser «el Vietnam de Obama.»
¿Cómo debe pensar Obama en tan crucial decisión de la política exterior? Una respuesta obvia es que antes de comprometerse al objetivo genérico de la estabilización de Afganistán, debe confiar en que Estados Unidos tiene más posibilidades de éxito que los dos aspirantes anteriores, Gran Bretaña y la Unión Soviética.
Leer la historia de Afganistán es preocupante, por decirlo diplomáticamente. El relato de Peter Hopkirk «The Great Game» documenta la incapacidad del Imperio Británico, con todas sus tropas, riqueza y disciplina imperial, a la hora de someter a las tribus ferozmente independiente de Afganistán. El libro pone de manifiesto la arrogancia de los halcones británicos, que argumentaban que las posibles amenazas a la soberanía británica debían ser confrontadas con una estrategia agresiva «hacia adelante» en la cordillera del Hindu Kush.
También entonces había una formación más cauta. Abogaba por el enfoque «hacia atrás» para defender la India: dejar que los invasores se agotaran por el camino; si lo hacían más allá de Afganistán, podían desplegarse a tiempo defensas adecuadas. Esto se conoce como la escuela de la «inactividad magistral», y probablemente estaba en lo cierto.
Los partidarios de McChrystal argumentan que la comparación con los británicos o los soviéticos está fuera de lugar. «Nadie ha intentado nunca la contrainsurgencia en Afganistán», afirma un alto funcionario. «Los británicos no intentaron proteger a la población afgana, y los rusos ciertamente tampoco.» Este funcionario advierte que el objetivo de McChrystal no es reconstruir Afganistán como «democracia Jeffersoniana del siglo XXI,» sino algo más realista: «Nuestro objetivo es lograr algo superior a Somalia, pero por debajo de Bangladesh».
Para tener una dosis de estrategia McChrystal (el documento en sí sigue clasificado), revisé la guía de contrainsurgencia que ha redactado para sus tropas. El titulo reza: «La protección de la población es la misión. El conflicto se va a ganar persuadiendo a la población, no destruyendo al enemigo».
La solución en Afganistán no es la potencia de fuego de elevado calibre, sostiene McChrystal, sino las herramientas amables y discretas de la contrainsurgencia. En efecto, «una fuerza militar, culturalmente programada para responder de manera convencional (y previsible) a los ataques, es comparable al toro que enviste repetidamente al burladero del matador – sólo para cansarse y, eventualmente, ser derrotado por un adversario mucho más débil».
La doctrina de contrainsurgencia por la que aboga McChrystal ha dado lugar a una nueva generación de oficiales militares. La he visto en acción en los puestos avanzados de Irak y Afganistán, y es imposible no quedar impresionado por la dedicación y hasta el idealismo de sus defensores. Sin embargo, hay pocas pruebas concretas de que funcione en un país tan grande y pobre como Afganistán. Hasta en Irak, los éxitos atribuidos a la contrainsurgencia se debieron tanto al soborno de los líderes tribales y el asesinato de los insurgentes como al fomento de proyectos de desarrollo y de la confianza.
Obama tendrá que jugársela al decidir la estrategia de Afganistán. El enfoque genérico de McChrystal es arriesgado, pero también lo es la limitada alternativa contra el terrorismo que Biden entre otros viene defendiendo. Siendo sinceros, el enfoque del contraterrorismo armado es lo que venimos haciendo – y no ha funcionado.
Ésta puede ser una de esas situaciones de caos en las que el mejor curso es disparar y hablar a la vez – una estrategia basada en la idea de que podemos fortalecer a nuestros amigos y ensangrentar a nuestros enemigos lo suficiente como para que, en algún punto del camino, podamos llegar a un acuerdo.
© 2009, Washington Post Writers Group