El comandante Nidal Hassan avisó de que iba a asesinar

La corrección política mata

No alertaron del peligro, por temor a ser señalados como islamófobos

La Administración Obama y sus medios dijeron que no había que prejuzgar

La corrección política mata. El comandante Nidal Hassan, que hace algunas semanas asesinó a 13 personas en una base militar en Texas y dejó con secuelas de por vida a varias decenas, dio abundantes pruebas ante superiores y subordinados, en esa base y en su destino anterior en el hospital militar Walter Reed, de que estaba loco… loco por la yihad.

Como psiquiatra en el Walter Reed convertía las sesiones con sus pacientes en sesiones de proselitismo y las conversaciones con otros oficiales en alegatos contra la política exterior americana o en advertencias de que los infieles deberían ser decapitados mientras se vierte aceite hirviendo por sus gargantas.

Entre tanto, asistía a la misma mezquita que dos de los terroristas del 11-S y anunciaba sus propósitos en páginas web radicales. Muchos oficiales que conocían sus intenciones declinaron llamar la atención sobre ellas por temor a ser señalados como islamófobos.

Hassan gritó en el momento de abrir fuego «¡Allah Akbar!» y durante meses intentó -no se sabe si consumó -establecer contacto con Al Qaeda. Todos estos elementos son conocidos de las autoridades americanas.

Todos miraron para otro lado y aún lo hacen. Por ejemplo, la mayoría de los medios de comunicación americanos. Originalmente, cuando no se conocía la identidad del asaltante, apenas podían disimular su alborozo a la hora de apuntar la masacre al mítico «trauma de la guerra», o sea a la cuenta ilimitada de George Bush.

Cuando se conoció, la culpa pasó a ser de otros oficiales que habían herido los sentimientos del asaltante.

Luego, cuando los indicios se acumularon sobre la naturaleza radical y políticamente motivada de los asesinatos, la Administración Obama y sus medios dijeron que no había que prejuzgar.

No se sabe aún si Hassan se había sacado el carné de socio de Al Qaeda o se quedará en meritorio, pero tanto si su relación con Al Qaeda emerge como si se queda en un acto individual, es el atentado terrorista más grave en EE UU desde el 11 de septiembre y enteramente imputable a la cultura orwelliana de la que participan en Estados Unidos el establishment político y mediático (y, tristemente el propio Ejército) obamita y obamizante, cuya idea del terrorismo es que se acabará cuando las víctimas dejen de ofender con su existencia a los verdugos.

Un miembro del gabinete, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, afirmó, con los cadáveres de las víctimas aún calientes, que temía que se produjeran incidentes de animosidad contra la comunidad musulmana.

Al parecer, la secretaria Napolitano, de corazón sangrante hacia incidentes hipotéticos de intolerancia que no han ocurrido ni hay base para pensar que lo hagan, tiene seco el lagrimal y el ademán adusto por las docenas de asesinados por un crimen de odio inconcebible.

La corrección política mata y después de matar insulta a los muertos.

NOTA.- Álvaro Samaniego es diplomático publicó inicialmente esta columna en el diario La Gaceta.

 

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