Y en la oficina de Solana se recogieron sus efectos personales para dejar espacio a la británica Catherine Ahston
La remodelación que se está produciendo ahora mismo en la cúpula de la Unión Europea deja sin lugar ni quehacer a uno de los más activos altísimos funcionarios que ha tenido en los últimos años, el español Javier Solana.
Después de su doble cargo de secretario general de la OTAN y de «míster Pesc», o máximo representante de la diplomacia comunitaria, a Javier Solana le ha correspondiendo el tiempo de la actividad privada y en las últimas semanas se ha venido especulando con su «fichaje» por una de las grandes empresas españolas de servicios.
Pero todavía este lunes, en Bruselas, la pregunta más repetida que recibía era qué programa tenía para este 2 de diciembre, primer día de su nueva vida. ¿Qué haré mañana? pues salir a correr como todos los días, coger un avión e irme a mi casa.
¿Y después? Después no lo sé, añadía. En efecto, tras diez años trabajando como la representación de la política común europea en el mundo, Javier Solana cerraba ayer, a los 67 años, su agenda en Bruselas.
Por ella ha pasado literalmente todo el mundo, desde los sucesivos presidentes y secretarios de Estado norteamericanos hasta el del último país de África.
Recién llegado de Pekín, donde asistió a la cumbre semestral UE-China, su última reunión ayer por la tarde fue con el presidente serbio, Boris Tadic, al que despidió como el representante de un país con el que tengo una relación muy especial.
No en vano, con Serbia, Solana ha pasado por todas las etapas. La ha bombardeado cuando era secretario general de la OTAN y hasta el último momento ha sido el mayor defensor de su ingreso en la UE.
Les ha dejado como herencia el anuncio de que antes de Navidad podrán viajar a la Unión sin visado, como en los tiempos de Yugoslavia, recordó Tadic.
Y es que el primero de diciembre fue un día especial en Bruselas porque entraba en vigor el Tratado de Lisboa, que cambia para siempre muchos de los mecanismos políticos de la UE.
Los ministros de Interior se afanaban para dejar aprobados varios asuntos antes de que el Parlamento tenga poderes para fiscalizarlos.
Y en la oficina de Solana se recogieron sus efectos personales para dejar espacio a la británica Catherine Ahston, a la que el veterano socialista le dirá en público «buena suerte y esas cosas; lo que le tenga que comentar ya se lo diré en privado… Pero consejos no le daré, porque no los necesita».
¿Qué se puede decir de uno de los más internacionales de los españoles en la última década -con Baltasar Garzón, con Plácido Domingo o con el mismísimo Rey don Juan Carlos-?
Esencialmente, que ha conseguido un grado de respetabilidad como muy pocos otros dirigentes de Europa y se ha hecho digno de confianza de jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo durante toda una década. Y que ha llegado a ser un funcionario de altísimo nivel que tuvo en sus manos y en su decisión los problemas más graves o las más altas decisiones.
El ha recordado, en sus horas finales de Bruselas, los bombardeos que hubo de ordenar sobre la antigua Yugoslavia, como secretario general de la OTAN, así como el ingreso en la UE de varios de los Estados que nacieron en aquella misma antigua Yugoslavia. Tiempos convulsos y decisiones para la historia de Europa..