Las solteras representan el grupo electoral más fiel, por detrás de los afroamericanos
Hombres y mujeres de formas incontables, desde el interés deportivo a sus opiniones del control de armas de fuego, pasando por lo tostada que les gusta su hamburguesa. No supone ninguna novedad decir que también hay discrepancias en el sentido de su voto: los candidatos Demócratas tienden a tener más apoyo entre las electoras, y los Republicanos salen mejor parados entre los caballeros. Se trata de la alardeada «diferencia entre sexos», paso obligado de la cobertura de las presidenciales durante las tres últimas décadas por lo menos.
Por alguna razón prosperó enseguida la idea de que esta divergencia iba a ser un filón para los izquierdistas. «La brecha es el Gran Cañón de la política estadounidense» afirmaba exultante en el año 1983 la estratega Demócrata Ann Lewis. «Es amplia, es profunda y es hermosa». Pero fueron castillos en el aire: de las ocho últimas presidenciales, los Demócratas apenas han ganado tres. La brecha es real; simplemente no tiene gran repercusión.
En la política estadounidense es mucho más contundente la brecha matrimonial. Los casados se decantan por los Republicanos al tiempo que los solteros prefieren a los Demócratas. Allá por 2004, USA Today aconsejaba a sus lectores una forma fácil de predecir si una mujer tenía intención de votar a Kerry o a George W. Bush: «Fíjese en el anillo». Hoy es una regla nemotécnica todavía más precisa.
Un sondeo de la Universidad Quinnipiac llevado a cabo este mes sugiere lo importante que es la brecha en las esperanzas de reelección del Presidente Obama. Entre los votantes a nivel nacional, concluye, la ventaja de Obama sobre Mitt Romney es ajustada, 46 por ciento frente a 43 por ciento. Rascando la superficie, sin embargo, aparece una división acusada. Entre los casados, Romney lleva una ventaja cómoda de 13 enteros, el 51% frente al 38%. Pero Obama disfruta de una ventaja todavía mayor entre los solteros, 54% frente a 34%. Las solteras en particular se ponen de parte del presidente: le apoyan 2 a 1 frente a Romney.
Es esa «brecha cavernosa», concluye el sondeo de la Quinnipiac, lo que mantiene a Obama por delante de Romney por un pelo. La brecha se abrió de forma todavía más sinuosa en 2008, cuando Obama se llevó un extraordinario 70 por ciento del voto de las solteras. «Me enamoré de Obama», cantaba Amber Lee Ettinger con 26 años en una de las sensaciones de Internet con más visitas aquel año. La «Obama Girl» no fue la única.
Las cifras son claras. Las solteras, uno de los sectores demográficos de mayor crecimiento, ya representan la cuarta parte de los votantes. Constituyen «el grupo electoral Demócrata más fiel por detrás de los afroamericanos», escribe la analista de Washington, Jessica Gavora, y atraerlas a las urnas constituye una prioridad acuciante de los estrategas de Obama. Eso explica la acusación exagerada de los Demócratas de que el Partido Republicano libra «una guerra contra la mujer». Y explica el montaje de la campaña Obama «Life of Julia», una exposición en Internet que retrata a una mujer que cosecha los beneficios de los programas públicos en las diferentes etapas de su vida. Con la ayuda de «las políticas del Presidente Obama», Julia recibe una educación, tiene trabajo, acceso a la sanidad pública, educa a un hijo, abre una empresa y se jubila cómodamente. Todo, al parecer, menos casarse.
¿Qué explica la brecha del matrimonio? ¿Por qué, observa el editor jefe de Gallup Frank Newport, el matrimonio es un indicador de opiniones conservadoras al tiempo que la soltería un augurio de opiniones más izquierdistas?
Una razón podría ser que la gente más conservadora es más proclive a casarse. Parece ser el caso de los círculos religiosos. La mayor incidencia del matrimonio guarda relación con una asistencia a la iglesia más frecuente; el compromiso religioso resulta ser a su vez un indicador solvente de la afiliación política.
Pero si ser conservador lleva a algunos a casarse, el matrimonio puede conducir a otros a ser más conservadores. La asesora Demócrata Anna Greenberg ha reparado en que con el matrimonio y la paternidad, surgen experiencias que decantan a la derecha a los electores — empiezan a preocuparse, por ejemplo, de la exposición de los chavales al sexo y la violencia en la cultura popular.
«Al mismo tiempo», escribía Greenberg en 2006, «las solteras se cuentan entre los grupos económicos más marginales del país… profundamente preocupadas por su seguridad económica». Sin marido que proporcione protección financiera adicional, «Julia» puede considerar tranquilizadora la perspectiva de recibir ayudas del estado desde la cuna hasta la tumba. El sector demográfico que algunos estrategas Demócratas han bautizado como SAFs — acrónimo de «solteras preocupadas» — tiende comprensiblemente a ser más receptivo a las promesas Demócratas. Las casadas pueden ser más proclives a considerar el estado del bienestar, con su disparatada deuda y sus elevados impuestos, algo contrario a la seguridad económica de sus familias. Eso induce a muchas, a su vez, a votar a los Republicanos.
Son solamente tendencias genéricas, por supuesto, no normas establecidas. Es fácil encontrar Demócratas de extrema izquierda que están casadas y solteras Republicanas conservadoras. Pero no hay muchas dudas de que la brecha del matrimonio constituye una fuerza política creciente. La decadencia del matrimonio como institución puede no ser sana para la sociedad. Pero para el Partido Demócrata resulta ser desde luego un beneficio imprevisto.