Al contribuyente cada puesto de trabajo le está saliendo por 9,8 millones de dólares.
El devastador dato del empleo conocido la otra semana empujaba a la administración Obama a advertir que «no hay que fijarse demasiado» en esos indicadores de la marcha de la economía. Hay que reconocer el mérito del agnosticismo estadístico de esta administración. Después de todo, con un récord que incluye 41 meses seguidos de paro en el ocho por ciento o peor, Obama no puede decir de forma solvente que ha hecho algo por promover el empleo. Ese fracaso resulta todavía más contundente con la aprobación por su parte del programa de creación de empleo – el llamado «empleo verde».
Tras haber promocionado el empleo ecológico como la ola del futuro, el presidente y sus aliados legislativos se aseguraron de que la batería de medidas de estímulo económico por valor de 800.000 millones de dólares incluyera 70.000 millones en inversión en proyectos de energías renovables. Ahora pueden verse los resultados, y el empleo verde de Obama ha resultado ser una burbuja.
Los cálculos del Laboratorio Nacional de Energías Renovables, dependiente del Departamento de Energía, demuestran que hasta la fecha se han gastado casi 9.000 millones de dólares en empleo verde, y el gobierno ha creado solamente 910 puestos de trabajo fijos nuevos. Para los que hagan la cuenta, al contribuyente cada puesto de trabajo le está saliendo por 9,8 millones de dólares.
Tan catastrófica es la rentabilidad de esta inversión que la administración Obama ha tenido que crear la categoría exclusiva de «empleo verde» incluyendo unos puestos de trabajo vinculados a los proyectos de renovables sólo de forma casual – empleos que van desde los trabajadores de la construcción empleados en montar las infraestructuras de los generadores eólicos y los paneles solares a los empleados de mantenimiento contratados para limpiar esas instalaciones.
Por si la trayectoria de Obama en materia de creación de empleo nacional no fuera lo bastante nociva, resulta que gran parte de los fondos asignados a los empleos verdes han terminado en el extranjero.
El Taller de Estudio del Empleo, de la Universidad Americana, señala que de los primeros 2.000 millones de dólares destinados a proyectos de energías renovables como empresas de energía eólica, hasta el 80 por ciento termina en lugares del extranjero como China. La mayor participación con diferencia se destinó a una empresa australiana en quiebra que utilizaba generadores de fabricación japonesa para construir una granja eólica en Texas. El Estado todavía gastó otros 20 millones en «colaborar en proyectos de renovables en África».
En la campaña electoral Obama le gusta burlarse de Mitt Romney como «el deslocalizador de empleo en jefe», pero sus planes de empleo han resultado ser lo más eficaz a la hora de transferir dinero estadounidense a proyectos extranjeros. El senador Demócrata Chuck Schumer – que no tiene nada de partidista anti-Obama – resume de forma idónea el dudoso logro de esta administración: «Unos cuantos empleos aquí, empleos a patadas en China».
Considerando el fracaso estrepitoso y caro del empleo verde, habría que preguntarse en qué momento esta causa ojito derecho de la izquierda ecologista se convirtió en política nacional. Como se demuestra en el nuevo libro The New Leviathan, desde luego no es porque los razonamientos económicos a favor del empleo verde sean muy convincentes. A pesar de las promesas atribuidas al empleo ecológico por parte de Obama, los puestos de trabajo tienen una base mitológica, a saber, que el Estado puede «crear» empleo a base de ordenanzas y subvenciones a la innovación – a las tecnologías de ahorro energético y los combustibles no fósiles en este caso – con inventos para los que no hay todavía suficiente demanda en el libre mercado.
La escasez de demanda puede explicarse por el hecho de que las fuentes de energía verde siguen siendo mucho menos eficaces y muchísimo más caras que los combustibles fósiles. El empleo verde también es económicamente contraproductivo, al destruir puestos de trabajo en el sector privado. Esto se debe a que para hacer competitiva la industria de las energías renovables, el Estado tiene que subvencionarlas, y para hacerlo tiene que gravar a consumidores y empresas – exactamente igual que hizo con la batería de medidas de estímulo económico. Pero al conceder privilegios al sector de las renovables, el Estado está desviando mano de obra, capital y materiales de sectores productivos y económicamente eficientes.
La experiencia de los países europeos en el empleo verde resulta instructiva. Las subvenciones españolas a las renovables han conducido a la destrucción de dos puestos de trabajo en el sector privado por cada «empleo verde» que creó el gobierno. En Italia, el empleo verde salió tan caro que por cada puesto de trabajo verde creado, de cinco a siete puestos de trabajo en la economía general fueron destruidos. El experimento de América con el empleo verde está arrojando resultados comparablemente decepcionantes.
El apoyo del gobierno al empleo verde no tiene tanto que ver con los motivos detrás de estos programas como con la influencia política de los grupos que los apoyan. Como se señala en el libro The New Leviathan, a pesar de ser económicamente nocivos e ineficaces, la campaña del empleo verde se ha encontrado con un poderoso electorado en Estados Unidos: la alianza entre los colectivos ecologistas y los sindicatos de funcionarios públicos. Aunque pueden no parecer aliados evidentes, el empleo verde aporta una contundente causa común.
Los grupos ecologistas esperan hacerse con la financiación pública de las causas ecológicas que llevan tiempo defendiendo, al tiempo que los sindicatos saben que un sector ecológico masivo nuevo financiado por el Estado abre la puerta a una mayor sindicalización del sector público. Aliados en un matrimonio de conveniencia, estos colectivos han constituido influyentes coaliciones destinadas a introducir el empleo verde en el terreno político.
Una de esas coaliciones es Blue Green Alliance. Presentada en el año 2006 por el sindicato de trabajadores del acero United Steelworkers y el colectivo Sierra Club, la coalición de 14 millones de miembros agrupa a grupos ecologistas como el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales o la Federación Nacional de las Reservas Naturales, y a 10 de los principales sindicatos públicos del país, el sindicato de funcionarios públicos SEIU, el sindicato de los trabajadores de las comunicaciones, el sindicato de profesores, el sindicato de los trabajadores del sector del automóvil, el sindicato de la hostelería y el sindicato del metal entre ellos.
En el año 2009, el colectivo Blue Green Alliance destinaba 1,5 millones de dólares a promover el empleo verde, cifra que se disparó en el año 2010 hasta los 2,5 millones de dólares. Gracias a esos esfuerzos políticos, lo que venía siendo una causa marginal pasaba a formar parte de lo convencional.
La campaña de defensa del empleo verde resuena en el seno de la administración Obama gracias a otro colectivo que une el empleo verde del movimiento ecologista con la Casa Blanca Obama.
En el año 2007, el ecologista y comunista declarado Anthony «Van» Jones fundaba la empresa radicada en Oakland, California, Green for All. Apoyada por donantes fabulosamente ricos como la Fundación Ford o la Fundación de la Familia Rockefeller y por colectivos como el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales, la empresa presionó «para crear una economía verde incluyente lo bastante fuerte para sacar a la gente de la pobreza» a base de crear «millones de puestos de trabajo y de carreras profesionales de calidad».
A los Demócratas por lo menos, la jugada les salió redonda. La presión política de Green for All surtió un impacto decisivo sobre la política ecológica en cuanto el Partido Demócrata se hizo con el control de la cámara baja y el Senado en los comicios de 2006. Al año siguiente, Green for All ayudó a sacar adelante la Ley de Empleo Verde, que proporcionaba 125 millones de dólares por ejercicio a los trabajadores del ferrocarril con la excusa de un empleo en un amplio abanico de sectores llamados verdes.
El siguiente éxito del grupo se producía en marzo de 2009, cuando el Presidente Obama metió en la Casa Blanca a Van Jones y le convirtió en su «zar del empleo verde». A causa de sus opiniones radicales, que tuvo la delicadeza de ocultar, el paso de Van Jones por la Casa Blanca demostró ser corto y polémico. Pero dejó una huella indeleble en la economía estadounidense cuando la administración Obama y los legisladores Demócratas sacaron adelante a base de rodillo la batería de medidas de estímulo económico, con sus 70.000 millones de dólares del contribuyente en subvenciones destinadas a crear la economía verde y el empleo verde cuyas virtudes venía predicando Van Jones Por desgracia, como da fe el dato del empleo más reciente, la rentabilidad de esa inversión ideológica es tan inefable como lo era antes.