Uno de los motivos de que Barack Obama sea calificado el mejor orador de nuestra era es que siempre está largando acerca de alguna era todavía por venir — léase ¡el Futuro!
El futuro de cuyas líneas maestras está notablemente seguro y se muestra confiado sin límites: El futuro pertenecerá a los países que inviertan en educación porque los niños son nuestro futuro, pero el futuro no pertenecerá a los países que no inviertan en energías renovables porque los prompters alimentados por energía solar son nuestro futuro y, sobre todo, el futuro pertenece a la gente que echará la vista atrás a la era Obama y se maravillará de que haya habido un caballero valiente y avispado dispuesto a asumir la dura tarea de frenar el ascenso del nivel de los océanos porque el futuro pertenece a las personas que viven en masas de tierra viables.
Este truco futurista es un artificio retórico barato (hablo en calidad de autor de un libro titulado «Después de América», cuyo título es menos futurista de lo que le pueda parecer) pero parece funcionarle bien entre los sugestionables Obamasicofantes de la prensa acreditada.
UN PRESIDENTE ‘VISIONARIO’
Y también fue el caso del inusual, visionario, inspirador, histórico y demás discurso del Presidente Obama ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el otro día: «El futuro no va a pertenecer a los que intimidan a la mujer», informó al mundo en referencia a los partidarios de la ablación femenina en Egipto o al Partido Republicano, según gustos.
«El futuro no va a pertenecer a los que se ceban con los cristianos coptos», añadió. ¿A los musulmanes, quiere decir? Oiga, no se precipite a sacar conclusiones. «El futuro no pertenece a los que difaman al Profeta del Islam», anunció, introduciendo en la jurisprudencia estadounidense el concepto novel de difamar a un tío que lleva tieso ya milenio y medio.
Si comprendo correctamente la visión acumulada del discurso, el futuro pertenece a los musulmanes ecuménicos feministas homosexuales. Ahí es nada. Pero no se lleve a error, como diría él, y en la práctica lo dijo: «Nos enfrentamos a una elección entre las promesas del futuro o las cárceles del pasado, y no nos podemos permitir escoger mal». Porque si elegimos mal, podemos desperdiciar nuestro futuro viviendo en las cárceles del pasado, que olvidamos demoler en el presente por temor a vulnerar las ordenanzas públicas de acceso para minusválidos.
¡Y la multitud jaleó enfervorecida! Bueno, eso tampoco. Eran burócratas transnacionales con cuentas de gastos pagadas, así que aplaudieron educadamente y luego se tomaron un descanso antes de escuchar al presidente de Serbia.
Pero si yo hubiera sido una de las autoridades trotamundos lo bastante afortunadas para tener invitación — si yo fuera, pongamos, Primer Ministro de Azerbaiyán, o Ministro de Turismo en funciones de Guinea ecuatorial — habría respondido: Bueno, a lo mejor el futuro pertenece a los que dan protagonismo a la mujer y no se burlan de Mahoma. Pero lo mejor pertenece a los cerdos domésticos albinos que llevan correas rosas.
¿Quién sabe? Qué será será, whatever will be will be, the future’s not ours to see. Pero una cosa que podemos decir seguro es que el futuro no va a pertenecer a unos perdedores en la ruina. Si usted es el tipo más pelado de la estancia, usted es el Presidente de Ruinastán. Para no tener ninguna deuda, nada, cero, tiene que pagar 16 billones de dólares. ¿Quién demonios eres para decir a quién pertenece el futuro?
Los amigos excitados que incendian embajadas norteamericanas en todo el mundo con impunidad parecen haber llegado a esta conclusión, incluso si el grupito de traje reunido en la sede de la ONU es demasiado educado para decirlo abiertamente.
OBAMA NO ES EL PRESIDENTE DEL FUTURO
Obama no es el Presidente del Futuro. Es Presidente ahora mismo, y a veces nos gustaría que este gran visionario apartara la vista del horizonte distante en el que mujeres con educación e imanes incendiarios juguetean y retozan alrededor de sus coches ecológicos Chevy Volt, para centrarse en el caos actual en el que el resto de nosotros tenemos la desgracia de vivir.
En la América sobre la cual Barack Obama tiene el tedioso deber de presidir realmente, el crecimiento del PIB durante el segundo trimestre es revisado a la baja del 1,7% al 1,3% — o en términos de la gente corriente, de «apenas detectable» a «en coma». Las compras de artículos industriales cayeron al 13,2% — como diría Obama, el futuro no pertenece a la gente que compra electrodomésticos.
El crecimiento del valor invertido (que mide básicamente la inversión en equipo nuevo y software — o como diría Obama, en «el futuro») se encuentra en su punto más bajo desde que se realiza la medida. Hay 261.000 empleos fijos menos que cuando Obama fue investido — en un país al que (oficialmente) llegan todos los meses 100.000 inmigrantes.
Hace unas semanas, un análisis de los datos de empleo del Estado realizado por la auditoría externa más veterana del país, Challenger, Gray & Christmas, sacaba a la luz que de los 4.319.000 puestos de trabajo estadounidenses nuevos creados desde el año 2010, 2.998.000 – alrededor del 70% — están ocupados por personas mayores de 55 años. Es una estadística notable, hasta para un país de colegialas de 31 años como la activista Sandra Fluke. Casi se siente la sensación difusa e inquietante de que el futuro ha dejado de pertenecer a los estadounidenses de menos de 54 años.
El futuro de Obama será prometedor sin duda. Pero en el ínterin, nosotros tenemos que vivir en su presente — el único que hay, el que está a su cargo de forma nominal. Es tentador compararle con un gran mago, que se saca artísticamente banderas de muchos países de su bolsillo mientras distrae a la audiencia. En realidad, ni la distracción de Obama es tan buena: en esencia, promete mostrar trucos en algún momento del futuro sin concretar mientras aparece en un escenario con una chistera vacía, y la asistente de las medias de malla que acaba de serrar está poniendo perdido el escenario de sangre.
MASACRE DE BENGASI
Hace dos semanas en este espacio, escribí que, en acusado contraste con el discurso oficial, la masacre de Bengasi no fue una crítica cinematográfica espontánea que se salió un poco de madre, sino un catastrófico error de seguridad y un fiasco humillante para Estados Unidos.
Todavía más extraordinario es que el 14 de septiembre, menos de dos docenas de pastores analfabetos y consanguíneos provocaran la mayor destrucción de aparatos estadounidenses desde la Ofensiva Tet de 1968, al irrumpir en las instalaciones de Camp Bastion (nombre desafortunado) en Afganistán y matar al teniente coronel Christopher Raible y volar por los aires un escuadrón de cazas Harrier.
Y aun tratándose de la tercera humillación internacional estadounidense en varias jornadas, ni siquiera salió en la prensa. Porque los eunucos del tribunal de los medios convencionales están ocupadísimos deshaciéndose en elogios hacia la comparecencia de Obama en lo que llama «visualización» en el sofá entre Barbra y Whoopi.
La visualización se encuentra en el ojo del que mira. Y para los maleantes de Túnez a Yakarta, esos americanos muertos y esas banderas de Al Qaeda sobre las embajadas estadounidenses y un escuadrón entero de las fuerzas aéreas norteamericanas reducido a un amasijo de hierros son la versión Willie Wonka de la visualización. Para el presidente, son solamente «baches» en las praderas del «futuro».
SIEMPRE ADELANTE
¡Siempre adelante! Obama lleva toda su vida viviendo a cuenta de «la promesa del futuro» — el licenciado más prometedor de la promoción de Columbia de 1983, el organizador de la comunidad más prometedor de 1988, el biógrafo más prometedor de 1995, el candidato presidencial más prometedor de 2008…
El resto de nosotros, por desgracia, tenemos que vivir en el presente que él ha creado, que anda notablemente falto de promesas. Los comunistas chinos lo pillan, el zar Putin del Kremlin lo pillan, y hasta los tarados que se marcan el baile «Muerte al Gran Satán» en las calles de El Cairo y Lahore lo pillan. El 6 de noviembre descubriremos si la opinión pública norteamericana lo pilla o no.