Tan decepcionantes para mí como han sido los resultados de Mitt en New Hampshire, los resultados de las legislativas del estado han sido peores.
En el año 2010, los Republicanos se hicieron con los dos escaños del estado en la cámara baja, con el escaño del Senado, con las tres cuartas partes de los escaños del Congreso del estado, con el 80 por ciento de los escaños del Senado estatal y con el 100 por ciento de la Asamblea Ejecutiva.
Dos años más tarde, los Demócratas se hacen con la gobernación y pueden hacerse con los dos escaños de la cámara baja, y el recuento electoral en los municipios del North Country, lejos de la frontera de Massachusetts, es notable por el miedo que da.
Gran parte de las conversaciones hablan ahora de que los Republicanos no están captando la cambiante demografía: América se está convirtiendo progresivamente en «un país marrón», en palabras de la periodista Kirsten Powers en la FOX.
Pero es que New Hampshire es aplastantemente blanca — y aun así el Partido Republicano va y la pifia igual.
El hecho es que hay un montón de estadounidenses espigados y blancos que llevan toda la vida en América y que también «han cambiado», y que están la mar de cómodos con las intervenciones públicas, con los derechos sociales, con la regulación al milímetro de todos los aspectos de la vida cotidiana a golpe de ordenanza pública, con la reforma sanitaria Obamacare y con todo lo demás — y a los que les importa un pimiento cómo se paga todo eso.
Si así es como América quiere suicidarse, que así sea. Pero me gustaría por lo menos que hubieran sido unas elecciones Kodak.
El lema de las fuerzas aéreas de Su Majestad es «Quien se atreve, gana». Los Republicanos eligieron la otra alternativa.
La estrategia marcada por los complejos puede haber tenido cierta lógica, pero es indigna de los tiempos que corren.