La ausencia de responsabilidad individual por parte de la izquierda es un fallo de organización moral
El debate del control de armas, como todos los debates de la izquierda, se reduce a la pregunta de si el individuo toma las decisiones con libertad o si hay una gran masa social que responde como ganado a los estímulos. ¿La gente mata utilizando armas de fuego, o es la facilidad a la hora de adquirir un arma de fuego lo que mata a la gente? ¿Los malos hábitos alimentarios matan a la gente, o es la presencia de la comida basura lo que mata a la gente?
Para la izquierda, son matices que no revisten ninguna diferencia. Si algo es fácil de adquirir, entonces constituye la causa del problema. Si se venden armas normalmente, al individuo no se le pueden pedir cuentas por abrir fuego. Los particulares no juegan ningún papel porque no son actores morales, son sólo miembros del colectivo que responden a un estímulo.
Así es como enfocó la izquierda los últimos comicios. En lugar de apelar a los intereses particulares, fue a movilizar a las minorías. Puso sus miras en los votantes con escasa información, y utilizó técnicas de etología para encontrar formas de inducir a la gente.
La derecha trató a la gente como seres humanos. La izquierda les dispensó el trato de cobayas. Y el hecho de que la cobaya se decantara por la izquierda es pregonado por los progres como prueba de que la izquierda es más inteligente que la derecha. ¿Y qué mejor prueba de inteligencia que tratar a la mitad del país como botones de estímulo que pulsar para obtener el resultado adecuado?
¿Dejaría usted en manos de una cobaya de laboratorio un arma de fuego? Claro que no. ¿Le dejaría decidir lo que tiene que comer? Sólo como experimento. ¿Sometería a referendo del votante las leyes? No, a menos que el votante esté entrenado para pulsar el botón que usted quiere. ¿Dejaría conducir un coche? No. Una bicicleta como mucho. Y si tiene que recorrer una gran distancia, le insta a utilizar el transporte público. ¿Tiene libertad de expresión un mono? Solamente en la medida en que usted no se canse de él.
El enfrentamiento que va a definir el futuro de América es la colisión entre el individuo y el Estado, entre la libertad aleatoria y la compasión organizada, entre el experimento independiente de autogobierno y la conducta experimental impuesta por un grupo de expertos a una población de cobayas. Y la idea que define este conflicto es la responsabilidad individual.
Para comprender la postura de la izquierda en cualquier cuestión, hay que imaginar a un estadounidense del siglo XX y a continuación eliminar la responsabilidad individual. Hay que suponer que el individuo es imbécil y que está desesperado, que no tiene ningún control sobre sus actos y que responde exclusivamente a estímulos en una capacidad únicamente reactiva.
A continuación hay que utilizar información para proponer una respuesta a lo que sea, desde la obesidad infantil al jugador de fútbol que dispara a su mujer, pasando por los terroristas que disparan proyectiles contra Israel. La única respuesta posible al comportamiento reactivo es encontrar la cosa a la que se está reaccionando y condenarla.
La ausencia de responsabilidad individual por parte de la izquierda es un fallo de organización moral, mientras que para la derecha es un fallo de carácter. La derecha pregunta: «¿Por qué mata?» La izquierda pregunta: «¿Quién le dio un arma?», «¿Quién no le da trabajo?», «¿Quién castiga su autoestima?»
Si comes demasiado, es porque las multinacionales te inducen a comer. Si matas es porque las multinacionales te inducen a comprar armas. No eres un individuo. Eres un problema social.
El rasgo estadounidense definitorio es la libertad. El rasgo que define el reglamento progre es la compasión. Los conservadores han intentado replicar a eso definiendo como compasiva la libertad, lo hacía George W. Bush. Los progres replican intentando definir la compasión como algo liberador, lo hizo Roosevelt al clasificar como derechos sociales las libertades individuales en su texto de las Cuatro Libertades.
De un lado está el individuo, con sus derechos y sus deberes. Del otro está la inclemente maquinaria del Estado de compasión suprema. Y no hay forma de superar esta brecha.
Porque la compasión progre no es la compasión con el prójimo. Es una pena revolucionaria que utiliza la empatía como combustible de la indignación social. Es la clase de compasión que practica la gente indignada profesional que simula que la indignación hace mejor a las personas. Es la clase de compasión que engulle como un veneno al hombre y a la sociedad al tiempo que adormece sus egos con lo maravillosos que son.
La compasión de esta clase es alimento de la indignación. Es odio a la gente que se enmascara de aprecio. Y ese odio es el deseo de poder disfrazado de indignación. Arranque el disfraz de compasión, y todo lo que queda es una tremenda sed de poder.
La libertad va de la mano de la organización moral personal del individuo y por el individuo. La compasión organizada, sin embargo, exige la organización moral de la sociedad en conjunto.
Un tiroteo no es un defecto de carácter de un único caballero, ni siquiera de su familia o de su círculo social, es el fracaso integral de nuestra sociedad entera e incluso puede que del mundo, por no imponer el nivel suficiente de ordenación moral que habría hecho falta para hacer imposible un delito así. Ningún hombre conduce sólo. Cada hombre es un problema de tráfico.
La organización social a esta escala exige la anulación del individuo, igual que la organización que lo promueve exige la eliminación de la libertad del individuo para garantizar una sociedad verdaderamente moral. En el momento en que moralidad y compasión son colectivas, entonces nadie es moral y compasivo al mismo tiempo. Es la sociedad del estado del bienestar en la que la compasión es administrada por una burocracia asalariada.
La libertad de elección es lo que nos convierte en criaturas morales y la compasión colectiva lo que nos hace menos humanos. La sociedad colectiva de movimientos colectivos y decisiones colectivas no nos hace muy distintos de las cobayas que intentan imitar a Shakespeare sin entender el idioma, las ideas, o cualquier otra cosa que implique dedos presionando un teclado.
Es la sociedad que está creando la izquierda; un lugar lleno de tantos problemas sociales como gente, en la que la gente son cobayas a excepción de los expertos que se encargan de los experimentos, y en la que nadie tiene ningún derecho porque la libertad individual es el enemigo de un sistema cuyo reglamento moral se desprende de la creación de una sociedad perfecta de reemplazo del individuo con el colectivo.
Es una sociedad en la que no hay ninguna transparencia, sólo obligaciones constantes. Es una sociedad en la que tú eres un problema social y en la que unos expertos muy bien remunerados trabajan día y noche para encontrar la forma de solucionar el problema que representas.
Daniel Greenfield ocupa la cátedra Shillman de periodismo y es periodista afincado en Nueva York