Con una tez sin antecedentes en la Casa Blanca, llegó con el beneplácito de casi todo el mundo; especialmente del mundo más allá de las fronteras estadounidenses
Barack H. Obama llegó a la Casa Blanca con el lema yes, we can: sí, podemos. Tres palabras en las que cualquier votante deseoso de cambio podía proyectar sus propias ilusiones.
Como subraya J.C. Rodríguez en ‘La Gaceta’ este 17 de junio de 2013, no hacía falta, ni siquiera, que Obama detallase su programa.
Cada votante tenía el suyo propio. Sus discursos tenían una vibrante vaciedad. Quienes le escuchaban tenían la impresión de que les hablaba a ellos.
No hizo demasiadas promesas, por no romper la magia de que los votantes acudiesen a las urnas viendo en Barack Obama el instrumento de su propio programa.
Ganó unas elecciones marcadas por el deseo de cambio. George W. Bush se había ganado el odio de la izquierda, el desdén de la prensa, y el menosprecio de una parte de la derecha que le veía como un traidor. Sobre Bush han caído todo tipo de acusaciones, vejaciones, insultos y ataques.
Como el zapato veloz que el presidente supo esquivar hábilmente, y que fue aireado en los medios de todo el mundo como si fuera la plasmación de un deseo universal.
Obama, tan simpático, arrebatador ante las cámaras, fácil con la palabra, y con una tez sin antecedentes en la Casa Blanca, llegó con el beneplácito de casi todo el mundo; especialmente del mundo más allá de las fronteras estadounidenses.
La prensa le adora. Quizás ese primer encantamiento se haya roto en la mayoría de los casos, pero lo que se mantiene sin apenas desgaste es la voluntad de la prensa de perdonar todo lo que hubiera sido motivo de anatema de haberlo hecho Bush.
Alguna decisión tomada por ambos presidentes mereció con Bush la enérgica condena de la prensa en nombre de una ética hoy adormecida por el dulce encanto de Obama, y por la ideología izquierdista que comparten.
Son muchos los motivos que pueden llevarnos a este ejercicio. Para uno de ellos nos podemos remontar al 11 de septiembre de 2007, cuando Obama criticó el aumento de tropas (surge) en Irak.
Estaba respaldado por un coro de periódicos y televisiones, que abominaban de aquél nuevo sacrificio. En 2010 el propio Obama aprobaba la misma política, surge, en Afganistán.
Un aumento de tropas que acabó en 2012, pero que ha tenido consecuencias en el campo de batalla (1.663 americanos muertos con Obama, 575 con Bush), pero no en el coste político del presidente demócrata.
Torturas
Una de las decisiones más criticadas de la Administración Bush es la aprobación de lo que se llamó «interrogatorios reforzados» y que, con cualquier otro diccionario distinto del utilizado por el Gobierno Federal, se llamaría tortura.
El Partido Demócrata ha asumido el rol de defensor de los derechos civiles y, por tanto, ha criticado el recurso a las técnicas de tortura.
Pero este mismo año las Naciones Unidas han publicado tres informes en los que se constata que las prácticas de agresión física en los interrogatorios no sólo no se han abandonado, sino que están a la orden del día.
El primero fue publicado el octubre de 2011, y señalaba que 125 de los 273 bajo custodia de los Estados Unidos en Afganistán habían sido torturados.
Según otros informes, trasladaba presos a dependencias que dependen del gobierno de Afganistán y en los que se practica la tortura habitualmente.
Se recurre a técnicas como el retorcimiento de genitales, electroshocks, o colgar a los presos de las muñecas o de los pies. No son torturas con el sello de Bush, de modo que la prensa se ha limitado a constatar los informes.
Guantánamo y drones
Pero de todas las dependencias penitenciarias dependientes de los Estados Unidos, la que más condenas ha recibido es la de Guantánamo. Su cierre es una de las pocas promesas claras del candidato Obama.
Le puso, incluso, un plazo: El primer año de su presidencia. Aquél se cumplió en enero de 2010, y han pasado ya otros tres eneros más sin que la Casa Blanca haya cerrado Guantánamo.
No es fácil hacerlo. No se trata sólo de echar el cierre y enviar a los funcionarios a otros destinos o despedirlos. La cuestión es qué se hace con los presos.
Los Estados no quieren abrirle sus cárceles, y la negociación con los países extranjeros no es fácil.
Hay un principio de acuerdo para llevar a los 56 yemeníes que todavía quedan en la cárcel cubana. Y Obama, en un importante discurso en el que ha descartado continuar con la Doctrina Bush de lucha sin cuartel contra el terrorismo, ha vuelto a prometer el cierre de la prisión.
Pero ahí está, y podemos imaginarnos los reportajes que habían emitido las televisiones del mundo sobre los oscuros motivos de Bush para mantener Guantánamo, de haber sido su responsabilidad. En la imaginación quedan.
Otro de los asuntos abordados por Barack Obama en aquél discurso es el uso de drones, los aviones no tripulados que recorren todo el mundo con infinidad de utilidades, que van desde la vigilancia de las mareas al asesinato de ciudadanos extranjeros en un contexto de guerra.
Sólo en Pakistán, los Estados Unidos han lanzado 300 ataques con drones, en los que han muerto más de 800 personas, según las estimaciones internacionales.
Cuando salieron las bombas de neutrones, en los años 80′, desde la izquierda se decía que era un arma típicamente capitalista porque respetaba los edificios, pero mataba a las personas.
Es fácil ver cómo serían las críticas de los medios europeos, y los estadounidenses, contra un programa como el de los drones bajo una presidencia republicana.
Y las referencias a la poderosa industria armamentística y su patronazgo de la política exterior estadounidense, para las que tendremos que esperar, quizás, hasta 2016.
Ser ciudadano americano ya no es lo mismo
Pero el programa de los drones no se puede desligar de un paso que ha dado la Administración Obama y que Bush jamás se atrevió a dar, y es el asesinato de ciudadanos de los Estados Unidos.
El Fiscal General nombrado por Obama, Eric Holder, ofreció un discurso en la Northwestern University Law School en el que dijo, en referencia a los terroristas: «Está claro que la ciudadanía de los Estados Unidos no hace que esos individuos sean inmunes de ser un objetivo».
Recientemente, la Administración ha reconocido que sus drones han matado a cuatro ciudadanos estadounidenses. No ha habido un juicio contradictorio.
Desde luego, nada del sacrosanto derecho a un jurado popular. Unos funcionarios de la CIA les han identificado como terroristas, y por ello han muerto. Como dijo el diario Político al respecto, «algunos grupos progresistas emitieron notas al respecto del anáslisis de Holder, pero la reacción que ha provocado defender un asesinato sin orden judicial está lejos de la retórica apocalíptica, tipo el cielo cae sobre nosotros, que utilizaron cuando Bush y sus hombres escucharon, también sin orden judicial, las conversaciones de los presuntos terroristas».
Escuchar sin orden judicial es la reencarnación del nacional socialismo, pero matar sin orden judicial, firmado por Obama, parece mucho más simpático.
Contra la prensa
Varias de las medidas adoptadas por la Administración Obama no se han comunicado a la prensa, sino que ésta las ha ido desvelando porque los periodistas han merecido la confianza de alguna fuente oficial.
El presidente está dispuesto a acabar con ello como sea. Para empezar, la fiscalía ha llevado a seis periodistas ante los tribunales por desvelar documentos oficiales secretos, sin identificar sus fuentes.
En el caso de James Risen, del New York Times, el fiscal federal ha alegado que los periodistas no tienen por qué tener el privilegio de proteger sus fuentes.
Si este alegato prospera, los periodistas estarían obligados a identificar a sus fuentes ante un tribunal, lo cual acabaría con gran parte del periodismo de investigación.
Tampoco muestra demasiada confianza en ese camino, de modo que ha recurrido a otra forma de evitar o, al menos, controlar las filtraciones: El espionaje de los periodistas.
El Departamento de Justicia ha aprobado las escuchas de una veintena de teléfonos de Associated Press, lo que supone que ha espiado a más de un centenar de periodistas de esa agencia de noticias.
También espió a James Rosen, corresponsal de Fox News en la Casa Blanca, a partir de una filtración que recibió sobre la política del gobierno en torno a Corea del Norte. El Departamento de Justicia llegó, incluso, a espiar a sus padres.
Pero nada es suficiente por lo que se refiere a la prensa. También han recurrido al engaño. Es el caso del atentado de Bengasi, en el que murieron cinco estadounidenses, incluido el jefe de la delegación, Christopher Stevens.
La Administración dijo entonces que se trataba de un ataque espontáneo, provocado por la indignación por un vídeo crítico con el Islam.
Pero sabía que en realidad se trataba de un ataque por parte de Al-Qaeda, pero no podía reconocerlo. Porque en aquéllos días, el candidato Obama decía que la organización islamoterrorista estaba «camino de la derrota». Derrota, ni Al-Qaeda, ni Obama, que salió reelegido.
Para ganar las elecciones recurrió a una práctica muy criticada por la prensa, y por él mismo, cuando estaba Bush: acudir como presidente a actos con adinerados contribuyentes a su campaña.
Lo hizo en 103 ocasiones. Una más, y hubiera sido exactamente el doble de las 52 que hizo George W. Bush. Pero como se trataba de que ganase Obama y no el republicano Mitt Romney, pasemos a otra cosa.
Agencia Tributaria y electoral
Hay dos escándalos de la Administración Obama que, por su dimensión, no tienen precedentes, y que revelan una voluntad de control sin medida y un uso del poder partidista y desleal.
Uno de ellos es el acoso fiscal a los grupos conservadores y, en general, a las asociaciones que han mostrado su oposición a las políticas de Barack Obama.
El IRS, la Agencia Tributaria de aquél país, les sometió a un escrutinio enconado, y recabó de ellos todo tipo de información. No sólo con fines recaudatorios.
La Administración más crítica con las filtraciones facilitó parte de esa información a un medio de comunicación progresista, ProPublica, para crear una historia prefabricada.
Muchas organizaciones sin ánimo de lucho tienen vocación política, y la mayoría son conservadoras.
Si triunfase una campaña en su contra, se podría lograr que los fondos que reciben paguen impuestos, como ocurre con las plataformas políticas, las PACs.
Y no fue una iniciativa de unos cuantos funcionarios: Los presidentes de la IRS se han reunido con el presidente Obama no menos de 322 veces, cuando en los últimos cuatro años de Bush, éste se vio con el presidente de la IRS en una sola ocasión.
¿No han encontrado un rato, en 322 reuniones, para hablar del acoso a las organizaciones conservadoras? Con contadas excepciones, la prensa no se lo ha preguntado.
El ojo que todo lo ve
Y el espionaje masivo, no ya de la prensa, sino de la población. Potencialmente de casi toda la población.
Dentro de un programa llamado Prism, el Gobierno llegó a un acuerdo con grandes proveedores de internet, como Yahoo!, Google, Apple o Microsoft, entre otros, para acceder directamente a sus servidores.
Lo hace con una cobertura legal pensada para espiar a ciudadanos extranjeros, pero que permite hacer lo mismo con los estadounidenses.
También ha solicitado los datos de todas las llamadas de al menos la compañía telefónica Verizon, según una orden secreta, refrendada por un tribunal que también es secreto. Y esto la autoproclamada Administración más transparente de la historia.
Lo que es transparente es el distinto baremo de la prensa con George W. Bush y con Barack Obama.