Aquí no hay inocentes pero si hay que señalar a alguien esos son sin duda los políticos, sea cual sea su ideología, que han cruzado la barrera de los razonable y también de lo tolerable en su actividad pública
La popularidad de Silvio Berlusconi se ha disparado al 53 por ciento después de que un loco le partiera las cara con una estatuilla del Duomo.
La bendición de los italianos a su primer ministro es altísima comparada con la de sus colegas europeos. Si de muestra vale un botón la de Zapatero es del 28 por ciento y la de Merkel de un 48, lo cual demuestra que los caminos de la popularidad son siempre complicados y no siempre obedecen a estándares preconcebidos.
No se trata solo de que de repente el italiano -que nos escandaliza a muchos por su forma de llevar el país- se haya convertido en una victima en alguien vulnerable sino simple y llanamente de que este tipo de agresiones son inaceptables las sufra quien las sufra.
El ataque a Berlusconi merece la repulsa de todos y, aunque se han levantado algunas voces señalando que este obedece al desdén que el primer ministro demuestra hacia el estado de derecho, seria un gravísimo error justificar hechos de esta naturaleza.
Es verdad que la degradación de la vida política en Italia se esta traduciendo en un grave desprestigio de las instituciones, pero no es de recibo que por ello se haga la vista gorda cuando se atenta contra la dignidad de una persona.
El clima de odio político que se vive en Italia se ha visto reflejado estos días y de hecho apenas 24 horas después de que el perturbado le rompiera el labio y el tabique nasal a Il Cavaliere y, mientras aun estaba en el hospital, la bronca se recrudecía hasta el punto de que el centro izquierda y el centroderecha se culpaban mutuamente de la crispación.
Incluso se ha llegado a decir que son los medios de comunicación críticos con su gestión los responsables morales de la agresión. Entrar en esa deriva es un camino peligroso porque se empieza señalando y se termina culpabilizando o algo peor.
Aquí no hay inocentes pero si hay que señalar a alguien esos son sin duda los políticos, sea cual sea su ideología, que han cruzado la barrera de los razonable y también de lo tolerable en su actividad pública.
Si su acción no es ejemplar ni ejemplarizante crean un caldo de cultivo propicio para que valga todo y en ese todo caben agresiones tan despreciables como esta.
Lo que esta ocurriendo en Italia debe ser un serio aviso para otros países y también un motivo de reflexión para la clase política española cada vez mas sectaria y cainita, cada vez menos tolerante con el adversario al que transforma rápidamente en enemigo y cada vez mas dada al insulto y la descalificación.
Afortunadamente España no es Italia pero ya sabe que cuando ves las barbas de tu vecino pelar pon las tuyas a remojar.