Hace tres cuartos de siglo, sin embargo, hubo una generación que horrorizada por la última guerra tenía una visión global de los problemas y de su solución
Ver a disciplinados presidentes autonómicos cumplir las consignas de sus partidos en una reunión en la que se jugaba nuestro bienestar causa rubor y desazón: ¿son ésos los representantes que hemos votado o han sido suplantados por peleles partidistas?
La misma falta de personalidad y de liderazgo se está produciendo a escala planetaria, podríamos decir, como demuestra la cumbre climática de Copenhague.
¿Qué demonios les importa el futuro a treinta años vista a unos políticos cuya única ideología son las encuestas -eso, en el caso de los pocos demócratas de verdad- y a quienes sólo les preocupa el resultado de las próximas elecciones?
Hace tres cuartos de siglo, sin embargo, hubo una generación que horrorizada por la última guerra tenía una visión global de los problemas y de su solución: Churchill, De Gasperi, Adenauer,…
Con aquellos mimbres doctrinarios, Monet y Schumann armaron la actual Unión Europea, una unión en la que a medida que crece su número de miembros aumentan en la misma proporción los egoísmos nacionales. ¿Qué hay de lo mío?, podría ser el eslogan de una UE difícilmente gobernable.
Algo de eso venía a decir en una reciente entrevista Jacques Delors, el mejor presidente que ha tenido, al reconocer que ya no quedan políticos con la grandeza de los antiguos estadistas.
A nivel doméstico lo vemos en el patético oportunismo de Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero, a años luz de aquella visión de estado de Adolfo Suárez y Felipe González.
Claro que, en un mundo en el que se premia como Nobel de la Paz a un político con dos guerras abiertas y con más tropas que su predecesor, qué se puede esperar.