El octavo mes del año confirma su fama de maldito para Rusia

El octavo mes del año confirma su fama de maldito para Rusia

Soldados rusos se preparaban ayer para combatir un incendio cerca de Ryabinovka (a 270 kilómetros de Moscú) en la región de Razan, Rusia. EFE

EFE/Archivo

Agosto ha vuelto a confirmar este año su fama de mes maldito para Rusia con la mayor ola de calor que recuerda el país, devastadores incendios forestales y la peor sequía del último medio siglo, que ha obligado al Gobierno a prohibir incluso la exportación de cereales.

Un año sí, dos no, agosto cae con todo su rigor sobre Rusia desde 1991, cuando el día 19 de ese mes la cúpula del Partido Comunista de la Unión Soviética dio un golpe de Estado para derrocar al presidente Mijaíl Gorbachov, promotor de reformas aperturistas.

Una aventura emprendida en agosto en estas latitudes no podía acabar bien: tres días después Gorbachov recobraba el poder y los golpistas iban a dar con sus huesos en la cárcel.

La asonada, que según sus organizadores buscaba preservar la integridad de la para entonces tambaleante segunda potencia mundial, no hizo más que acelerar su descalabro: cuatro meses después la URSS dejaba de existir.

Para entonces nadie asociaba el veraniego mes de agosto a desastres o catástrofes: ello se produciría más tarde, cuando los cronistas comenzaron a registrarlos.

El 9 de agosto de 1996 la guerrilla separatista chechena recuperó en una sorpresiva operación la capital de Chechenia, Grozni.

A Moscú no le quedaba más que admitir una de las más humillantes derrotas militares de su historia.

Dos años después, también en agosto, el primer ministro Serguéi Kirienko declaró suspensión pagos y colapsa el sistema financiero del país; el rublo perdió dos tercios de su valor y los ahorros en divisas de los ciudadanos quedaron atrapados en los bancos.

Para entonces, ya muchos de los periodistas extranjeros acreditados en Moscú preferían adelantar o aplazar sus vacaciones, y no tomarlas en agosto, «por lo que pudiera pasar».

En agosto de 1999, la guerrilla islámica chechena lanzó una incursión contra vecina república rusa de Daguestán, ataque que marcó el comienzo de la segunda guerra de Chechenia.

Si bien el «efecto 2000» no justificó los temores que suscitó la llegada del segundo milenio, el mes de agosto de ese año sí fue aciago para Rusia: el día 8 trece personas murieron un atentado terrorista en un paso subterráneo en el centro de Moscú, junto a la entrada del metro.

Cuatro días después, a consecuencia de la explosión de uno de sus torpedos se hundió en el mar de Barents el submarino nuclear «Kursk», la joya de la Armada rusa, causando la muerte de 118 tripulantes.

Todavía lloraba Rusia a sus marinos cuando el día 27 del mismo mes estallaba un incendio en la torre de televisión de Moscú, que se cobró tres muertos y que amenazó con el desplome de lo que en su día fue la estructura más alta del mundo.

Agosto de 2002 comenzó con lluvias torrenciales: las desbordadas aguas de ríos y embalses barrieron las zonas ribereñas del Mar Negro y provocaron la muerte de al menos 62 personas y centenares de desaparecidos.

También ese mes, el Ejército ruso sufrió un rudo golpe cuando la guerrilla chechena derribó en las afueras de Grozni un gigantesco helicóptero Mi-26, el más grande del mundo: 114 efectivos perdieron la vida.

En agosto de 2008, Rusia atacó el territorio de Georgia con el argumento de defender a la región separatista de Osetia del Sur, acción condenada por la comunidad internacional.

Este año, agosto para los moscovitas ha sido sinónimo de humo, olor a quemado y calor, mucho calor.

Durante los primeros días del mes la capital rusa lució fantasmal: el denso humo apenas permitía divisar los contornos de los edificios de la ciudad a 300 metros de distancia.

Según el departamento de Sanidad del Ayuntamiento, el empeoramiento de la calidad del aire en Moscú multiplicó por dos la tasa de mortalidad en la capital.

Bernardo Suárez Indart

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