Zapatero y la expulsión de los gitanos

MADRID, 18 (OTR/PRESS)

La diplomacia se inventó, sobre todo, para trasladar con cortesía los desacuerdos a los aliados. A un amigo hay que exigirle y ofrecerle una sinceridad que no sea ofensiva. Por eso no se entiende que los presidente europeos, incluido José Luis Rodríguez Zapatero, no fueran capaces de explicarle al presidente francés, Nicolás Sarkozy, que lo que está haciendo con los gitanos rumanos y búlgaros es racismo organizado y xenofobia compulsiva.

Castigar a una etnia por su diferencia es más fácil cuando son pobres y además tienen una forma de vida diferente. A lo largo de dos mil años, los judíos han pagado esa diferencia con una sucesión de persecuciones que culminaron en el Holocausto. Los había ricos e intelectuales importantes y también pobres: el odio, ahí, estaba centrado en la diferencia. Ahora nadie se atreve a actuar de esa manera ignominiosa porque el estado de Israel es poderoso y además cruel. Los gitanos, que también sufrieron el exterminio sistemático en los campos de concentración no tienen quien les defienda.

España, sobre todo en los años de los gobiernos socialistas, ha hecho un extraordinario ejercicio de integración de los ciudadanos de etnia gitana con grandes inversiones en viviendas para quien tenía asentada una cultura nómada. La integración y no la expulsión es la solución del problema

Pero lo ocurrido en Francia hay que situarlo más en la órbita electoral que en la de la inmigración. Sarkozy quiere los votos mas ultras para asegurar su reelección, consciente del hueco que en otros momentos ha ocupado Jean Marie Le Pen.

Europa se está deslizando por una senda peligrosa en la que el populismo se hace camino y una amenaza para el futuro. Las crisis económicas agudizan el odio hacia la diferencia, que es la definición más elemental de racismo. Que haya sido el presidente de la Comisión, Barroso, más firme que los presidentes de los 26 estados, es un dato revelador del desconcierto en el que se encuentra la construcción Europea.

Zapatero tiene un problema añadido; sin duda reaccionó justificando a Sarkozy en agradecimiento por la colaboración antiterrorista y por la silla cedida en el G-20. Pero se puede ser un amigo leal y además sincero. Y hay formas diplomáticas para dejar clara la discrepancia. Zapatero empieza a desconcertar a su propio partido y eso genera una sensación de cambio de época sobre todo porque en seis años y medio, mientras la economía fue bien, no oyó una sola discrepancia. Pero desde la izquierda más moderada, es imposible tragarse la rueda de molino de la xenofobia y el racismo del presidente de Francia.

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