Sarkozy es el eje de una película que airea el trampantojo de la política

Sarkozy es el eje de una película que airea el trampantojo de la política
. EFE/Archivo

El arte de hacer política, desde las máximas de Maquiavelo hasta la prestidigitación de los tiempos que corren con el concurso de la mercadotecnia, ondean sobre el filme «La Conquete» («La conquista»), de Xavier Durringer, proyectada hoy en Valladolid con la figura de Nicolás Sarkozy como eje central.

El largo, meditado y laborioso camino de Sarkozy hasta el Palacio del Elíseo, que ocupa desde mayo de 2007 como presidente de Francia, relata Durringer (París, 1963) dentro de una película que acota entre 2002, cuando el entonces presidente Jacques Chirac le nombra ministro de Finanzas, y 2007, cuando gana las elecciones.

Durringer, especializado en filmes para televisión, describe con habilidad el trampantojo de la política a través de la intriga palatina, la traición artera y la hipocresía versallesca de todos los protagonistas, actores de una mascarada donde el pueblo obra como mero figurante, el mal necesario para alcanzar el poder.

A pesar de tratarse de un largometraje de ficción, sin intercalar imágenes reales como recurso fílmico para ambientar la trama, el director logra un tono muy verídico y contundente a través de la excelente caracterización de los personajes: Denis Podalydès en el papel de Sarkozy y Bernard le Cocq en el de Chirac, entre otros.

Xavier Durringer no obvia ni la agitada vida privada del actual presidente de Francia, entonces ministro, ni tampoco los turbios manejos en que se vio implicado para lograr financiación, ni los pactos ‘ad hoc’ para no perder pie en su desmedida afición por llegar hasta el Elíseo.

Es la forja de un presidente que en la película se enorgullece de su condición mestiza, de ser hijo de un húngaro y nieto de judíos griegos asentados en Salónica, el retrato de un hombre de acción, sin escrúpulos, pudor y mala conciencia, quien no duda en utilizar sus circunstancias vitales en favor de su única obsesión: el poder.

Como telón de fondo, el espectador asiste a los bastidores de la política, a la trastienda de un candidato rodeado de una cohorte de asesores de imagen y de comunicación que cuida cualquier detalle para minimizar defectos y rentabilizar potencialidades.

La profesión periodística también caricaturiza Durringer en «La conquista», aduladora, prostituida y sin dignidad, a merced de los vaivenes e intereses de la situación y lejos del papel mediador que se le supone.

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