El Santuario de Fátima, en nuestro vecino país lusitano, recibe desde hace unos meses la visita de unos peregrinos muy particulares. Portugueses procedentes de sus cuatro puntos cardinales, que no le piden ya a la virgen milagros para ellos, condenados a vivir en un Portugal rescatado y resignados a no poder pedirle peras al olmo del gobierno.
Los nuevos romeros que se acercan a la Señora que le hizo revelaciones a Sor Lucía, anhelan el milagro de que Europa no acabe rescatando a España. Que no nos intervengan. Que nos dejen seguir flotando, aunque sea a la deriva, por las aguas turbulentas de la zona euro. Debe ser el único país de nuestro entorno que no nos está echando un «mal de ojo». Porque en el resto, con amigos como Francia, como Italia, para qué necesitamos enemigos.
La anorexia de España es un activo de Sakozy en el sprint final de su campaña, con serías dudas de que obtenga al final la medalla de oro. Y para Monti, il guardiano del faro de una Italia sumida en la penumbra, es la garantía de que su «premio per il rischio» se mantenga por debajo de nuestra prima de riesgo.
Los europeos se lo están montando de cine con España. En las fotos oficiales le dan a Rajoy y De Guindos más abrazos que un tipo ebrio a las farolas, y cualquier día de estos les dan talmente un beso en la boca con luz y taquígrafos. Pero luego, en cuanto se dan la vuelta, se acercan al oído de froilan Merkel, la señorita Rottenmeier de Europa, y alientan la reforma económica protestante y un nuevo modelo de cisma de occidente.
De nuevo el Calvinismo del déficit, la austeridad y las tijeras frente a los incomprendidos problemas de conciencia política del estado de Bienestar y de la dieta mediterránea. Forma parte de los ciclos de la historia, aunque nunca tuvo la moneda, el euro, como denominador común de tantos países quebrados.
Es un consuelo que por lo menos Portugal confiese que necesita a España: nuestra inversión en su territorio, nuestro cada vez más modesto consumo, la ubicación de empresas españolas que sostienen y crean puestos de trabajo. Dos países que han vivido espalda contra espalda, se miran ahora de frente e intentan encontrar una fórmula de descubrir compatibilidad de caracteres.
Si se produce el rescate de España, el sueño de Iberia que se llevó a la tumba José Saramago deambulará como un fantasma por la historia futura. Se hundirá para siempre la «balsa de piedra» y lusos y españoles experimentaremos un «ensayo conjunto sobre la ceguera».
Por eso los lusitanos se acercan a Fátima, con sus prejuicios hispanos abandonados en el trastero, y recitan la oración del chiste a Nuestra Señora: «virgencita, virgencita, mejor quedarnos como estábamos». Portugal intervenido pero España sin Rescate.
Menos mal que ya dijo el otro día Felipe González que si había que rescatar a España, habría que rescatar a toda Europa. Por si sirve de consuelo, digan lo que digan Roma, París, Bruselas o Berlín, España necesita a Europa, pero Europa necesita a España.
A pesar de que los españoles provoquemos todos los días a nuestros socios con el ácido y esperpéntico comentario a lo Groucho Marx: «no queremos pertenecer a un club en el que admitan a tipos como nosotros».