Las elecciones helenas amenazan con causar un aumento inasumible de los costes de financiación. La prima de riesgo alcanza los 554 puntos básicos y el bono permanece muy cerca del 7%.
El no danés al Tratado de Maastricht en el referéndum celebrado en junio de 1992 abrió una crisis en Europa que apartó para siempre a Reino Unido del proyecto de crear una moneda común y que estuvo a punto de impedir que el euro viera la luz años después.
Explica Pedro Calvo en ‘El Economista’ que, dos décadas más tarde, el futuro de Europa vuelve a estar en unas urnas. Esta vez habrá que mirar más al sur. A Grecia, que celebra este domingo unos comicios cuya trascendencia va mucho más allá de la elección de su primer ministro.
Se trata, en realidad, de una consulta sobre la continuidad del país en el euro. En caso de que se impongan los partidos políticos más proclives a modificar las condiciones impuestas por la troika -Europa, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)- para prestar dinero a Atenas, el riesgo de que sea el primer país que abandone la eurozona será creciente.
En caso de que saliera de la moneda única se abriría una caja de Pandora de múltiples consecuencias. Unas imprevisibles; otras previsibles.
Entre las segundas figura que si Europa, con el BCE y sus compras de deuda como arma, no se defiende, España puede verse abocada o bien a ampliar la ayuda financiera ofrecida hace una semana, que asciende hasta un máximo de 100.000 millones y que se limita al sector financiero, o bien incluso a pedir un rescate total, para el conjunto de la economía, de forma casi inminente. Más que nada, porque la capacidad de financiación del Estado se vería amenaza y, por tanto, el riesgo de quedarse sin acceso al mercado se dispararía.
Fuera de las carteras…
El peligro es real. Varias agencias de calificación, como Fitch y Moody’s, ya han avisado de que si Grecia sale del euro, comenzaría una ronda de rebajas de calificación que sería especialmente acusada en los países periféricos.
Teniendo en cuenta que la primera de esas agencias concede a la deuda española un rating de BBB, apenas dos peldaños por encima de la condición de bono basura, y que la nota de Moody’s es de Baa3, solo un escalón por encima del bono basura, existe una posibilidad cierta de que España se vea apeada de los países con grado de inversión -el que distingue a las naciones más fiables y solventes- para incorporarse al bando de los países con grado de alto riesgo o especulativo -los menos fiables-.
En ese caso, la deuda española perdería su sitio en las carteras de los gestores de fondos de inversión y de pensiones y de los índices globales de renta fija que, por su propia política o sistema de elección de miembros, no pueden incluir títulos de países con una calificación de bono basura.
O lo que es lo mismo, España se enfrentaría al riesgo de sufrir una oleada de ventas, porque los gestores de esos fondos y los que replican esos índices tendrían que deshacerse de los bonos españoles, una consecuencia que metería aún más presión sobre las rentabilidades, que suben cuando el precio de los títulos baja con motivo de las ventas.
Portugal constituye un buen precedente en este sentido. Cuando la agencia Standard&Poor’s rebajó el rating luso a la categoría de bono basura a mediados de enero de 2012, Citi sacó a la deuda portuguesa de su Citi World Government Bond Index siguiendo sus criterios de composición de índices.
Esta combinación de recorte de la nota hasta el grado especulativo y expulsión de los índices de referencia provocó que el rendimiento de los bonos lusos a 10 años pasara del 12,4 al 17,4 por ciento en apenas dos semanas.
Bucle imposible
Si la deuda española se viera atrapada en un bucle similar, el Tesoro Público vería muy comprometida su capacidad de financiación en el mercado. El propio ministro de Economía, Luis de Guindos, reconoció el miércoles que «no se puede mantener en el tiempo una prima de riesgo en 550 puntos básicos».
Admitió de ese modo que España se mueve en un terreno cada vez más peligroso.
Este 15 de junio de 2012, de hecho, el diferencial entre la rentabilidad de los bonos españoles y alemanes a 10 años llegó a crecer hasta los 554 puntos básicos, la brecha más amplia desde 1993, es decir, desde antes de que el euro naciera oficialmente.
Y es que los costes de financiación van camino de ser inasumibles. En las dos últimas sesiones el rendimiento de los bonos españoles a 10 años ha rondado el 7 por ciento, también por primera vez desde que existe la moneda única. El jueves se estiró hasta el 6,99 por ciento y ayer alcanzó el 6,97 por ciento, para luego finalizar la sesión y la semana en el 6,87 por ciento.
A finales de 2010, el banco británico Barclays ya advirtió de que España se expondría al riesgo de ser rescatada si la rentabilidad superaba el 7 por ciento.
¿Qué precedentes hay al respecto? Tres malos y uno bueno. Grecia, Irlanda y Portugal no tuvieron opción una vez que superaron el 7 por ciento, aunque solicitaron el rescate cuando sus bonos estaban por encima del 8 por ciento.
En cuanto a la excepción, la pone Italia, que entre noviembre de 2011 y enero de 2012 se situó sobre esa cota en varias ocasiones sin que el país transalpino haya sido rescatado.
Peligrosa cuenta atrás
Ahora que la deuda española mira a los ojos a la línea roja del 7 por ciento, todas las miradas se centran en el Tesoro. Y más teniendo en cuenta que la próxima semana realizará dos subastas: el martes emitirá letras a 12 y 18 meses y el jueves, bonos con vencimiento en 2014, 2015 y 2017.
Aunque lo normal es que el Tesoro se asegure el éxito de estas subastas fijando unos objetivos de financiación no muy altos, una estrategia que ya ha seguido en las últimas emisiones, el mercado prestará mucha atención al incremento de los costes de financiación.
Porque es ahí donde reside la verdadera clave, en si España será capaz de seguir financiándose en el mercado. No en vano, fue el desencadenante de los rescates totales de Grecia e Irlanda en 2010 y de Portugal en 2011.
Estos países se vieron obligados a entonar el SOS -y pedir el consiguiente rescate- cuando el coste de endeudarse se encareció tanto que se quedaron sin posibilidad de encontrar en los mercados recursos por sí mismos para afrontar el pago de sus compromisos financieros. O recibían ayuda o impagaban. Un dilema al que España se acerca peligrosamente.