La marea islamófoba polariza Alemania

La mano que mece la cuna

Miles de manifestantes vuelven a salir a la calle después de que Merkel condenara el movimiento xenófobo Pegida

La mano que mece la cuna

La catedral de Colonia apaga sus luces en señal de protesta

«Eso no es Alemania», escribe el socialdemócrata Helmut Schmidt, que gobernó entre 1974 y 1982 y es una de las 50 personalidades -políticos, artistas, empresarios, deportistas o religiosos- que hace un par de días firmaban en diario Bild un mensaje contra ‘Pegida’ (acrónimo de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) y las manifestación antiislam.

Se equivocan el excanciller y los demás. Alemania es un país de acogida, pero lo que pasa en Dresde, Colonia o Berlín es puramente alemán.

Lo que empezó como una protesta minoritaria y, tres meses más tarde, reúne a decenas de miles de ciudadanos, no es muy distinto a lo que ha ido creciendo en Gran Bretaña, Francia, Dinamarca u Holanda.

Tiene que ver con la crisis y con un número creciente de ciudadanos convencidos de que el Estado, que han levantado con su trabajo y sostienen con sus impuestos, se ocupa menos de ellos que de los que «no se quieren integrar».

Entre el germano Lutz Bachmann, el oscuro personaje con condenas por proxenetismo a sus espaldas que lidera la marea en Alemania y el holandés Pim Fortuyn, el periodista gay asesinado en 2002 en vísperas de unas elecciones en las que iba a arrasar, hay un abismo, pero los que se movilizaban con el lema ‘Holanda está llena’ responden a motivaciones muy similares a los que gritan ahora ‘Somos un pueblo’ en las calles alemanas.

Quienes se agitan son inasequibles a datos como que Europa necesita económicamente a muchos de los que afluyen o a argumentos como que la credibilidad de nuestra Civilización nos exige ser una sociedad abierta, en la que se acoge al menesteroso sin importar su religión.

El fenómeno es demasiado visceral y está suficientemente extendido y enraizado, como para desactivarlo tirando de lemas hermosos o descalificaciones de brocha gorda.

Claro que hay xenofobia y rampante entre los que ahora responden a las convocatorias de Pegida, pero quienes gobiernan el Viejo Continente, los que se sientan en los parlamentos y los burócratas de la Unión Europea deberían analizar con cuidado lo que proclaman algunas de las pancartas.

No son neonazis alucinados los que protestan en Alemania, como no son ultraderechistas nostálgicos los cinco millones de franceses que apoyan a Marine Le Pen y no eran fascistas tabernarios quienes dieron 26 escaños a la Lista Fortuyn en 2002 o la victoria al PPD danés en la últimas europeas.

Desde los despachos, alguien debería prestar atención a esa pancarta que abría el lunes la manifestación de Dresde y donde ponía: «Exigimos respeto y tolerancia, también a nuestro pueblo».

 

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