En tiempos de Tony Blair, Londres se convirtió en un paraíso de islamistas en el exilio
Los servicios de inteligencia británicos vuelven a quedar en evidencia tras la matanza del Puente de Londres que ha dejado siete muertos y 48 heridos. Y es que el Daily Mail afirma que el terrorista de 27 años abatido tras el salvaje ataque estaba fichado desde hace tiempo por la Policía, tanto que hasta aparece en un documental titulado ‘El Yihadista de la puerta de al lado’ emitido por Channel 4.–Another fanatic slips through the net: Killer jihadi, 27, ‘radicalised by YouTube’ was known to police and filmed arguing with officers after unfurling an ISIS flag in a park in a Channel 4 documentary—
El diario sensacionalista británico ha acordado con la Policía no dar su nombre pero el documental muestra cómo los islamistas radicales pueden portar pancartas que rezan ‘Conquistaremos el Este y el Oeste’ y ‘Democracia es igual a hipocresía’, repartir propaganda islamista en pleno Londres y desplegar banderas del ISIS en los parques en la cara de la Policía sin que nadie les eche mano.
En Londres se predica la guerra santa a plena luz del día. En un reportaje de El País sobre ‘Londonistán’, la capital británica como octavo califato, se recuerda que en tiempos de Tony Blair, Londres se convirtió en un paraíso de islamistas en el exilio.
Uno de estos es el terrorista de 27 años del Puente de Londres.
«Una decisión calculada que permitía al mismo tiempo encomiar el gusto británico por la libertad de expresión, reducir las posibilidades de atentados y tener al alcance de la mano de los servicios secretos a la crema de la crema de los apologetas de la guerra santa. No hay mejor manera de controlar al enemigo que teniéndolo en casa, pensaban», afirma el reportaje.
Gilles Kepel, uno de los más finos analistas europeos del islamismo radical, afirma que «Londonistán representaba la punta del iceberg multiculturalista, hasta el punto de haberse convertido en su caricatura. Suponía que, al ofrecer asilo a los ideólogos extremistas, éstos ejercerían una influencia favorable sobre la juventud tentada por el islamismo radical y la violencia y le disuadirían de actuar contra un Estado y una sociedad que habían permitido resplandecer a los Abu Hamza, Abu Qatada y Omar Bakri».
«En el Reino Unido, el multiculturalismo ha sido objeto de un consenso implícito entre la aristocracia social, salida de las public schools y encerrada en los clubes, y la izquierda laborista: el desarrollo separado de los musulmanes permitía a los primeros administrar con el menor coste posible la mano de obra paquistaní inmigrante y a los segundos captar su voto a través de los líderes religiosos en el momento de las elecciones. Ése es el consenso que los atentados de julio hicieron saltar por los aires. Porque el multiculturalismo sólo tiene sentido si conduce a una especie de paz social, en la que los dirigentes comunitarios controlen a sus fieles, les inculquen valores religiosos o morales específicos pero garanticen su sumisión al orden público general». —El fin de ‘Londonistán’—
Las imágenes escalofriantes del documental de Channel 4 le dan la razón a Gabriel Albiac. El columnista de ABC se pregunta si el Estado está cumpliendo con su obligación de proteger a sus ciudadanos:
Unos amigos que vuelven de Nueva York me narran su admiración ante el Memorial del 11S, que yo no he tenido aún ocasión de visitar. No fue el descomunal trabajo de arqueología histórica allí realizado lo que más los impresionó. Fue algo sencillo: los vídeos en bucle de los autores de los atentados en el momento de pasar impunemente controles de aeropuerto que hasta un niño de pecho hubiera podido saltarse. De esas pequeñas negligencias nació la mayor matanza religiosa de la era contemporánea. Y la guerra mundial en la cual vivimos y a la cual no vemos hoy desenlace.
Muchas veces he comentado a mis alumnos, en el correr de mis clases sobre el siglo XVII, el pasaje en el cual cristaliza Spinoza la paradójica relación que fija la perspectiva moderna de lo político: «La libertad de pensamiento, o fuerza anímica, es una virtud privada. Mientras que la virtud del Estado es la seguridad». Hasta el día de hoy, ese axioma es el único suelo firme de la ciudadanía: somos hombres libres -podemos serlo- porque toda la potencia del Estado -que es mucha- está enfocada al único objetivo de garantizar nuestra seguridad. Si el Estado fracasa en esa garantía, no nos queda más destino que ser siervos (que, por cierto, es lo que «musulmán» significa en árabe: «sometido»). Hay un modo infalible de perder una guerra: hacer como que la guerra no existe. En eso estamos.