Es un símbolo, un gesto, pero es importante por lo que ocurrió allí, en el corazón de la opulenta, ‘civilizada’ y cobarde Europa.
Lo llamaban «La Amoladora de Huesos». A dos de sus campamentos satélite, Gusen II y Gusen III, les decían «El Infierno del Infierno».
Por las puertas del campo de concentración de Mauthausen, en Austria, entraron 200 mil prisioneros entre 1939 y 1945. De ellos, 119 mil nunca volvieron a salir.
Un miserable que trabajó como guardia de las SS en Mauthausen entre 1944 y 1945, período durante el cual se calcula que fueron asesinadas allí al menos 36 mil personas, enfrenta ahora cargos de haber sido cómplice de esas muertes.
Aunque la fiscalía no tiene pruebas concretas de que haya cometido un asesinato directamente, el hombre de 95 años, identificado hasta ahora sólo como Hans H. y con residencia en Berlín, puede ser juzgado en virtud del precedente jurídico que sentó en 2011 el caso del ucraniano John Demjanjuk, declarado culpable en Alemania de complicidad en la muerte de más de 28 mil judíos cuando era guardia del campo de concentración de Sobibor, en Polonia.
Según la fiscalía, Hans H. «estaba al tanto de los métodos de exterminio, y también de las desastrosas condiciones de vida de los prisioneros». El tuvo la intención de apoyar, o al menos de hacer más fáciles, las miles de muertes cometidas por el principal perpetrador, indican los acusadores.
El campo de Mauthausen fue levantado junto a una cantera. Entre las labores forzosas que los prisioneros estaban obligados a cumplir figuraba la «Escalera de la Muerte», cuyos 135 escalones debían subir cargando piedras de granito de 100 libras.
Si antes de subir el prisionero escogía una piedra pequeña, al llegar arriba corría el riesgo de que el guardia lo matara de un disparo por haberlo hecho.
Otras veces el guardia les preguntaba si querían descansar. Los que ya estaban avisados respondían inmediatamente que no, pero cuando algún incauto decía que sí, el canalla le indicaba un lugar donde podía sentarse, y en cuanto lo hacía lo mataba de un disparo.
Tenían también «El Muro de los Paracaidistas». Era un peñón desde el cual lanzaban a los presos usando el macabro procedimiento de obligarlos a que fueran ellos mismos quienes se empujaran al abismo.
Las condiciones en Mauthausen eran tan horribles que algunos hacían pactos suicidas para ser lanzados a la muerte sin que pesara sobre la conciencia del otro haberlo empujado. Tenía «categoría III», lo que en la práctica significaba para el expediente de los prisioneros: «Regreso no deseado», o «muerte por labor».
Los obligaban a trabajar de 4:45 am a 7 pm. Como prueba de «generosidad», en invierno el horario era de 5:15 am a 7 pm.
El campamento principal tenía 32 barracas, y cuando se llenaron el jefe, Franz Zieriz, ordenó alambrar los alrededores para ir ubicando allí, a la intemperie, a los recién llegados. Así murieron muchos judíos húngaros y prisioneros rusos.
También perdieron la vida numerosos republicanos españoles que escaparon de su país para radicarse en Francia y pelear del lado de los antifascistas. Cuando París se rindió a los nazis, muchos fueron arrestados y llevados a Mauthausen.