Advierto a lo que corren por las calles, que incendiando los bienes no se puede satisfacer las aspiraciones de la gente
Cientos de egipcios permanecen en las calles del centro de El Cairo, después de una noche de relativa calma, ante la vigilancia del Ejército, que controla los principales puntos de la capital.
Poco a poco, se les suman más manifestantes, que vuelven a concentrarse en la plaza Tahrir, entre gritos de «¡Vete, vete!» y «¡No violencia!», en clara muestra de que no les basta el mensaje de anoche del presidente, Hosni Mubarak, anunciando la destitución del Gobierno pero su permanencia en el poder.
Es la resaca después de una jornada violenta, en la que ciudades como El Cairo, Alejandría y Suez se convirtieron ayer en un campo de batalla en el que centenares de miles de personas se enfrentaron a la policía y a los militares, con un saldo de 29 muertos y más de 1.000 heridos, en una revuelta sin precedentes que ha hecho tambalearse al régimen de Mubarak.
La pasada noche se interrumpieron las líneas de comunicación con gran parte de Egipto y quedaron cortadas las conexiones de Internet y los servicios de telefonía móvil.
Esta misma semana se habían interrumpido ya los servicios SMS, Twitter y Bambuser, y también se habían desactivado las cuentas de telefonía móvil de destacados activistas de los derechos humanos.
El presidente egipcio se ha visto obligado a aparecer públicamente y lo ha ahehco a través de la televisión, donde por la noche anunció que destituía al Gobierno actual por otro que asumirá nuevas funciones.
«He ordenado que renuncie el Gobierno y que sea formado mañana (por hoy) otro, para que adopte nuevas funciones», afirmó Mubarak en su mensaje.
En su discurso, el gobernante, de 82 años, dijo que era consciente de las demandas de reformas políticas, sociales y económicas que han llevado a los ciudadanos a salir a la calle, pero insistió en la necesidad de mantener la seguridad bajo control.
«Hay una línea muy estrecha entre la libertad y el caos», afirmó el presidente egipcio.
A pesar de que las protestas se han centrado en las últimas horas en pedir la renuncia de Mubarak, en el poder desde 1981, el gobernante egipcio no expresó ninguna intención de renunciar al poder.
«Soy consciente de las aspiraciones en favor de más democracia, el combate del desempleo, la lucha contra la pobreza y el combate de la corrupción», afirmó Mubarak. «Pero los objetivos que se buscan -añadió- no pueden ser logrados por la violencia, sino por el diálogo nacional y esfuerzos que unan a las partes».
«Hago un llamamiento especial a los jóvenes para trabajar por el interés de la gente y advierto a lo que corren por las calles, que incendiando los bienes no se puede satisfacer las aspiraciones de la gente».
Pasadas las ocho de la tarde, la multitud conseguía pisar el símbolo de esta protesta histórica: la plaza de Tahrir, el centro neurálgico de El Cairo, que vibró de nuevo en un grito desesperado de libertad. La revolución ayer se instaló en Egipto.
Entonces fue cuando el «faraón» -o quien quiera que le asesore mientras él permanece en la ciudad balneario de Sharm-el Sheij- mandó salir al Ejército con el apoyo de los blindados.
Las tanquetas intimidando por primera vez desde el inicio de este motín ciudadano hubieran podido provocar una conmoción eléctrica, pero lo de anoche era ya el salvaje oeste.
«Mañana vamos a volver, y pasado mañana, y al otro… y seremos como olas hasta que barramos este régimen podrido», proclamaba Adel Abdel-Sati, de la Asociación Nacional de Derechos Humanos.