A Mubarak se le consideraría "liberal" en comparación con estos fanáticos islámicos
El gobierno de Israel está realizando toda clase de gestos y pronunciamientos idóneos expresando la esperanza de que el nuevo gobierno egipcio respete la paz fría.
Pero no deberíamos hacernos ilusiones. Ni siquiera los optimistas más empedernidos pueden salvar la realidad de que las fuerzas islámicas de la Hermandad Musulmana que pretenden gobernar Egipto están decididas a acabar revocando el tratado de paz. Sus intenciones no se desprenden simplemente de la xenofobia nacionalista, sino que están profundamente enraizadas en la ideología islámica fanática fundamentalista infinitamente más intensa e inflexible. Aunque Mubarak dispensaba a Israel el trato de paria y sacaba tajada del antisemitismo popular, se le consideraría «liberal» en comparación con estos fanáticos islámicos.
La Hermandad Musulmana es la organización que alumbró a Hamás y que sigue estando totalmente decidida a borrar del mapa a «la entidad sionista». Esto era reiterado el mes pasado por su secretario Mohammed Badie, que instaba a «imponer el gobierno musulmán por toda Palestina» y «liberarla de la enfermedad del sionismo».
Representa la rama más intolerante del islam, al rechazar la coexistencia con las demás religiones y hacerse fama de perseguir y humillar a los cristianos. La Hermandad no está dedicada únicamente a imponer la ley islámica en Egipto sino que está fervientemente decidida a alcanzar la conquista del planeta en nombre del islam.
Sus líderes, aliados de los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, son famosos por promover el antisemitismo rabioso. Los imanes recuerdan de forma constante a sus fieles que los judíos son los descendientes de los monos y los cerdos y que merecen ser asesinados como enemigos del profeta Mahoma. Tienen una larga tradición de asesinar a los rivales, de terrorismo y de perpetrar atentados suicida.
Sin embargo, la Hermandad Musulmana es pragmática y políticamente inteligente, y por tanto no se inclina a la sobreactuación, evitando en un principio los comportamientos radicales que puedan dar lugar a una ruptura con Estados Unidos y los países occidentales y conducir a una debacle total de la economía egipcia que ya está en desintegración. Ellos reconocen que la salida de Mubarak se debió principalmente a factores económicos, y que si pretenden permanecer en el poder, van a tener que dar de comer a 80 millones de egipcios.
Los portavoces de la administración norteamericana se están haciendo los suecos cuando insinúan que una vez la Hermandad tenga el control, actuará de forma responsable probablemente y proporcionará un clima plural a los egipcios. Todavía más absurdas son las garantías de que se está produciendo una transformación liberal y que está decidida a respetar el sistema democrático de gobierno. Sandeces engañosas parecidas circulaban cuando Hamás se hizo con el control de Gaza «democráticamente».
Cada grupo islámico radical que ha salido elegido «democráticamente» ha terminado imponiendo un régimen en el que la oposición política y los elementos sociales independientes son marginados. Basta con observar al régimen islamista «más democrático» y «liberal» de Erdogán en Turquía que, en un plazo de tiempo relativamente corto, ha erradicado por completo las reformas de Kemal Ataturk, ha encarcelado a líderes militares y relevado al gobierno militar secular con un régimen autoritario islámico. La Hermandad Musulmana es mucho más radical que su homólogo islámico turco.
La realidad es que la democracia no puede sobrevivir en una sociedad dominada por fanáticos islámicos que no tienen oposición. De hecho, tanto como despreciamos a los regímenes autoritarios, dictatoriales o incluso totalitarios, los precedentes indican claramente que un régimen controlado por fanáticos islámicos es probablemente mucho más represor que una autocracia militar.
Aunque débil, el ejército sí que disolvió el parlamento dominado por fundamentalistas islámicos y sigue representando una barrera al control total de la Hermandad Musulmana. Pero es probable que evite la confrontación directa a menos que confíe en tener el apoyo de la opinión pública. En este volátil entorno, la presión estadounidense sobre el ejército para que se hiciera a un lado sólo puede servir para minar todavía más los intereses occidentales y conducir a una opresión agravada.
No debemos esperar que el Presidente recién elegido Mohamed Morsi vaya a ser una influencia moderadora. Su reciente promesa de actuar en nombre del pueblo egipcio entero es totalmente ajena a su trayectoria establecida de apoyar las políticas radicales de la Hermandad.
Justo antes de los comicios, Morsi anunciaba que el Corán será la constitución de Egipto y que «este país va a disfrutar de bendiciones y renacimiento sólo a través de la ley islámica. Juro por Alá delante de todos vosotros que con independencia del texto real de la constitución… reflejará de verdad la ley islámica».
Morsi, que se negó a coger la llamada de felicitación del Primer Ministro Netanyahu, afirmaba que cumpliría los acuerdos internacionales egipcios en vigor, incluyendo el tratado de paz con Israel. Pero incluye de forma reiterada la salvedad de que es necesario volver a examinar los acuerdos de Camp David de 1978, y que si los líderes de Israel (a los que se refiere antes como «vampiros» y «asesinos») no respetan sus compromisos con el pueblo palestino, Egipto no estará obligado a respetar el tratado de paz. Los cánticos reiterados en sus mítines electorales incluyen «Morsi liberará Gaza», «Jerusalén será la capital de la nación árabe unida» o «la muerte por Alá es nuestra aspiración más ferviente».
Dejando aparte el actual «desencuentro» con Israel, Morsi tiene todos los números para sugerir en el futuro, como Arafat, que la violación por parte del profeta Mahoma del Tratado de Hudaybiya en el 629 constituye la base para decir que los acuerdos con los infieles y los judíos no hay que cumplirlos, con un precedente histórico que puede aplicarse Israel.
Cualquier duda de la forma de Morsi de ver a Occidente era aclarada en su discurso de investidura televisado, que el gobierno estadounidense se saltó. Anunció que «es mi deber hacer todos los esfuerzos» para poner en libertad al «jeque ciego», el egipcio Omar Abdel Rahmán, que encabezaba al grupo terrorista que presuntamente orquestó el asesinato de Sadat, es acusado de ser aliado de Osama Bin Laden y cumple cadena perpetua en una cárcel de Carolina del Norte por conspiración en 1993 para destruir el World Trade Center y monumentos del municipio de Nueva York.
Al informar de esto, el New York Times destacaba que Morsi había manifestado con anterioridad que sospechaba de una mano anónima que habría jugado algún papel en los atentados del 11 de Septiembre contra el World Trade Center. «Cuando viene y me dice que el avión cortó la torre como un cuchillo la mantequilla, nos está insultando».
Ahora, apartando los gestos a los líderes judíos de que no invitaría a la Casa Blanca a Morsi a menos que asumiera un compromiso público de respetar de forma genuina el tratado de paz con Israel, Obama ha anunciado que va a recibir al caballero que le anima a poner en libertad a un líder terrorista global relevante no arrepentido.
Nosotros en Israel estamos en primera línea. Puede que disfrutemos de la relativa tranquilidad egipcia a corto plazo debido al caos imperante y al control del ejército. Sin embargo, Hamás confía ya en que en caso de un futuro conflicto con Israel, Egipto le brinde probablemente el máximo apoyo y hasta puede que acabe uniéndose a la hora de plantarnos cara.
Esto significa que nuestra frontera con Egipto va a necesitar ser protegida y que Israel tiene que prepararse para un incremento de atentados terroristas procedentes de la Península del Sinaí. Estos atentados incluirán probablemente ataques balísticos, haciendo extremadamente frágil la relación con Egipto.
El único aspecto positivo de este preocupante panorama es el conocimiento por parte de nuestros adversarios de la increíble fortaleza del ejército israelí. Esto representa en última instancia el disuasor más importante contra el deterioro adicional de la situación o la escalada de ataques contra nosotros.