El fanático islámico ya no usa ni siquiera teléfonos

Abú Bakr al Baghdadi, el ‘califa’ del ISIS, huye con el rabo entre las piernas

EEUU ofrece 25 millones de dólares de recompensa por el facineroso, vívo o muerto

Huye como las ratas. Y asustado, porque ni se atreve ya a acercarse a un teléfono móvil. Tampoco lanza soflamas y discursos incendiarios. Ahora sólo piensa en salvar el pellejo, aunto que se le pone cada día más complicado.

El líder del grupo terrorista Estado Islámico, Abú Bakr al Baghdadi, está a punto de perder los dos principales centros de su ‘califato’ pero aunque está a la fuga, podría llevar años el capturarle.

Los combatientes del Estado Islámico están cerca de la derrota en las dos principales ciudades del territorio bajo su control: Mosul en Irak y Raqqa en Siria. Las autoridades creen que Al Baghdadi se mantiene alejado de ambas, escondido en los miles de kilómetros cuadrados de desierto entre las dos.

«Al final, será abatido o capturado, no será capaz de permanecer oculto para siempre», sostiene Lahur Talabany, jefe de la unidad antiterrorista del Gobierno del Kurdistán iraquí.

«Pero para esto todavía quedan unos años».

Una de las principales preocupaciones de Al Baghdadi es garantizar que quienes le rodean no le traicionan por los 25 millones de dólares de recompensa que ofrece EEUU por llevarle «ante la justicia», explica Hisham al Hashimi, que asesora a gobiernos de Oriente Próximo sobre el Estado Islámico.

«Sin territorio que gobernar abiertamente, no puede seguir reivindicando el título de califa».

«Es un miserable en fuga y el número de sus partidarios se está hundiendo a medida que pierden territorio».

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Mosul y Raqqa, asediadas

Las fuerzas iraquíes han recuperado buena parte de Mosul, la ciudad del norte de Irak que el grupo terrorista tomó el 14 de junio de 2014 y desde la que Al Baghdadi se autoproclamó ‘califa’, o líder de todos los musulmanes, el 29 de junio de ese mismo año. Raqqa, su capital en Siria, está prácticamente rodeada por una coalición de grupos árabes y kurdos sirios.

El último vídeo público que hay de Al Baghdadi es precisamente el que le muestra vestido con una túnica negra declarando el califato desde un púlpito de la mezquita Grand al Nuri de Mosul en 2014.

Nacido como Ibrahim al Samarrai, Al Baghdadi es un iraquí de 46 años que rompió con Al Qaeda en 2013, dos años después de la captura y muerte de su fundador, Osama bin Laden.

Creció en una familia religiosa, estudió teología islámica en Bagdad y se unió a la insurgencia yihadista salafista en 2003, el año de la invasión de Irak liderada por EEUU.

Fue detenido por los estadounidenses, que le liberaron alrededor de un año después tras considerar que no era un objetivo militar.

Tímido y reservado, según Al Hashimi, se encuentra escondido desde hace poco en la frontera entre Irak y Siria, una zona escasamente poblada en la que los drones y los extranjeros son fáciles de localizar.

El Programa de Recompensas Antiterroristas del Departamento de Estado ha puesto una recompensa de 25 millones de dólares por él, la misma que había por Bin Laden o por el expresidente iraquí Sadam Husein y que se mantiene para el actual líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri.

Ni Sadam ni Bin Laden fueron traicionados, pero las recompensas complicaron sus movimientos y comunicaciones.

«La recompensa crea preocupación y tensión, restringe sus movimientos y limita el número de sus guardaespaldas», destaca Fadhel Abu Ragheef, un experto en grupos extremistas de Bagdad.

«No permanece más de 72 horas en un mismo lugar».

Cuidadoso en sus movimientos

Al Baghdadi «se ha vuelto nervioso y muy cuidadoso con sus movimientos», señala Talabany, cuyos servicios están directamente implicados en combatir los planes del Estado Islámico.

«Su círculo de confianza se está haciendo incluso más pequeño».

Su último discurso grabado se remonta a principios de noviembre, dos semanas después del inicio del asalto sobre Mosul, cuando instó a sus seguidores a combatir a los «infieles y hacer que su sangre fluya como ríos».

Las autoridades estadounidenses e iraquíes creen que ha dejado a sus comandantes de operaciones detrás con los seguidores más radicales para combatir en Mosul y Raqqa, con el fin de centrarse en su propia supervivencia.

Al Baghdadi no usa teléfonos y tiene solo a un pequeño número de correos aprobados para comunicarse con sus principales ayudantes, Iyad al Obaidi, su ministro de defensa, y Ayad al Jumaili, a cargo de la seguridad.

El pasado 1 de abril, la televisión estatal iraquí informó de la muerte de Al Jumaili, sin que este extremo haya sido confirmado.

El líder del Estado Islámico se mueve en coches corrientes, o en los típicos ‘pick-up’ usados por los campesinos, entre escondites a ambos lados de la frontera, con solo un conductor y dos guardaespaldas, según Al Hashimi.

La región es bien conocida por sus hombres, ya que es la cuna de la insurgencia suní contra las fuerzas estadounidenses que invadieron Irak y posteriormente contra los gobiernos liderados por chiíes que han dirigido al país.

Califato en retroceso

En la cúspide de su poder hace dos años, el Estado Islámico ‘gobernó’ sobre millones de personas en un territorio que cubría el norte de Siria pasando por localidades y aldeas a lo largo de los valles del Tigris y el Éufrates hasta las afueras de Bagdad, la capital de Irak.

Persiguió a los que no eran suníes e incluso a los suníes que no estaban de acuerdo con su versión extrema del islam, con ejecuciones públicas y latigazos por violar sus estrictos controles sobre la apariencia, la conducta y los movimientos.

Ahora, unos cientos de miles de personas viven en zonas bajo su control, en y en torno a Raqqa y Deir Ezzor, en el este de Siria, y en unos pocos reductos en el sur y el oeste de Mosul. Según Al Hashimi, el Estado Islámico está trasladando a algunos combatientes fuera de Raqqa antes de que la ciudad quede rodeada para reagruparse en Deir Ezzor.

En Mosul vivían hasta dos millones de personas antes de la ocupación yihadista. Hasta 200.000 personas siguen atrapadas en la Ciudad Vieja, bajo control del Estado Islámico, con falta de suministros y usadas como escudos humanos para obstruir el avance de las fuerzas iraquíes con apoyo de la coalición internacional que lidera EEUU.

Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), integradas por grupos kurdos y árabes apoyados por la coalición internacional, comenzaron la semana pasada su asalto sobre Raqqa, tras meses de campaña para lograr asediarla. Los milicianos también se están enfrentando con fuerzas leales al presidente sirio, Bashar al Assad, y apoyadas por Rusia e Irán, y con rebeldes sirios respaldados por Turquía.

La última información oficial sobre Al Baghdadi fue del Ejército iraquí el pasado 13 de febrero. Aviones F-16 iraquíes llevaron a cabo un bombardeo contra una casa donde se creía que estaba reunido con otros comandantes, en el oeste de Irak, cerca de la frontera siria.

En total, el Estado Islámico cuenta aún con unos 8.000 combatientes, de los que 2.000 son extranjeros, precisa Abu Ragheef. «Una pequeña cifra en comparación con las decenas de miles desplegados contra ellos en ambos países, pero una fuerza a tener en cuenta, compuesta por radicales sin nada que perder, escondidos en medio de civiles y haciendo un uso extensivo de bombas trampa, minas y explosivos», advierte.

El Gobierno estadounidense tiene un equipo de trabajo para seguir los pasos de Al Baghdadi que incluye fuerzas de operaciones especiales, la CIA y otras agencias de Inteligencia, así como satélites espías de la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial.

Hará falta más que eso para borrar su influencia, advierte Talabany. «Todavía sigue siendo considerado el líder del Estado Islámico y muchos siguen luchando por él; eso no ha cambiado drásticamente», subraya. Incluso si fuera abatido o capturado, agrega, «su legado y el del Estado Islámico durarán a menos que el extremismo radical se afrontado».

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