El cuento de la rana y la princesa

Del Toro perfila “La forma del agua”

Burbujas de amor

Que el director Guillermo del Toro es un apasionado feroz del cine fantástico y de terror es algo que todo el mundo conoce, es vox populi. Su peculiar filmografía así lo demuestra. Pero antes que todo el mexicano es una amante del Cine por encima de la «estratificación» genérica. En todos sus trabajos late el pulso subterráneo del cine clásico, más allá de la criatura que amenace en la sombra. Con «La forma del agua» (2017) esta pasión ha fecundado en su obra más redonda y más poética.

El afán ultimo de «La forma del agua» es volver a contarnos un cuento clásico reformulando su contexto pero manteniendo su estructura clásica y la esencia fundamental de sus personajes arquetípicos. En esta fabulación nos topamos con una Cenicienta en forma de mujer de la limpieza muda que trabaja en unos laboratorios secretos norteamericanos durante la década de los 60´s. Allí recala una criatura anfibia que acabara convirtiéndose, después de las habituales pruebas de valor del héroe, en el príncipe azul de la protagonista.

La atención por el detalle es una de las virtudes más reconocidas y reconocibles de Guillermo del Toro. De carácter obsesivo, siempre gusta de lo barroco en su escenografía y en el trabajo con la cámara. En esta ocasión estas obsesiones productivas están más controladas que nunca y dan lugar a una película visualmente bellísima y a una historia sencilla pero llena de matices y segundas lecturas. Destaca un reparto perfecto en su conjunto, con una Sally Hawkins en estado de gracia y un villano complejo al que da vida un excelente Michael Shannon.

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