En la serie de cuentos para leer en la hamaca Julia A. García nos recuerda con su relato de hoy el valor de una sonrisa. Muchos corremos aferrados a los teléfonos que amamos y olvidamos mirar a los ojos de la gente.
Solo un pequeño consejo para este miércoles 26 de agosto, sonría por favor…
NO SIN MI IPHONE
Dos «máster», tres idiomas y cinco años después de terminar estudios de leyes, Iñigo fue admitido como letrado de un despacho prestigioso. No resultó fácil cazar el sitio; superó test endemoniados y relumbró en sanguinarias dinámicas de grupo logrando que el informe del «Head Hunter» le describiera como un tigre sediento de éxito.
El sueldo era simbólico pero al firmar el contrato recibió un Iphone corporativo de última generación como emblema de la victoria. Quedó instalado en la pradera de la firma ubicada en un elegante rascacielos y se sentó ufano en la silla de diseño que llevaba su nombre. No albergó dudas de que aquel sería el primer día de una existencia plagada de éxitos pero el jarro de agua helada no tardó en caer: la primera encomienda fue visitar un Juzgado para sacar la fotocopia de unos autos.
Maldijo la humillación que había en tan modesta misión pero tragó. Llegó al vestíbulo de Plaza de Castilla vestido de Armani, dejando una estela de caro aroma y con la mosca detrás de la oreja. Pasó el arco detector de metales y se adentró en territorio judicial armado hasta los dientes con su teléfono de máximas prestaciones.
Se perdió en laberínticos pasillos sin señales y pasó el tiempo atacando las trincheras en las que se hace justicia. Ventanucos hostiles le saludaban a cañonazos mientras hábiles oficiales de ojos reflectantes se parapetaban tras vetustas pantallas y le ignoraban sin disimulo. Puso en peligro su vida cuando un armario reventado de autos se tambaleó cayéndole encima y estuvo a punto de tirar la toalla porque un agente le cerró la puerta en las narices recomendándole que lo intentara por Navidad.
Iñigo se aferró a su móvil como a un clavo ardiendo y pidió ayuda a los cuatro puntos cardinales. Consultó bases de datos, wasapeo a su novia, preguntó a colegas atesorados en las redes sociales y hasta solicitó socorro en un foro de jóvenes abogados.
Provocó tal avalancha de respuestas que se colapsó la memoria de su flamante Smartphone y el joven comenzó a hiperventilar.
Al final de la mañana tenía las orejas gachas, olía acre y la pantalla de su teléfono ardía. Repasó mentalmente cada consejo y no encontró ninguno útil.
Francamente preocupado, marcó el número de emergencias:
-Mamá…- dijo tristón – necesito conseguir una fotocopia y no soy capaz…
-Cariño, piensa un poco – la voz de mamá sonó tranquilizadora – ¿Qué es lo mejor que te hemos dado?
-Ni idea mamá – Iñigo dudó – ¿Te refieres a los años de universidad en América?
– ¡No digas chorradas hijo!- La madre de Iñigo parecía desilusionada -Lo mejor ha sido una fantástica ortodoncia, así que apaga el móvil y sonríe…
– ¿Apagar mi móvil? – Respondió Iñigo indignado – Tu estás loca mamá ¡Es un Iphone seis¡
– ¡Como si es la luna! olvídalo y enseña esos preciosos dientes tuyos…- exigió.
A pesar de sus dudas Iñigo terminó haciendo caso a mamá. Al ver la pantalla oscura y sin vida sintió una intensa nostalgia con sabor a duelo.
La fotocopia que necesitaba llegó a sus manos justo cuando esbozaba su segunda sonrisa deslumbrante.