El arzobispo de Mérida- Badajoz y Jesús García Burillo -obispo de Ávila- reflexionan sobre el tema

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¿Debe cobrarse entrada en las catedrales?

Vida Nueva, Sábado, 11 de octubre 2008

 ¿Se debe pagar entrada para ver una catedral? Independientemente de que estemos de acuerdo o no con esta medida, que ya se aplica en muchos puntos de la geografía española, parece claro que conservar el rico legado de la Iglesia exige mucho más. La revista Vida Nueva cuenta para abordar este tema con las reflexiones de dos prelados: Santiago García Aracil, arzobispo de Mérida- Badajoz y Jesús García Burillo, obispo de Ávila.

¡Qué bien si todos pudiéramos!

Santiago García Aracil- Arzobispo de Mérida-Badajoz) El título de estas líneas es la expresión sincera de un deseo no fácilmente alcanzable. Me refiero al patrimonio cultural de la Iglesia. Para ofrecer un planteamiento panorámico y breve al mismo tiempo, formulo una pregunta y apunto una respuesta. ¿Qué piensa la Iglesia de su patrimonio cultural?

La Iglesia es consciente del valor del patrimonio cultural del que es titular, se siente responsable de su recta utilización, de su conservación, de su restauración, e incluso de su progresivo enriquecimiento motivado por las exigencias de su ministerio. A la vez, la Iglesia desea poner su patrimonio cultural al servicio de la sociedad. Así lo ha venido haciendo, de una forma u otra, en el transcurso de los tiempos, siempre según sus posibilidades, y de acuerdo con la identidad y la finalidad del mismo. Y así lo ha manifestado constantemente en abundantes documentos y en diversas ocasiones.

La Iglesia ha sido siempre fuente de cultura y, por tanto, creadora de sus más diversas manifestaciones en la medida de los recursos disponibles. Esos principios, aun sin figurar explícitamente en formulaciones eclesiásticas vinculantes, han sido atendidos generalmente en la medida impuesta por la diversidad de circunstancias y situaciones. Por eso, podemos afirmar que la indiscutible riqueza patrimonial de la Iglesia ha estado, en su mayor parte, al alcance de la contemplación y estudio por parte de los interesados.

Sin embargo, somos conscientes de que la accesibilidad de los templos fuera de los horarios del culto sagrado, la iluminación adecuada, la atención informativa a los visitantes, estudiosos o turistas, la disponibilidad de suficientes publicaciones para el oportuno servicio de quienes las requerían, la vigilancia exigida por la imprescindible seguridad, y quizás algún que otro aspecto más, no han sido satisfactorios en muchos casos, ni para los responsables del patrimonio eclesiástico ni para quienes pretendían contemplarlo; sobre todo, si no hubo previa solicitud y acuerdo con los responsables. Esta insatisfactoria situación, no tan abundante como se ha querido afirmar en muchos casos y en diversos medios de comunicación, pero cierta al fin y al cabo, tiene un motivo muy sencillo: la falta de recursos económicos para atender vigilancia, iluminación, limpieza, personas y medios técnicos para una información adecuada y competente, etc. Es cierto que, sobre todo en los últimos tiempos, se han destinado fondos civiles, claramente insuficientes, a la restauración de inmuebles y muebles pertenecientes al patrimonio cultural de la Iglesia. Así viene determinado por la Ley general de Patrimonio y por las autonomías que han legislado sobre el caso. También es cierto que la constante utilización para el culto sagrado y para otras actividades propias de la acción pastoral, junto a la colaboración material de los fieles, ha permitido la conservación de edificios, de bienes muebles y de otros objetos cuya riqueza artística e histórica podemos contemplar hoy; aunque en algunos casos haya deficiencias de restauración o de instalación. Pero tampoco pueden generalizarse las limitaciones referidas, porque simultáneamente son incontestables el esfuerzo y los buenos logros que se constatan en la ordenación y apertura de tantos museos catedralicios, parroquiales e incluso monacales accesibles a estudiosos y turistas. A ello han contribuido el ejemplar esfuerzo de personas competentes y la buena administración de simbólicas subvenciones y de escasas limosnas.

Queda por comentar una cuestión que resulta molesta para algunos. Hay templos y museos eclesiásticos cuya visita queda condicionada por el pago de una entrada. En cambio, otros museos y edificios civiles, no demasiados por cierto, pueden visitarse gratuitamente. ¡Qué le vamos a hacer! Unos cuentan con el apoyo del erario público y otros no cuentan casi más que con la limosna de los fieles. ¿No es justo que, además de las ayudas a la restauración del patrimonio, hubiera también subvenciones que cubran los gastos de mantenimiento y apertura para el servicio de la sociedad? Por eso he titulado estas líneas: ¡QUÉ BIEN SI TODOS PUDIÉRAMOS! Qué bien si todos los responsables eclesiásticos pudiéramos disponer de los medios necesarios para ofrecer gratuitamente la riqueza cultural producida por la Iglesia en el curso de su larga historia y que ha llegado hasta nosotros a pesar de tantos desventurados avatares por los que ha ido atravesando a través de los tiempos. Creo que todos coincidimos en el deseo de que el problema se resuelva satisfactoriamente. En ello estamos empeñados.

Un servicio al culto y al turismo

(Jesús García Burillo- Obispo de Ávila) En los últimos tiempos se ha retomado la reflexión en torno al patrimonio cultural de la Iglesia, su reconocimiento y puesta en valor. Del mismo modo, se ha hablado en numerosas ocasiones de cómo ese patrimonio se ha visto integrado en el conjunto de valores con los que cuentan las ciudades y regiones de cara al desarrollo turístico y económico de las mismas.

Hemos de reconocer, ante todo, que la Iglesia y la fe de las gentes de Ávila han ofrecido un papel insustituible en la configuración de la ciudad. La tradición de la presencia cristiana en Ávila se remonta a sus orígenes, como lo atestiguan las referencias martiriales de los primeros siglos de nuestra era. Desde entonces, la fe cristiana se ha transmitido hasta nosotros atravesando siglos y acontecimientos históricos, y dejándonos en cada época elementos de valor artístico incalculable como son los templos que contemplamos en la actualidad. Templos, más o menos monumentales, que todavía hoy mantienen el uso para el que fueron creados, al contrario de lo que ocurre con otros edificios que han visto transformada su fisonomía siendo adaptados a nuevos usos.

La Iglesia de Ávila, por tanto, ha tenido y tiene un papel preponderante en el mantenimiento de las peculiaridades que han llevado a esta ciudad a ser reconocida en el mundo entero. Importantes personajes de la historia de la Iglesia han habitado estos lugares, los han recorrido y han vivido en ellos experiencias hondas de fe. Hoy los fieles de cada parroquia habitamos los mismos templos, acudimos a ellos para orar, recibir los sacramentos y esperar el último paso por la tierra cuando llegue nuestro encuentro con el Padre. Así, los católicos nos convertimos en pieza crucial y necesaria para el mantenimiento de cada edificio y para que nuestros templos no pierdan el sentido esencial de “casa de Dios”, lugar de encuentro con la comunidad y expresión de fe no sólo mediante las manifestaciones artísticas, sino también por las celebraciones litúrgicas.

No es necesario recordar cuánto esfuerzo se requiere para que cada templo no sufra en exceso los ataques del tiempo, cuánta labor se ha llevado a cabo y cuánta queda todavía por hacer en unos edificios grandiosos por su volumen y por sus condiciones estructurales. En muchos lugares se realizan trabajos de restauración, algunos sufragados por las instituciones públicas y otros por las propias parroquias, que se ven obligadas a invertir cantidades de dinero que superan sus capacidades y que provienen únicamente de la aportación generosa de los fieles. Es admirable el interés y el esfuerzo que llevan a cabo las gentes sencillas de nuestros pueblos, aportando de sus propias manos, trabajos y economía al servicio de la conservación y restauración de sus iglesias. Todo elogio queda corto ante su gran aporte en el mantenimiento del patrimonio histórico artístico.

En este aspecto, podría afirmarse que hasta ahora el beneficio directo del aumento del turismo, sobre todo en la ciudad, no ha reportado en la mayoría de los edificios singulares el incremento económico necesario para poder mantenerlos en las mejores condiciones. Lejos del parecer de la opinión pública que, en buena parte, sigue siendo contraria a que se obtenga beneficio económico del patrimonio histórico artístico de la Iglesia, lo cierto es que el producto obtenido por el cobro de entrada en la Catedral o en otros templos no contribuye al incremento de capital para las mismas. A las personas que se lamentan de tener que abonar una entrada para acceder a estos edificios, fuera de las horas de culto, les pasa desapercibido el gasto que la apertura de los templos origina a sus administradores y responsables directos.

En el caso de la Catedral, abierta al turismo como opción de servicio al conjunto del entramado turístico de la ciudad, la mayor parte de los beneficios obtenidos por la apertura en horario ininterrumpido es dedicada a sufragar los gastos de personal de atención, de mantenimiento y diversos servicios, así como a otros gastos que genera la apertura, como la iluminación. El resto se viene empleando en el sostenimiento de la fábrica, en la que son constantes los trabajos de restauración. Es verdad que las instituciones públicas subvencionan algunas de las intervenciones que se llevan a cabo, lo cual es muy de agradecer; pero muchos desconocen que otras obras se acometen con fondos propios, sobre todo las que no son intervenciones que generan un interés especial para dichas instituciones pero que son del todo necesarias. Pues bien, para cubrir estos gastos se ha establecido un precio de entrada que no tiene como finalidad enriquecer al Cabildo o a otra institución, ni acumular ganancias; sólo hay un interés por mantener el edificio en las mejores condiciones posibles para el culto, uso principal, y al servicio del movimiento turístico. No olvidemos que la Catedral podría abrirse sólo para las celebraciones litúrgicas, como ocurre en otros lugares con menos afluencia turística, podría limitarse a recibir las subvenciones estimadas por las instituciones e ir manteniéndose con lentas y dilatadas intervenciones en el tiempo. Pero en el caso de la Catedral de Ávila se ha optado por mantener un ritmo de culto junto a la apertura a los ciudadanos y visitantes, con amplios horarios, contribuyendo al desarrollo del turismo en la ciudad que tanto beneficio genera en otros campos, por ejemplo, en el sector hostelero.

Que estas reflexiones ayuden a descubrir el fondo de la cuestión, más profundo que el que aparece en la mera crítica o queja puntual, siempre abiertos a un diálogo serio y rico que ayude a establecer criterios y modos de actuar beneficiosos para todos en aras de los fines pretendidos, aun siendo diversos y distintos.