¿Ha llegado el momento de poner fin a dos décadas de tolerancia con la "diferencia islámica"?

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Londonistán, Paristán, Romastán, Madristán...

PD / Agencias, Lunes, 11 de julio 2005

Los terroristas islámicos ya no vienen del Afganistán de los talibanes, de los campos de refugiados de Gaza, de los pueblos de Bosnia o de las montañas de Chechenia. Al Qaeda ha trasladado su sede a los barrios musulmanes de la ahora golpeada Londres, pero también a los de Milán, Hamburgo, Madrid... Los integristas viven entre nosotros, se nacionalizan en países europeos, usan la Seguridad Social, reciben becas y han convertido las ciudades de nuestro Viejo Continente en Londonistán, Paristán, Romastán o Madristán...

Durante los últimos veinte años, la capital británica ha albergado a los responsables y los portavoces de las más sanguinarias organizaciones del terrorismo islamista internacional sin apenas cortapisas. Enrique Serbeto, enviado especial de ABC, analizaba ayer sobre el terreno la situación y sacaba la conclusión de que la fase de la "comprensión" y "tolerancia" llega a su fin. Por su interés, reproducimos los fragmentos más relevantes de su artículo, unidos al material que ha llegado en las últimas horas a través de varias agencias.

 

Gracias a una generosa política de asilos, Londres se ha convertido en la sede de, al menos, una docena de movimientos extremistas.Entre ellos, Hizb-u-Tahrir (Partido de la Liberación), que propugna la creación un Califato en Asia Central. Se diferencia de Al Qaeda en que quiere lograrlo sólo por métodos pacíficos. O Al-Mujahiroun (Emigrantes religiosos), que reclama que los musulmanes se trasladen a vivir a un país verdaderamente islámico. Pero dado que, según su punto de vista, desde la caída de los talibanes ya no hay países realmente islámicos, consideran necesario convertir a los infieles al Islam.

En el Reino Unido hay no menos de un millón y medio de musulmanes de toda procedencia, muchos de los cuales acudieron ayer -viernes- a las oraciones rituales en las miles de mezquitas repartidas por todo el país. Todo el mundo, empezando por los imanes que dirigían la oración, trata de mantener la calma para evitar que las consecuencias del atentado del jueves puedan desencadenar graves conflictos sociales.

 Y es posible que la flemática sociedad británica llegue a mantener durante un tiempo las apariencias, pero parece inevitable considerar que ha terminado el largo periodo en el que la política de tolerancia del Gobierno permitía que en ciertos barrios de la ciudad se la llamase «Londonistán». {pag}

La mezquita de Finsbury Park es la que usaba para sus sermones incendiarios el egipcio Abu Hamza, el predicador tuerto que fue detenido el año pasado, sólo cuando se descubrieron conexiones con un depósito de armas y después de los atentados de 11 de septiembre en Estados Unidos.

El viernes el sermón fue dirigido por un palestino, Mohamed Sawalha, que no dejó en ningún momento que se le escapasen otras palabras que las de condena contra el terrorismo, los llamamientos a la concordia y las incitaciones a que «quienes hayan cometidos estos crímenes, sean musulmanes o no, sean castigados por ello».


Una política errática

Sin embargo, durante las últimas dos décadas, la capital británica ha albergado a los responsables y los portavoces de las más sanguinarias organizaciones del terrorismo islámico internacional.

Mientras sus comandos degollaban a cientos de personas en Argelia, los representantes del Grupo Islámico Armado (GIA) editaban en Londres sus boletines y recaudaban fondos, sin ser molestados más que por las autoridades fiscales.

En opinión de Claude Moniquet, director del Centro Europeo de Inteligencia Estratégica y Seguridad, «es evidente que el Gobierno británico está pagando ahora las consecuencias de esa política de tolerancia». {pag}

Ayer, las mezquitas estaban sometidas a una vigilancia más que evidente, pero no tanto destinada a controlar los movimientos de los fieles, sino, sobre todo, a asegurarse de que ni siquiera la incómoda presencia de numerosos periodistas pudiera entorpecer la vida normal en un día de oración. El objetivo es, ante todo, que no se rompa la convivencia en la macedonia racial de la sociedad británica.

¿Qué pasará cuando avancen las investigaciones? Según informaciones de prensa, el primer sospechoso de haber organizado este atentado de Londres sería uno de los beneficiarios de la política de tolerancia.

Londres no es el único sitio donde uno puede convivir con el fundamentalismo sin necesidad de irse a Faluya. En la mezquita de Milán, por ejemplo, se rezó por Bin Laden hasta el 11-S. Otra opción es desplazarse a EEUU. Si el turista que visita Nueva York atraviesa el mítico puente que cruza el río Hudson y se adentra un poco en Brooklyn, sentirá de pronto que ha cruzado a una especie de pequeño Oriente Medio.

En pleno centro de Brooklyn, alrededor de la Avenida del Atlántico, no hay judíos como los que inspiraban las primeras películas de Woody Allen. En su lugar, hay tiendas que venden chadores y velos de colores, carnicerías especializadas en la venta de comida halal -es decir, aceptable por musulmanes- y cafeterías en cuya puerta están sentados, charlando, hombres con barba y turbante. En una gasolinera de Exxon ondea una bandera estadounidense y otra iraquí.

Un poco más hacia el sur, en Court Street, el corazón italo-americano de Brooklyn y otra zona de clase media y media-alta, se ha instalado una aerolínea árabe, cuya oficina, siempre vacía, está atendida por una circunspecta egipcia que no suele decir una palabra si su jefe no está delante. Inmobiliarias, empresas de taxis y la tienda de música norteafricana de Rashid, un personaje manifiestamente hostil con las mujeres blancas.

Como Finsbury Park, Court Street está junto a Brooklyn Heights, el barrio más caro y blanco de Brooklyn. Aún más al Sur se encuentra Sunset Park, con su colegio Al-Noor («La Luz», por el capítulo del Corán que incluye el código de vestimenta para las mujeres), con más de 600 estudiantes, y dos edificios totalmente separados: uno para chicas y otro para chicos.

Finsbury, Atlantic Avenue y Court Street son exponentes de las comunidades musulmanas en Occidente. Y, en concreto, del modelo de sociedad llamado multiculturalista, típico de los países anglosajones.Al contrario del vigente en Europa continental, no trata de integrar a los inmigrantes. Aquí, cada uno hace su vida. {pag}

Sin embargo, estas comunidades son también el punto de origen del fundamentalismo islámico más feroz. Hoy, la capital mundial del radicalismo islámico no es Yedá, en Arabia Saudí, ni Karachi, en Pakistán. Es Londres. Ya en los años ochenta, Al Qaeda nació en dos lugares: en Peshawar -en los territorios tribales fronterizos de Pakistán y Afganistán- y en Atlantic Avenue. De hecho, la Oficina de Servicios, creada por Osama Bin Laden entonces, y que después dio lugar a Al Qaeda, empezó con dos sucursales: una en Peshawar y otra en Brooklyn.


Los expertos consideran que los tiempos en los que la Policía miraba para otro lado terminaron con la detención del famoso agitador Abu Hamza, y que después, la comunidad islámica ha entendido que no puede seguir desafiando abiertamente las reglas del país que los acoge.

El atentado de Londres podría forzar un punto más allá de lo que pueden ser el control de las apariencias externas de muchas mezquitas, estos días afanadas en aparecer políticamente correctas y celebrando inocentes «jornadas de puertas abiertas», a un control más riguroso de lo que sucede puertas adentro de muchas comunidades extremistas.

Si alguien ha estudiado este fenómeno es el profesor de la Universidad de Pensilvania Marc Sageman, un curioso personaje que tiene el extraño honor de ser un francés que ha trabajado para la CIA.En su libro Understanding terror networks (Comprender las redes terroristas), realiza un análisis psicológico de 400 terroristas de Al Qaeda detenidos en todo el mundo. Y los resultados son sorprendentes. «La mitad de los radicales de mi muestra procede de nueve mezquitas, de las que sólo una, la de al-Seqley, está en un país musulmán, concretamente en Arabia Saudí», explica a CRONICA. Las otras nueve son de una proximidad aterradora: Abu Bakr en Madrid; Al Quds en Hamburgo; al-Dawah en Roubaix (Francia); Asunna Annawibiyah en Montreal; el Centro Cultural Islámico en Milán; y al Faruq, Finsbury Park y Baker Street.

Así que, cuando el ex presidente del Gobierno José María Aznar declaró en la Comisión de Investigación del 11-M que los responsables últimos de la masacre no estaban «en lejanos desiertos ni en montañas», tal vez estuviera en lo cierto, aunque no por la sutil alusión a ETA. El fundamentalismo es un fenómeno mundial, que brota en todas partes. Y, sobre todo, en Occidente.

Olvidémonos de las madrasas, las famosas escuelas ultrafundamentalistas de Pakistán. Los terroristas islámicos pueden estar sentados ahora mismo en cualquier universidad occidental. Petwer Bergen y Swati Pandei, del think-tank New America Foundation, han llevado a cabo un estudio sobre el nivel educativo de 75 terroristas, entre ellos los autores del 11-S y los 12 que en 1993 pusieron un camión bomba en el sótano del World Trade Center. Su conclusión, publicada en The New York Times, es clara: «Los terroristas parecen haber tenido una educación, tan buena como cualquier americano».

Otros expertos, como Sageman, creen que esta generación de terroristas ilustrados está siendo reemplazada. «Tras la invasión de Afganistán, Al Qaeda ha estallado. Las viejas pautas se han roto. Hoy, los atentados siguen el esquema de los de Casablanca (Marruecos), en mayo de 2003, en los que murieron 41 personas [tres de ellos españoles]. Fue un atentado improvisado, llevado a cabo por gente de nivel cultural bajísimo. Madrid siguió una pauta similar, con una combinación de universitarios y de pequeños delincuentes», declara Sageman.

En principio, el atentado de Londres del jueves es un calco de éstos, y no sería extraño que lo hubieran llevado a cabo habitantes de los barrios del norte de Finsbury Park. Es decir, personas de escaso nivel educativo y económico. Todo un cambio en un movimiento cuyo máximo exponente, Al Qaeda, tiene un elitismo formidable.

Para Sageman, esto demuestra que el movimiento integrista «es más como una hinchada de fútbol, donde hay gente que comete actos vandálicos mientras otros los apoyan y algunos simpatizan con ellos, que una red terrorista organizada. Así, Bin Laden queda reducido a poco más que una figura decorativa». {pag}

En su casa de Virginia, rodeado de libros de historia -«la literatura no me atrae mucho»- Mike Scheuer, ex jefe de la unidad especializada en Bin Laden de la CIA a finales de los noventa, coincide en esa visión. «Después del 11-S, golpeamos con tal fuerza Al Qaeda que la red se desintegró. Ahora son grupúsculos aislados, sin relación con Bin Laden, formados por nuevos adeptos, quienes llevan a cabo los atentados. Nuestra incapacidad para comprender sus motivaciones nos ha llevado a cometer errores brutales en Oriente Medio y eso ha revitalizado al movimiento».

Pero el frente de batalla de los integristas no está en EEUU, sino en Europa. Los aproximadamente 15 millones de musulmanes europeos están creando muchos más problemas que los cinco millones de correligionarios que viven en EEUU.

Pablo Pardo y Dylan Martínez subrayan este domingo en El Mundo que Francia, que cuenta con entre cuatro y seis millones de musulmanes, ha tratado de asimilarlos por medio de medidas como la prohibición del velo en las escuelas pero no por ello ha dejado de tener problemas. Dos profesores de educación básica, por ejemplo, publicaron en 2.000 Los territorios perdidos de la República, donde cuentan cómo en muchas escuelas no se atreven a explicar el Holocausto por temor a la reacción de los alumnos musulmanes.

En el otro extremo, Gran Bretaña (unos dos millones de musulmanes) y Países Bajos han ensayado el multiculturalismo. Los resultados de esa política ya han quedado a la vista en Londres, y los Países Bajos también tuvieron su dosis de extremismo el año pasado, con el asesinato del director de cine Theo Van Gogh por burlarse del Islam en una película.

Sí es cierto que existen comunidades más problemáticas que otras.En Gran Bretaña, donde el grueso de la población musulmana viene de Pakistán, la policía ha arrestado a más de 200 personas desde el 11-S. «En países como Holanda y Alemania, la comunidad turca nunca da problemas, en parte porque vive en una sociedad paralela. Pero los marroquíes tienden a ser mucho más conflictivos», explica Omer Taspinar, investigador del think-tank The Brookings Institution y turco de nacimiento. {pag}

De hecho, los atentados de Madrid y de Londres son incluso similares desde un punto de vista táctico a los ataques contra las infraestructuras de transporte que llevaba a cabo la guerrilla integrista argelina durante la guerra civil de ese país. También lo son en la renuncia a protagonizar acciones suicidas salvo que sea necesario.

 La profesora de la Universidad de Chicago Mia Bloom señala en su libro Dying to Kill (Morir para matar) que los atentados suicidas son mas frecuentes en conflictos en los que una comunidad -musulmana o no- lucha contra una ocupación extranjera, como en Irak, Palestina o Sri Lanka. De ser así, es lógico que los terroristas de Londres, al igual que los de Madrid, traten de estar vivos el mayor tiempo posible.

Esa continuidad es nueva. En los noventa, los integristas intentaron trasladar a Francia su guerra civil y fracasaron en gran medida por el rechazo de la comunidad argelina emigrada. Pero ahora, el llamamiento a la guerra santa tiene mucho más eco.

¿Por qué? «Hay cuatro motivos para abrazar el wahhabismo [la interpretación ultraestricta del Islam vigente en Arabia Saudí y a la que pertenecen todos los terroristas islámicos].

Uno es el dinero. Otro, el aura de respetabilidad que da. El tercero, porque es la mejor forma de ir contra el sistema, de ser un rebelde. Y, finalmente, porque hay algo moderno en todo ello», afirma Charles Fairbanks, profesor de la Universidad Johns Hopkins y uno de los arquitectos del bombardeo estadounidense a Libia en 1986.

Muchos, como Fairbanks, creen que el movimiento integrista es «moderno». Está formado por gente conectada a través de Internet que persigue crear un mundo nuevo, una verdadera sociedad global.«Entran en contacto unos con otros porque se sienten alienados en las sociedades de las que deberían formar parte. En realidad, no pertenecen ni al mundo tradicional ni al de sus países de adopción, y eso les puede llevar a desarrollar fuertes vínculos de amistad que se refuerzan con un sentido de "causa común"», dice Sageman.

Como explica el islamista francés Olivier Roy en su libro Globalized Islam (Islam globalizado), el movimiento radical musulmán está formado por expatriados que viven en una sociedad que mezcla la tradición musulmana y la modernidad. Eso permite fenómenos como el de los musulmanes renacidos, jóvenes que abrazan el integrismo después de haber llevado a cabo una vida occidental.Mientras, las mezquitas radicales de Londres, Nueva York y Madrid siguen animando a la guerra santa y, a medida que sus líderes son encarcelados, otros se suman a la causa. La guerra del Islam en Occidente no ha terminado.