Santiago Carrillo, quien en su día declaró que la matanza de 2.000 personas en Paracuellos no había sido tanto drama, "en una guerra en la que morían miles y miles", afirma en El Mundo que nadie le imputó la espantosa carnicería de presos hasta que se convirtió en secretario general del PCE. Añade, sin rubor, que "no sabía ni que existía un pueblo llamado Paracuellos hasta mucho después de que se produjera la matanza".
La entrevista, realizada el pasado 26 de agosto con motivo del 90 cumpleaños del viejo líder comunista, no tiene desperdicio. Borja Hermoso plantea con amabilidad todas las preguntas, pero es en las respuestas de Carrillo donde está la polémica. Estos son algunos de los sumarios, seleccionados por el periodista:
«Creía que lo de las dos Españas era algo superado, pero están pasando cosas que demuestran que la derecha es lo que fue siempre»
«A mí no me gustan los camaleones; yo soy una persona coherente que jamás ha mentido ni ha prometido aquello que no podía hacer»
«Una guerra civil abre la puerta a todos los excesos, envidias y bajas pasiones, y el bando republicano no estuvo libre de culpa en todo eso»
«Nunca me he vengado de nadie; en mis memorias incluso trato de poner de relieve lo que algunos de mis rivales políticos hicieron de bueno»
Por su interés y carácter polémico, reproducimos unos breves extractos de la entrevista:
PREGUNTA.– Fue usted durante muchos años uno de los personajes clave en la vida política española. Pero hoy, ¿cómo es Santiago Carrillo?
RESPUESTA.– Pues yo creo que sigo siendo como he sido siempre...
P.– ¿Es decir?
R.– Pues soy una persona coherente que jamás ha mentido ni ha prometido lo que no podía hacer.
P.– Muchos jóvenes de su época, de derechas y de izquierdas, parecían preparados para dar la vida por sus ideales, como pudo comprobarse, por ejemplo, en la Guerra Civil. Los de hoy juegan todo el rato a la playstation. Pero en eso hemos salido ganando, ¿o no?
R.– Yo creo que sí, que hemos salido ganando, porque efectivamente, mi generación lo comprometió todo en la lucha, en la vida, en la libertad... y hoy, por lo menos por el momento, eso no es necesario, y los jóvenes no tienen por qué plantearse la vida como lo hacíamos nosotros: una vida incierta que podía terminar en cualquier momento. Y eso me parece un progreso. {pag}
P.– Dice ser un superviviente. Pero, ¿ha sido alguna vez un vengativo? Sus libros Memorias y La memoria en retazos, ¿encerraron alguna vocación de vendetta hacia viejos enemigos suyos, como en alguna ocasión se ha dicho?
R.– En absoluto, al contrario. Una de las observaciones que se han hecho sobre mis memorias es que no me vengo de nadie. Incluso a personas con las cuales he mantenido una rivalidad política, en mis memorias las trato poniendo de relieve sobre todo lo que hicieron de bueno.
P.– Por ejemplo, ¿qué le parecen las controvertidas y comercialmente exitosas interpretaciones históricas de un autor como Pío Moa?
R.– Mire usted, Pío Moa, si no recuerdo mal, era un dirigente del FRAP. El FRAP aparecía como una organización terrorista de izquierdas, incluso comunista radical, pero –aunque sin duda había gente honesta que creía en lo que hacía– había personajes que eran confidentes del comisario Conesa. Que un personaje como él escriba ahora la Historia defendiendo las tesis franquistas me parece un poco extraño. Que un hombre se haya pasado años de su vida defendiendo ciertas ideas llegando incluso a justificar cosas injustificables, y que de repente vea a Dios y se convierta... ese tipo de personas yo no acabo de com- no me da para comprender a los conversos.
P.– ¿Son las heridas de la Guerra Civil tan purulentas que no pueden cerrarse del todo?
R.– No lo creo. En 1976, cuando yo vine clandestinamente a Madrid, estaba convencido de que para salir del atasco de la Dictadura había que entenderse con una parte de quienes habían trabajado para ella. A mí, hasta aquel momento, esas gentes me habían parecido enemigos; sin embargo, la experiencia de la Transición me llevó a considerar amigos a gente que había estado en el bando franquista, y a tener con ellos una buena relación personal y humana.
P.– ¿Considera que están del todo reconciliadas las dos Españas que se mataron entre sí en el 36 o piensa que quedan rescoldos sin apagar?
R.– Yo he llegado a creer que lo de las dos Españas era un episodio histórico absolutamente superado, pero están sucediendo cosas que demuestran que hay un sector de la derecha –un sector muy duro, no toda la derecha, he de decir– que sigue siendo lo que ha sido toda la vida. La saña que yo veo en los rostros de algunos manifestantes y de algunos dirigentes políticos hace pensar que cierta derecha española aún no ha salido del Movimiento Nacional. {pag}
P.– ¿Por qué perdieron ustedes la guerra? ¿Fue la falta de apoyo internacional el factor clave?
R.– Sin lugar a dudas. Si la República hubiera tenido desde el primer momento armas como correspondía por los tratados con Francia o Gran Bretaña, la sublevación habría podido ser derrotada en sus inicios. Sólo tuvimos el apoyo soviético, pero eso no bastó. Y eso que tengo que decir que si Francia y Gran Bretaña nos hubieran apoyado, el Partido Comunista habría tenido en España mucho menos influencia de la que tuvo...
P.– En una entrevista, usted dijo que la matanza de 2.000 personas en Paracuellos no había sido tanto drama, en una guerra en la que morían miles y miles. Me pareció un poco cruel como frase...
R.– Y es normal que se lo pareciese. Usted no vivió aquella guerra, ni aquella época; felizmente para usted, vivió otra. Y no puede imaginarse lo que era Madrid. Y le voy a decir algo: la verdad es que, de lo de la matanza famosa de Paracuellos, a mí nadie me imputó eso hasta que no me convertí en secretario general del PCE, qué casualidad, ¿verdad? Y sin embargo, para ser sincero y para intentar zanjar de una vez esta cuestión, he de decir que yo no sabía ni que existía un pueblo llamado Paracuellos hasta mucho después de que se produjera la matanza. Yo no tuve nada que ver con aquello.