El obispo de Bilbao es para sus vecinos Ricardo, el hijo de Florencia, que ha hecho famoso a Villanueva

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Blazquez, un obispo de pueblo

RD, Domingo, 18 de septiembre 2005

«Que me nombréis hijo predilecto de este pueblo toca profundamente los sentimientos de mi corazón. Es el mejor título que puedo recibir. Tengo mis raíces en esta tierra. Y todos sabéis que para que un árbol se mantenga vivo y dé frutos tiene que tener bien arraigadas sus raíces en tierra fecunda». Ricardo Blázquez Pérez, obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal Española, agradecía con estas palabras el homenaje de sus vecinos, que ayer abarrotaron la parroquia de Villanueva del Campillo, la villa abulense que le vio nacer y que celebraba su día grande con la festividad del Santo Cristo del Velo. Lo cuenta Julián Méndez en El Correo.

«Ricardo es un hombre digno. En aquellas épocas se pasaba muy mal y él tuvo que dejar el pueblo. Para subsistir tenía que ser así. Y mire a dónde ha llegado. Del misterio me emociono». Mariano Serrano, un hombrón de ojos azules y calzado con sandalias, llora sin lágrimas en Valdelatejera, a la entrada de Villanueva de Campillo, pasando la vista por estas tierras secas, a 1.500 metros de altura, donde este año apenas resiste con agua la fuente de Errengarcía.

Las mujeres suben ya la cuesta de la calle Berruecos que lleva a la parroquia para encontrarse con el obispo. En los brazos acunan frescos ramos de gladiolos y rosas para colocar a los pies de la imagen doliente que luego será sacada en procesión. A esa hora, antes del festejo, don Ricardo enseña a los visitantes su parroquia con unción. Se esponja mostrando el cuerpo de gótico isabelino, las potentes nervaduras, el magnífico retablo situado a la izquierda de la nave central. «Es toda una catedral», dice. Luego, se retira y se arrodilla a meditar frente al altar, solo, antes de embarcarse en el tumulto de agradecimientos y parabienes.

Con las quintas

Son fiestas en Villanueva y el pueblo rebosa de vida. En invierno apenas viven 100 vecinos, pero estos días los emigrados regresan, se visten de domingo y bailan jotas antiguas ante el Cristo crucificado que recorre sus calles. «Nos reunimos todos los hijos del pueblo. La fuerza la traen ellos, los de fuera. Antes este era un sitio muy pujante. Ya no tanto», dice Carmen Blázquez, hermana del obispo y encargada de la panadería. «¿Qué pienso del nombramiento? Es un orgullo, pero también es más responsabilidad, más trabajo... no sé si me explico».

Ricardo, uno de los siete hijos de Florencia Pérez y Alfonso Blázquez de la Losa, ha situado a Villanueva del Campillo en el mapa y los vecinos se lo agradecen, están orgullosos. Aquí también nació Alfredo Barranco, que llegó a presidente de la Diputación, pero, claro, no se puede comparar. Y mientras las mujeres van ocupando su sitio en los bancos de la parroquia -«hoy no sobra ni uno»-, la cuadrilla de Los Talaos, venidos de Salmoral, en Salamanca, recorre el pueblo con sus dulzainas y tamboriles. «Vamos a ver si revolucionamos esto un poco», se anima Félix, el nieto del abuelo Estanislao y cabeza de una saga de dulzaineros con 127 años de experiencia a las espaldas en esto de hacer saltar a la gente.

Se ven pancartas pintadas a brocha en las calles por «los kintos». «Si bien te lo quieres pasar, la bota has de probar», se lee. La verdad es que en estos tiempos sin 'mili' llaman quintos a quienes cumplen 18 años. Este año sólo hay un mozo, Daniel Román; el resto (otras doce) son quintas, chicas de 18 años que visten la falda bordada y el mantón de Manila de los grandes días. «Vivo en Madrid y a mis amigas les extrañan estas cosas o no tienen pueblo. Pero a mí me gusta esto de bailar y de correr las cintas. Y me gusta que se haga famosillo el pueblo», apunta Lorena García.

La parroquia está de bote en bote. Una campana de cien quintales bautizada como María de la O llama a misa. Tras el altar se sitúan las autoridades: el presidente de la Diputación, Agustín González, el subdelegado del Gobierno, el alcalde y sus cuatro concejales, la secretaria municipal, el comandante de la Guardia Civil... La ceremonia tiene un aire cercano, próximo pese al gentío. Hay reencuentros, saludos apresurados, gestos de reconocimiento a lo lejos, susurros... Monseñor Blázquez se siente a gusto. Rayos de sol se cuelan por los estrechos ventanales y llenan de franjas de luz la iglesia. Se cumple el rito.

En la consagración suena la dulzaina, rotunda y pujante. Se eleva la Salve rociera en esta iglesia castellana y los sonidos de las gaitas, del redoblante y del bombo charro causan un mágico efecto. «Cada vez que vengo recuerdo tantísimas cosas... Siento vuestro aliento, vuestra presencia constante, el apoyo que me prestáis», les dice el obispo de Bilbao a sus vecinos en la homilía.

«Un buen castellano»

En la comunión las gentes se agolpan para recibir la Forma de manos de don Ricardo, que pronto agota su cáliz. Un concelebrante debe partir en dos las hostias para que comulguen todos. Suena el coro de esclavos de 'Nabuco'.

Terminado el oficio, el Cristo del Velo abandona el recinto. Los portores caminan con pasos lentos, solemnes. Los Talaos acometen el himno nacional y la imagen recorre las calles, las autoridades detrás. Se ven algunas casas de adobe caídas y las antiguas viviendas de granito tallado. La gente empieza a bailar la jota castellana. Se forman dos columnas y, frente por frente, hombres y mujeres acometen los pasos de baile. Hay ternezas y picardías. Ahí va la 'jota de la gorrilla', la 'de los mozos' y ese 'señora María, no mate usted el pollo' que es un clásico en la meseta. María Luisa Tejado baila la jota como se la enseñó su padre, Carlos, cuando tenía 6 años. Y él la aprendió de su padre, Pedro el zapatero, 'El tío Pedrillo'. Una mujer vestida de verde baila descalza sobre las piedrillas del suelo. Una promesa.

La procesión bordea la villa. La gente se apelotona. La última parada se hace en La Carrera, desde donde se divisan los montes pelados, tachonados de piedras de granito musgoso. Los hombres se han quitado las chaquetas y bailan con las camisas blancas de domingo.

Se vuelve a la iglesia. En la parroquia, Blázquez recibe el homenaje de sus vecinos. Primero le entregan, envuelto en papel de regalo, el nombramiento de Hijo Predilecto, «por llevar el nombre de esta villa por el mundo entero y por sus destacadas cualidades personales y méritos acreditados en beneficio y honor de esta villa». Una cerrada ovación acoge el momento. Agustín González, un hombre que ha visitado a Blázquez en Bilbao, le califica de «buen castellano»; el alcalde, José María Martín Serrano, lo trata de «hombre envidiable; un gran talento» y asegura que el «pueblo pedía el nombramiento».

-«Como las mujeres, y los hombres también, somos muy curiosos, vamos a abrirlo», dice Blázquez. Varias manos rasgan el envoltorio y asoma el marco con el pergamino rotulado. El obispo de Bilbao lo levanta sobre su cabeza y estalla una nueva salva de aplausos. Alguien explica que, como fondo, el nombramiento lleva la foto de la parroquia «hecha en 1902 por un hombre que vino en burro: el señor Gómez Moreno».

«Me tocan el corazón»

-«Mañana, si Dios quiere, la placa estará a disposición de todos para que la veáis. Es una placa preciosa», apunta monseñor Blázquez. Instantes después le entregan un pequeño pergamino, «un recuerdo para su madre», dice el alcalde. «Con esto me tocan especialmente el corazón. Dentro de unos pocos días mi madre va a cumplir 91 años, doy gracias a Dios. Se notan las huellas del paso del tiempo y siento no poder estar a su lado. La cabeza le rige bien- explica el obispo-, aunque le cuesta un poco desplazarse. Recuerdo también a mi padre, que murió hace bastantes años. Los recuerdo a los dos juntos», se emociona el presidente de la Conferencia Episcopal. «Sabed que siempre me he sentido y me siento en todas las circunstancias vecino de Villanueva». Más aplausos.

Pero Ricardo Blázquez guarda una sorpresa. Habla del cuadro de Santa Teresa que está en el altar (es un devoto de la mística abulense), de las lecciones que ha aprendido de ella, y muestra un pequeño retablo con una imagen de la santa «pintado en vida de Santa Teresa por fray Juan de la Miseria. Cuando ella lo vio, le dijo: 'Que Dios te perdone; me has pintado vieja y legañosa'». Sus vecinos ríen.

Al poco, Blázquez lee los versos esperanzados grabados en el regalo: «Nada te turbe/ nada te espante/ todo se pasa/ Dios no se muda/ la paciencia todo lo alcanza./ Quien a Dios tiene/ nada le falta./ Sólo Dios basta». La santa, explica Blázquez, transitó por la cercana dehesa de Castellanos, pasó por Piedrahita y «también por Villanueva del Campillo», subrayó Blázquez. «Quiero invitaros a todos. Pasen por el bar que deseen y tomen lo que les apetezca. Que Dios se lo pague». Y los hijos de Villanueva del Campillo salen a la luz para brindar por él.

Ronda de retratos

Ayer, Ricardo Blázquez fue el hombre del día. Tras el oficio religioso, todo el mundo quería una fotografía junto al obispo de Bilbao. No dijo 'no' a nadie. Con grupos, con familias, con el nieto de unos emigrados a Madrid... Como en las bodas. También posó junto a los quintos en las escalinatas del altar. Entre toma y toma, preguntó a las mozas: «¿Cómo estáis? ¿habéis dormido?». Ante la cara de las muchachas, don Ricardo repicó: «¿Pero ya dormís algo?».

Sandra García tiene 16 años y suspira por ser pronto una de esas quintas. Esperó su momento para acercarse al obispo y soltarle un simple «Ricardo, ¿te haces una foto conmigo?», alejado de las fórmulas retóricas y cortesanas que, se supone, acompañan al trato con los purpurados. «Es que me parece simpático», apuntaba Sandra. Allí, en la misma iglesia, Blázquez recibió cientos de parabienes y felicitaciones cordiales de sus convecinos. «Tiene una bondad sensacional. Entiende a todo el mundo», explicaba José María Martín.

Alguna vecina que asistió a su ordenamiento como obispo de Bilbao el 28 de octubre de 1995 recordaba aquellas horas amargas. Pero el tiempo ha borrado ya esos días y ha desdibujado a algunas gentes que entonces tronaron. El sentir de Villanueva, encaramada en el puerto de Villatoro, lo resume Victoria, la otra hermana del obispo. «Esto es un orgullo», dice. «Es bueno que tenga este reconocimiento y, además, el día del Cristo bendito».
 
Blázquez recordó ante sus vecinos que «una paloma mensajera» llevó la noticia de la votación celebrada en el Ayuntamiento el pasado 18 de abril y que contó con los votos a favor de los cuatro concejales del PP y del representante del PSOE. Ayer, antes de salir de la iglesia, él mismo apagó el equipo de sonido y dejó las cosas dispuestas en la sacristía (con un arco ojival en la puerta) que luego cerró con llave Fidel Pernudo. «Hasta el año que viene. No falla nunca».
 
«Hace 50 años que salí para el seminario»
 
Los mayores, como Luis Blázquez, recuerdan a Ricardo de niño, segando a la hoz o en aquel año que se echó a la vereda real conduciendo un rebaño de ovejas merinas camino de Extremadura, con la vara de espino en la mano y la manta de estameña terciada al hombro. «El padre le mandó para que conociera esa vida. Había dos caminos: o el campo o los libros», explica Luis Blázquez.

El obispo se decidió por lo segundo. Monseñor Blázquez recordaba que ayer hacía justo medio siglo que dejó el pueblo para ingresar en el seminario menor de Arenas de San Pedro. «Cincuenta años desde que salí de Villanueva. ¿Si esperaba llegar a donde estoy? La vida es una sorpresa... y una gracia de Dios», declaró a este periódico. Se le notaba emocionado por el nombramiento, un detalle que quiso compartir en cuanto pudo con su madre, Florencia, a quien visitó en su casa que es, a la vez, la panadería de Villanueva. La mujer se abrazó a su hijo.

También esta semana se cumple el 38 aniversario de la primera misa celebrada por Ricardo Blázquez en su pueblo. Como es costumbre, una bandera blanca fue colocada en la torre de la parroquia, cerca del nido de la cigüeña. El ave desapareció unos años y luego regresó.