Este domingo millones de venezolanos acuideron a las urnas con la certeza de conocer al ganador de la contienda electoral parlamentaria. Se llama Hugo Chávez y su montaje, el Movimiento V República (MVR), ha acaparado casi la totalidad de los 167 escaños de la Asamblea Nacional. Ha sido un resultado a la búgara oa la cubana y como titula Joaquim Ibarz en La Vanguardia. "Venezuela camina hacia el totalitarismo".
En palabras del propio Hugo Chávez, estás elecciones han sido la tumba de los partidos políticos tradicionales: "Esos partidos ya cumplieron y creo les llegó la hora de la muerte, y de sus cenizas surgirán nuevos líderes y grupos de oposición".
Chávez votó ayer al mediodía en una escuela del centro de Caracas.
Los principales partidos opositores anunciaron a lo largo de la semana que retiraban sus candidaturas de los comicios, después de haberse comprometido a participar ante las autoridades electorales, la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea (UE).
Una vez hecho el recuento, cuyo resultado no ofrece la mínima duda, Hugo Chávez tendrá las manos libres para modificar la Constitución a su antojo y perpetuarse en el poder. Como explica Hernando Alvarez en BBC Mundo, el oficalismo se esfuerzxa por difundir que la no participación de la oposición en la contienda, no resta un ápice de legitaimidad al resultado.
El canciller venezolano, Alí Rodríguez, en una conferencia de prensa conjunta que ofreció a la prensa extranjera el pasado sábado junto con el vicepresidente, José Vicente Rangel, lo ha contado así: "Es como si una mujer entra al Metro y un caballero se levanta y le ofrece su asiento y después llega el mismo caballero y le dice que se levante porque ese asiento le pertenece a él. Lo mismo ocurre con los curules. Los dirigentes de la oposición fueron los que decidieron retirarse".
Para Rangel, la oposición "pretendió deslegitimizar las elecciones y son ellos quienes salieron deslegitimizados. Como dice el dicho, les salió el tiro por la culata".
Pero la sobriedad y ecuanimidad que mostraron este sábado los dos altos dirigentes gubernamentales contrastó con la vehemencia de las últimas declaraciones del oficialismo, y en especial del mandatario venezolano, en las que entre otras cosas, calificó a la oposición de "porquería" y volvió a insistir en que detrás de la maniobra de la oposición está la mano del presidente de Estados Unidos, George W Bush: "El jefe de la nueva conspiración es Míster Danger".
En siete años de gobierno, el presidente Chávez ha ido destruyendo de forma metódica todo vestigio de institucionalidad y división de poderes.
Ejecutivo, Congreso, aparato judicial y electoral no son más que sumisos e incondicionales entes dependientes de su voluntad omnímoda. También, por supuesto, las fuerzas armadas, que utiliza y manipula para perpetuarse en el poder.
La casta militar ya no está al servicio de la República, sino del autócrata. Para ello, Chávez tenía que desmontar y destruir la estructura institucional de las fuerzas armadas, como cuerpo disciplinado, apolítico, al servicio del Estado democrático.
Lo logró a un ritmo acelerado con purgas militares. Muchos oficiales se dejaron persuadir. Las herramientas de captación fueron y son poderosas. El ejército vendió el alma al diablo al permitir la destrucción de una institución de gran prestigio y que había evolucionado de las montoneras y el partido armado que fue en el siglo XIX a una fuerza militar disciplinada al poder civil.
Carismático, castrense y castrista, verborréico, intempestivo y de malas pulgas, fiel a su condición de militar, Chávez no inventó las desigualdades entre los venezolanos. Pero sí las convirtió en odio, resentimiento y violencia.
Tras un breve periodo inicial, en que parecía buscar un consenso nacional para afrontar los problemas del país, paulatinamente su verbo se incendió y ya no sólo fueron los "corruptos" políticos de la cuarta república sus objetivos, sino todas las elites dirigentes: los medios privados, los empresarios "oligarcas", los curas "endemoniados", los sindicatos de "mafias corruptas"...
El adversario pasó a ser enemigo bélico. Las leyes se modificaron a la carrera para aumentar las penas por difamación, a contrapelo de las tendencias democráticas mundiales.
Los venezolanos llevan siete años intentando averiguar en qué consiste el proyecto chavista. Si la indefinición y el confusionismo ideológico son característica básica del populismo, Chávez lo ha llevado al límite. Muchos opositores temen que pretenda, más temprano que tarde, convertir a Venezuela en otra Cuba; no tienen precedentes los vínculos económicos y políticos con la isla y su dependencia filial de Castro. Sin embargo, no parece que Chávez vaya a implantar un régimen comunista al estilo cubano.
En primer lugar, porque la llamada revolución bolivariana no tiene nada de marxista ni de socialista, ya que se trata de un totalitarismo autocrático, personalista, que se improvisa según las circunstancias. Por otro lado, los venezolanos no lo permitirían.
Pese a la creciente supresión de libertades, Chávez tiene cuidado en guardar una apariencia de democracia que maquille el autoritarismo de última generación. No liquida instituciones pero las secuestra, no persigue sistemáticamente a periodistas y líderes políticos pero cada vez son más frecuentes los casos de informadores enjuiciados y encarcelados, no cierra medios pero los coacciona.
En fin, destruye la democracia utilizando sus propios mecanismos: leyes, autocensura, multas, sentencias, mayorías parlamentarias, convenios internacionales, etc. Carlos Blanco señala que no habrá un decreto que dé por "abolida" la propiedad privada y que "socialice" los medios de producción, pero los limita y atropella con fuerza.
La empresa privada tiene encima un cerco confiscatorio que amenaza con hacerla desaparecer. Cientos de fincas han sido confiscadas. Es el primer paso de un plan aplicado por un gobierno amparado por leyes vagas y discrecionales, que permiten la libre interpretación y facilitan sentencias arbitrarias de jueces complacientes.
El autoritarismo de Chávez tiene obvias diferencias con las típicas dictaduras de gorilones iberoamericanos. Durante muchas décadas la sociedad venezolana creó instituciones y cultura democrática que han servido de pararrayos al desenfreno oficial. Sin embargo, el Gobierno mató a la Asamblea Nacional en lo que es su función esencial: legislar, fiscalizar, controlar al Ejecutivo. Esa institución ha desaparecido; lo que queda es un remedo, en el cual se aprueba lo que el caudillo quiere.
"En Venezuela no hay una dictadura en el sentido de la supresión formal de las libertades públicas. La democracia que el chavismo procura domesticar anda realenga en la calle; mal que bien sobrevive en manos de instituciones y de prácticas ciudadanas tradicionales. El autoritarismo del siglo XXI que impulsa Chávez tiene que irse por las ramas para, en forma diagonal, intentar suprimir toda disidencia. La persecución está montada de forma compleja, a través de un entramado judicial, que da apariencia de legalidad al atropello, de cara a un mundo globalizado y, a veces, vigilante. Aunque Chávez no es un dictador tradicional, a la brava, su proceso revolucionario marcha hacia una dictadura constitucional", señala Carlos Blanco, profesor de la Universidad de Harvard.
Chávez no ha podido eliminar la disidencia, entre otras razones porque es pieza fundamental de su estrategia internacional conservar el maquillaje democrático.
La elite intelectual de la izquierda autoritaria necesita esa coartada. El Gobierno busca convertir la disidencia política en delincuencia política. Como ocurría en el franquismo, la imagen que desea transmitir es que el opositor no es sancionado por pensar diferente sino por cometer delitos penados en leyes existentes o en otras construidas ex profeso.
Chávez puede imponer su proyecto totalitario gracias a que la oposición no está organizada. Los partidos están disminuidos, y sus líderes estaban más interesados en defender las cuotas mínimas de poder que aún se les permitía, que en representar el interés colectivo.
La retirada de las elecciones legislativas puede impulsar un reagrupamiento de las fuerzas democráticas de cara a respaldar una estrategia común. El ciudadano de a pie se muestra temeroso y desanimado ante una realidad que no termina de captar; pero alberga la esperanza de que su turno para recibir el latigazo de la revolución tarde en llegar.