Rafael Díaz-Salazar, sociólogo, profesor de la Universidad Complutense

clipping

«Nuevos cruzados y ateos devotos»

RD, Viernes, 2 de febrero 2007

El profesor de Sociología Rafael Díaz-Salazar acaba de publicar un libro, ‘El factor católico en la política española’, sabiendo que podría crear cierta polémica por el tema que aborda. Desde claves sociológicas reconoce el papel de los católicos en la lucha contra el franquismo. Apunta que la Iglesia tiene mucho que aportar en una España laica que tiene el gran reto de desarrollar su misión en un país cada día más plural, en el que el uso político e ideológico de la religión es terrible. Lo entrevista J.Ignacio Igartua en Vida Nueva.

¿Cuál fue el protagonismo de los católicos en la lucha contra la dictadura franquista?

Muy grande. Evidentemente hubo católicos que legitimaron la dictadura. Ahora bien, en el catolicismo español se realizó un milagro político: dentro de un colectivo que, salvo excepciones minoritarias, apoyó el golpe militar de 1936, surgió una fuerte energía democrática. Lo más interesante, incluso desde un punto de vista sociológico, es captar que los nuevos roles políticos de lucha contra la dictadura estuvieron directamente vinculados a una experiencia religiosa y a una espiritualidad evangélica muy profunda. Sociológicamente se trata de una innovación religiosa en la historia del catolicismo español, lo que, utilizando a Durkheim, podíamos denominar una forma nueva de religiosidad: la vinculación del amor a Jesucristo y la lucha sindical y política. Esta espiritualidad fue posible porque bastantes católicos se situaron entre los perdedores del conflicto social que originó la guerra.

Se está impulsando el tema de la memoria histórica, ¿cuáles fueron los principales sectores católicos en la oposición a la dictadura?

Los primeros fueron los militantes obreros cristianos vinculados a la Acción Católica y a los jesuitas. Luego surgieron jóvenes relacionados con la revista El Ciervo y a otros movimientos como FECUM y JEC, muy importantes en la oposición universitaria. Tenga en cuenta, ahora que se acaba de celebrar el aniversario de la matanza de Atocha, que dos de los abogados laboralistas asesinados eran militantes cristianos y otro de los supervivientes también. La encuesta de 1969 al clero español mostró que la inmensa mayoría de los curas estaban contra la dictadura y que la opción política con la que más se identificaban era la socialista. En el último sexenio de la dictadura, la dirección de la Conferencia Episcopal y una parte muy relevante del Episcopado era muy crítica con la misma. En el libro presento los informes policiales sobre los obispos no adictos al régimen y la existencia de una policía especializada en cada diócesis para informar sobre los curas democráticos.

¿Por qué no caló en España la Democracia Cristiana, algo que sí ocurrió en otros países europeos?

En el País Vasco y en Cataluña sí caló a través del PNV y de Unió Democática. Para el resto de España, la ACNdP podía haber sido el embrión, pero apostó en el debate entre Gil Robles, Herrera y Martín Artajo por el colaboracionismo con el franquismo, mientras que en Italia la DC fue antifascista. Hubo, ciertamente, una pequeña DC antifranquista, pero para ser un partido de masas necesitaba bases populares católicas politizadas y éstas, ya desde mediados de los 40, se situaron en posiciones de izquierda anticapitalista. Los obispos ‘taranconianos’ creyeron que en España no se podía identificar la identidad católica con una única identidad política y era necesario centrarse en una misión religiosa y evangelizadora.

¿Qué queda de la idea de que sólo desde el catolicismo es posible el sentido de España?

Desgraciadamente la sombra del nacionalcatolicismo es alargada. Sólo el desconocimiento de la historia de España en los siglos XVIII, XIX y los primeros treinta años del siglo XX puede llevar a afirmar que el catolicismo es el núcleo de la identidad española. España tiene identidades plurales –religiosas y no religiosas– muy consolidadas desde hace, al menos, siglo y medio. Esto no significa desconocer que el factor católico es un elemento importantísimo en la identidad cultural de España. Si la Iglesia es incapaz de percibir la existencia y las culturas de una España no católica, que tiene una tradición riquísima, se desnortará. El gran reto para esta institución es aprender a desarrollar su misión específica en un país que es plural desde el punto de vista religioso, moral y cultural. Y en esto consiste, desde mi punto de vista, la construcción de la España laica: la articulación de un país culturalmente plural, en el cual la Iglesia y el factor católico tienen mucho que aportar a la vida pública.

¿En qué medida en el catolicismo español la ideología desplaza a veces los valores evangélicos?

En la historia de España hay una sobrecarga de catolicismo político y un déficit muy grande de religiosidad y espiritualidad. Los usos políticos e ideológicos de la religión son terribles y creo que impiden el acceso al núcleo evangélico del cristianismo. A mí se me lacera el alma cuando leo a Fernando de Castro, a Giner de los Ríos, a Gumersindo de Azcárate, a Unamuno, a Fernando de los Ríos. Tuvieron que dejar de ser miembros de la Iglesia para poder seguir siendo cristianos y personas religiosas. La experiencia religiosa del ministro socialista Fernando de los Ríos –un cristiano erasmista– es estremecedora. Hoy veo rebrotar la línea histórica del catolicismo integrista para el cual el conservadurismo ideológico y político es parte consustancial de lo católico. Existen nuevos cruzados católicos aliados con algunos “ateos devotos” neoliberales. Quizá sean útiles en la batalla de la derecha, pero dudo que lleguen a aportar algo a la renovación evangélica del catolicismo.

¿El católico que no es, vamos a decir, de derechas está desamparado en la Iglesia?

No lo sé con exactitud. Dependerá de diócesis, parroquias, comunidades. La Iglesia es un colectivo plural y complejo. Sí detecto una gran afinidad entre el discurso de la Conferencia Episcopal o, mejor dicho, de algunos de sus dirigentes, y el pensamiento político e ideológico de la parte más conservadora y menos liberal de la derecha. Hay una convergencia entre el conservadurismo eclesiástico y el conservadurismo socio-económico. Se gastan más energías en defender embriones que en oponerse a las causas que producen la muerte o el empobrecimiento de la mayor parte de la humanidad. Se tiene un discurso ético-teológico y una acción colectiva de presión que desciende hasta el más mínimo detalle en temas familiares, bioéticos y sexuales y se realiza un discurso generalista en asuntos socio-económicos, militares o ecológicos. Pero la Iglesia es más amplia que 80 obispos y además no todos ellos son iguales. Los católicos de izquierda son millones de personas y pertenecen a parroquias, comunidades, movimientos, congregaciones. Están en la Iglesia y son Iglesia.

¿Los políticos católicos españoles, de derechas o de izquierdas, anteponen su fe a su partido?

Para cualquier cristiano la fe es lo primero y debe inspirar el conjunto de la vida y de la profesión, pero no se puede imponer a través de leyes. Los políticos que ocupan cargos institucionales deben tener en cuenta a toda la población y no pueden utilizarlos para imponer a todos los ciudadanos sus convicciones religiosas o ateas. Las leyes jurídicas tienen una especificidad, poseen una eticidad constitucional, pero no son el medio de realización de las convicciones morales y religiosas, especialmente en países donde existe pluralismo moral, que no es lo mismo que relativismo nihilista. El territorio de desarrollo de las convicciones religiosas es la práctica de las virtudes y el testimonio de vida. Recientemente he leído en Alfa y Omega unas declaraciones muy interesantes de Vidal-Cuadras, eurodiputado del PP, y convendría que fueran asimiladas por los que buscan la fuerza católica unitaria o transversal en política.

¿La jerarquía es más comprensiva con los cristianos conservadores que con los progresistas?

Creo que sí. Pero lo digo, desde fuera. Yo no soy del PSOE, ni de ‘Cristianos en el PSOE’, aunque estimo mucho a sus dirigentes. Pero más allá de este antagonismo, lo que sí me llama poderosamente la atención como sociólogo son dos cuestiones. Una pregunta desde la sociología de las organizaciones: ¿pertenece a la identidad cristiana de la Iglesia un sistema de articulación interna y de gobierno tan jerarquicista y piramidal que al final uno no sabe si los mejores miembros son los que practican virtudes castrenses de obediencia y disciplina o los que viven virtudes evangélicas de libertad y sinceridad? Segunda pregunta: ¿cómo una organización tan plural como la Iglesia, que posee en su interior un capital humano increíblemente valioso, genera un discurso público y una acción colectiva en el que la participación de las bases eclesiales e incluso de los cuadros intermedios como las congregaciones religiosas brilla por su ausencia? En temas complejos que pertenecen a la ética aplicada y no al núcleo de la fe, se necesitan procesos de discernimiento comunitario. Diego Gracia, un católico que es  una personalidad internacional en el campo de la bioética, ha realizado una crítica al magisterio sobre esta temática que debería ser tenida en cuenta. La cito ampliamente en mi libro como indicador de una fractura interna muy grave en una Iglesia donde la cohesión está rota, pues en toda institución la comunión base-vértice tiene que ser de doble dirección. Por eso digo que la Iglesia en España se parece más a un archipiélago que a un continente.

¿No existe un intento por parte del Gobierno de deslegitimar lo católico?

Creo sinceramente que no. Y conste que soy crítico con algunas de sus políticas. También reconozco que ha realizado políticas afines a valores cristianos. Lo que ha hecho este Gobierno es acoger demandas de la España no católica, que sociológicamente es muy relevante, y darles viabilidad jurídica. El Gobierno se debe a todos los españoles, no sólo a los católicos. Por otro lado, ha practicado una política de cooperación en materia de enseñanza de la Religión más afín con las peticiones de los obispos que la que hizo el PP. En materia de financiación también ha satisfecho las demandas episcopales. Basta con leer las web de las organizaciones laicistas para conocer la indignación que tienen contra el Ejecutivo.

¿Nos están abocando a una cultura del laicismo?

Depende de qué entendamos por laicismo. Existen laicismos religiosos, laicismos antirreligiosos y laicismos abiertos a lo religioso. En España estamos todavía en un momento inicial de configuración de la laicidad y ojalá que acertemos. En nuestro país hay representantes de estos tres tipos de laicismo tanto en el mundo político, como en el cultural. Lo que sí percibo es que el PSOE como partido no tiene una política específica hacia el mundo cristiano, no tiene sensibilidad por este tema y la actual ejecutiva ha dilapidado el trabajo de apertura a lo cristiano que impulsaron Rimon Obiols y Ramón Jáuregui. El PSOE podría aprender de lo que hacen en este ámbito el SPD alemán, el Partido Laborista británico, los partidos socialdemócratas nórdicos y la izquierda italiana. Debería incorporar la cultura católica democrática a su proyecto y a su discurso, aunque sólo fuera por recoger la identidad de una parte muy importante de su militancia y, sobre todo, de su electorado.
Por otro lado, la pregunta que usted me formula es muy interesante para relacionarla con la sociología de la percepción episcopal de la realidad. Creo que cuando se liga una acción eclesial con un diagnóstico político-cultural y  éste no es del todo acertado, desde el punto de vista de la analítica sociológica, se corre el peligro de arrastrar a una colectividad por una senda que quizá no es la más correcta. Desde el año 1982,  ciertos
sectores eclesiales están confundiendo secularización con laicización estatal socialista de España. En vez de asumir los retos y desafíos que la secularización natural de la sociedad española plantea al interior de la Iglesia, se ha elaborado un discurso y una estrategia de polarización con el Estado buscando que legisle según aquello que se considera propio de la ley natural y del Magisterio eclesiástico. Esto ha provocado un inmenso déficit de creatividad e innovación religiosa ante problemas tremendos que la Iglesia tiene en su configuración interna y en su inserción en la sociedad civil. La ruptura rotunda entre los jóvenes y la Iglesia, que vienen mostrando los Informes de la Fundación SM, es un problema mucho más importante que la regulación de la clase de Religión, por poner un ejemplo, y ella explicita muy bien el desafío a la creatividad cristiana y a la innovación religiosa en la España del siglo XXI.

En estos momentos, ¿la mitad de España está contra la otra mitad?

Existe mucha crispación mediática y política. Los “creyentes” en periodistas, locutores de radio y políticos están siempre tan enfadados como sus “dioses”. Los que ofician de crispadores y las instituciones que los legitiman están haciendo mucho daño a España. Es una lástima que la Iglesia, que podría hacer mucho por el diálogo, no esté a la altura de las circunstancias y permita que una emisora de su propiedad esté emitiendo programas que dañan la cultura de la reconciliación nacional. No comprendo por qué tiene al frente de su principal programa a lo que en Italia llaman un “ateo devoto”.

¿No hay demasiada intolerancia en todas partes?

Sí. Debemos aprender todos a ponernos en el lugar del otro, a entender sus razones antes de condenarlo. Tenemos que apreciar lo diverso y ofrecer, no imponer, cada uno nuestra identidad. La historia de España es la historia de la intolerancia, la sucesión cíclica de la dominación de una España por la otra. Tenemos la oportunidad histórica de construir la España de la amistad cívica entre los que somos distintos. El cristianismo es una religión del amor incluso a los enemigos. El factor católico puede contribuir a construir la España de la reconciliación y de la articulación de la  diversidad.