Juan de Dios Martín Velasco, fenomenólogo de la religión

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«No hay obispo como Tarancón»

RD, Martes, 27 de noviembre 2007

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 Es uno de los más prestigiosos filósofos de la religión. Especializado en Fenomenología, Juan de Dios Martín Velasco (Santa Cruz del Valle, 1934) compaginó durante toda su vida la docencia con la pastoral. De hecho, en tiempos del cardenal Tarancón fue rector del seminario y muchos pensaron en él como el sucesor más cualificado del cardenal de la transición. Pero, en Roma cambiaron los vientos y Juan de Dios se quedó sin mitra. Pero siguió siendo punto de referencia siempre equilibrado, santo y seña de una Iglesia pluralista y evangélica. Puesta por la mística, asegura que “el cristianismo de masas se está derrumbando”, que “la reforma de la Iglesia tiene que venir de la base” y que “se echa de menos a Tarancón, porque no hay figuras episcopales como él”.

Juan de Dios no presume de obra. Pero podría hacerlo. Ha publicado decenas de libros. Algunos ya clásicos como “Introducción a la Fenomenología”, “El encuentro con Dios”, “El malestar religioso de la cultura”o “El fenómeno místico”. En su última obra, “Mística y humanismo” (Editorial PPC) vuelve a uno de sus temas favoritos.

El autor considera al respecto del título que “mística y humanismo se casan bien, a pesar de las apariencias”, porque “la mística es una de las formas que el hombre tiene de realizar lo mejor de sí mismo”.
En el libro, Martín Velasco propone “el redescubrimiento de elementos místicos de las religiones, algo indispensable para que éstas tengan futuro”. Porque, además, “la mística es una barrera contra el proceso de deshumanización”.

A su juicio, “el cristiano de hoy o es místico o es muy probable que no pueda ser cristiano”. Entre otras cosas, porque las religiones están pensadas para ser vividas personalmente.

Por eso, Juan de Dios tiene muy claro que “hay un cristianismo que se derrumba ante nuestros ojos". Se trata del cristianismo de masas que, otrora, “servía de sistema de organización de la sociedad. Esta crisis está originando una nueva forma de ser creyentes”.

El teólogo se revela contra la idea de que la mística es sólo para unos cuantos elegidos. “La mística es la raíz de la religión y algo realizable por todos. Porque no consiste en levitaciones, visiones o estigmas. Es la experiencia personal de la fe”.

Eso no quiere decir que no haya “místicos más elevados”. El “primer místico, San Pablo”. Aunque Juan de Dios no se atreve a hacer un ranking de místicos ni de religiones. “Eso sólo lo podría hacer Dios. Cada uno tiene sus valores. En las 12 primeros siglos, los místicos son los monjes por medio de la ‘lectio divina’ y de la celebración litúrgica”.

Admite que hay experiencias de “unión mística con la divinidad”. Y asegura que “los éxtasis son reales y se dan”. ¿A qué se deben? “Determinadas experiencias muy intensas producen emociones muy vivas que repercuten en la base corporal de las personas”.

Reconoce, sin embargo, que en este ámbito como en otros muchos “es posible que se hayan dado algunos fraudes, pero siempre un número insignificante de la vivencia auténtica”. Y es que los auténticos místicos “nunca recurren a los fenómenos extraordinarios como garantía de lo que están viviendo. A veces, incluso, lamentan pasar por estas situaciones. Santa Teresa pedía que nunca fuese en público”.

La crisis de la Iglesia

Para Juan de Dios, el creyente o es místico o no lo es. Y lo mismo puede predicarse de la Iglesia. Una Iglesia que, a su juicio, “está atravesando una crisis tan profunda, que ya no se arregla con arreglos superficiales. A la crisis de Dios se responde con la pasión por Dios. Hay que volver a las fuentes de la fe”.

Porque, hasta ahora, todas las iniciativas de reevangelización han fracasado y “los resultados han sido mínimos”, porque “seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho, no estamos en estado de misión”.

¿Qué significa ponerse en estado de misión? “Renovar el ser creyente. No se trata de acciones, sino de convertir a la comunidad creyente en faro y en luz. Y sin campañas de proselitismo”.

Juan de Dios acude a muchas diócesis a dar charlas y conferencias. Unas veces llamado por los obispos y otras, por las comunidades de fieles. “No soy nada revolucionario o crítico, pero insisto mucho en esto: la raíz reside en la conversión personal y, junto a ella, es indispensable también la conversión de las estructuras”. Una reforma que, a su juicio, “tiene que venir desde abajo, desde la base”.

Reconoce Juan la “actual mala imagen de la institución”. Y entre las causas de ese fenómeno cita, el que la Iglesia “se hace presente públicamente a través de documentos eclesiásticos preocupados por preservar espacios (la escuela) o referirse a las leyes (familia). El peso de las intervenciones oficiales resta protagonismo a la presencia de esa Iglesia más creíble de la parroquia o del barrio”.

El caso Entrevías

“Tuvo un final feliz, no sólo por el resultado, sino también por el método seguido. El cardenal de Madrid tuvo paciencia, supo esperar y, al final, atendió las razones de los curas y de la comunidad, con una solución en la que todos están de acuerdo. Es un modelo a seguir”.

Rouco y Cañizares

A su juicio, hay “algunos jerarcas que tienen más presencia pública que el propio presidente de la CEE, que es el que coordina. La Iglesia tendría que hacerse más visible a través del presidente del episcopado”.
Juan de Dios recuerda al ahora cardenal Cañizares, cuando “era alumno, compañero, profesor y catedráticos del Instituto de Pastoral”.

Pero ni Rouco ni Cañizares parecen estar a la altura de las circunstancias. “Se echa de menos a Tarancón, porque no existe. No hay en el episcopado una figura como él. Y es bueno que haya personas con autoridad moral y buena imagen pública, que muestren el auténtico rostro de la institución”.


La guerra de la EpC

Es una de las cosas que más me extrañan. No se puede pensar que los consagrados hayan perdido el amor por la institución. Debería dejárseles libertad para actuar y seguir el camino que crean oportuno. No comprendo que se desconfíe de los religiosos, que se les critique”.

Quizás esta situación se deba, a su juicio, a que “no hay pluralismo real. No se acaba de aceptar la legitimidad de los que no coinciden con la jerarquía, cuando las visiones de los cristianos también deben ser plurales”.

¿Teólogos domesticados?

Aunque es fenomenólogo, Juan de Dios conoce perfectamente la situación de la Teología en España. A su juicio, “sigue teniendo un nivel aceptable, comparado con otras épocas, aunque todavía seguimos más pendientes de las figuras más importantes y no tenemos ojos para las más jóvenes que también las hay”.
Asegura que “no todos los teólogos están domesticados”. Unos, comentan la doctrina, pero otros hacen Teología “dejándose interrogar”. En cualquier caso, “la Iglesia debe ser siempre una institución intelectualmente habitable”.

Dice que la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene la misión de “vigilar lo que se escribe”, pero “esa tarea de vigilancia o acompañamiento debería hacerse sin acusar a determinados teólogos. Podría hacerse en un diálogo constante. Con amplio margen para que los propios teólogos discutan. Un margen de discusión teológica que es indispensable”.

Y añade: “El pensamiento exige libertad. No veo verdaderas discusiones sobre los problemas importantes en las revistas teológicas. Hay cauces para ello, pero no se utilizan. Los teólogos no quieren criticarse unos a otros”.

Lo esencial

Juan de Dios está escribiendo un libro sobre las mediaciones. “Porque, a veces, les damos un valor absoluto. La institución es indispensable, pero no es el objeto de nuestra fe. No creemos en los dogmas, creemos en Dios”.

Religiones de la mano

Las diversas religiones pueden convivir y están llamadas a hacerlo. La confrontación no se deriva de las religiones como tales, sino de que hay por debajo problemas políticos y económicos que se revisten de motivaciones religiosas”.

Para eso, hay que eliminar prejuicios. Como los que existen sobre el Islam. “El Islam no es el de los grupos radicales, aunque tiene dificultades para dialogar con el mundo moderno, porque los musulmanes no pasaron por el proceso modernizador. Su actual presencia en Europa les puede llevar a eso, a darse cuenta de que se puede vivir el Islam en la cultura moderna”.

Sed de Dios

En la actualidad, “hay una notable sed de trascendencia y de Dios, porque el hombre no se contenta con lo que es y con que la economía sea el factor central en su vida”. Eso sí, el hombre “expresa esta necesidad de formas y en movimientos muy variados, desde la Nueva Era a los movimientos de solidaridad. Vamos a una religión menos institucionalizada. Pero no parece que la religión esté a punto de desaparecer”.