La Ministra Montero, -no la esposa
Del Iglesias-, se le llena la cara
De muecas cuando quiere decir algo;
Me recuerda al Chaves cuando la cosa
De los Eres no le era una tara;
Da más giros que corriendo un galgo,
Según los quiebros que la liebre le haga:
Las gesteras van siendo ya una plaga;
Puede que la primera haya sido
La Robles, cuando altavoz del Gobierno,
Y ahora Ministra del Ejército;
Hecha a no dar nada por perdido,
Además de no muy buen ver, el cuerno
De los ademanes le es congénito;
Para brindar, cuando la cantimplora
Empina, más bien parece que llora;
De aspecto más risueño la Calviño,
Los pesares convierte en sonrisas,
Dándole carretera y manta al Paro;
Y hasta tal punto extrema su guiño,
Que estamos en que incluso para Misas
De Acción de Gracias dará tanto amparo;
Con estos vaivenes, siempre a ras
De suelo, no ha podido crecer más;
La Delgado, -¡joder con la Delgado!,-
Que en amenazas muta sus visajes,
A pesar de reprobada dos veces
Como Ministra de Justicia… Loado
Sea el Sánchez por tantos masajes
Que le da porque no huelan sus heces;
No obstante hay que decir sin disimulo,
Que al vocear, la boca le huele a culo;
Más zorra la Calvo, toda su mímica
De vieja tras la búsqueda de cargos,
Tal que en la boca la tiene en los ojos;
De andar por las trochas de la Política,
Si le ha dado momentos muy amargos:
En la Oposición quemando rastrojos,
Y en el Poder con ira parpadea
Cuando le toca bailar con la más fea;
De las demás Ministras su modelo
Es la Celaá, que parece de piedra
Una estatua en medio del Gobierno;
En estar calladas ponen su celo,
Pegadas al Poder como la hiedra
A la pared del silencio eterno;
A su aire búhas, pollas o cluecas,
Por no decir nada, no hacen ni muecas.